XLI. Violeta

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—¡Buenas tardes, Violetita! —Gritó Martin apareciendo en su cuarto con un carrito de la compra en color lila.

—¿Te has comprado otro carrito?

—Tía, las señoras del Mercadona me miraban fatal porque el otro tenía un boquete y se me escurrían las naranjas. Dejé un rastro de las taquillas a la puerta que ni Hansel y Gretel con las miguitas de pan.

Vioeta se echó a reír cerrando el libro que estaba leyendo y bajándose de la cama. Tenía la ventana abierta y se estaba colando un olor a estofado desde el patio. Su cuarto era un poco más grande que el de su amigo, pero la única ventana era la que daba al patio y a veces la ausencia de luz resultaba molesta.

—Ayer llegaste tarde... ¿Estuviste de juerga un domingo?

—Qué dices. Estuve en casa de Kiki, cenando con ella.

Martin abrió la boca y se tiró sobre la cama recién hecha con una maliciosa sonrisa. A la porra el querer tener el cuarto medio decente.

—Ya me lo estás contando todo. Lo callado que te lo tenías, Vio.

—No pasó nada—dijo cerrando la ventana.

De repente le entró pánico.

—Algo pasaría. Estaba despierto cuando llegaste. ¡Qué es San Valentín!

Se alegraba de ver a su amigo más animado hasta el punto de que el 14 de febrero no le supusiera un bajón. Eso la ponía contenta, porque parecía que podía recuperar a su amigo de siempre, el que organizaba una salida en cinco minutos. Las cinco sesiones que llevaba con Héctor, un psicólogo recomendado por Denna, parecían estar ayudándole. Ese tío era bastante bueno.

—Pues solo cenamos, hablamos de Pipi Calzaslargas y me hizo un retrato.

—¿De Pipi Calzaslargas? ¿Un retrato? ¿Pero estabais solas? Violeta, qué cojones—se echó a reír.

—Sí. Martin, no es tan raro.

—Violeta, que no estamos en 1800 y lleváis dos meses quedando. Esto es un... ¿cómo es el cliché este que van super lento y no se comen la boquita hasta casi el final...? Me hiciste una lista hace un montón, ¿te acuerdas?

—Slow burn. Martin, esto no es una comedia romántica, es la maldita vida real. Así es como se hacen las cosas.

—Ya. —Su amigo enarcó una ceja—. Como que no te mueres por...

Le importaba más bien poco el sexo.

—Pues no. Cada persona es diferente, no todos somos como tú. —Se arrepintió al instante de haber dicho eso—. Quiero decir...

—Sé a lo qué te refieres. Tranquila, no pasa nada.

—Martin, si quieres gritarme por no saber cerrar la boca... Es que el tema del sexo no...

—Que no pasa nada—repitió—. Si algo de razón llevas. Dime al menos que ha habido acercamientos.

—Sí...

—No los que te gustarían claro—sonrió entre dientes su compañero de piso.

—Chiara es... única. Con ella no se puede ir rápido. Y no me molesta, porque aprecio mejor cada segundo que paso con ella, ¿sabes? Agarrarle la mano y notar cómo se pone nerviosa, darle un beso en la mejilla y ver como se pone como la luz de un semáforo... Saber que estuvo en el conservatorio hasta los quince años, que su comida favorita sean las berenjenas rellenas... O que sus libros favoritos de pequeña eran los de Kika Superbruja. —Se mordió el labio—. No sé, Martin, parece que tengo 15 años. Que estoy pillándome como una adolescente. —Suspiró tumbándose en la cama. Su mirada chocó contra la pintura blanca salpicada del techo. Era tiempo de pintar—. Además, ni siquiera tuve esa oportunidad porque me pasé toda la adolescencia metida en un armario reprimiendo mi sexualidad. Tal vez me merezco sentirme así con 23 años.

Until I see you againDonde viven las historias. Descúbrelo ahora