XXIX. Violeta

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Tercera parte: Encantada de conocerte.

No dejaba de mirar a la puerta cada vez que salía a la recepción. Como si, aun siendo las dos o las cinco, Chiara ya estuviera fuera esperándola. Como habían quedado. Parecía que había pasado una eternidad desde aquella primera conversación por mensajes. Desde entonces, habían seguido haciéndolo. La principal excusa para abrirle conversación era Moose. Se interesaba de verdad por el gatito—tenía la galería de su teléfono repleta de fotos y vídeos de él, que Chiara le había enviado—, pero en cuanto percibía que el tema empezaba a desmoronarse, abría otro.

Chiara también se esforzó mucho para que las conversaciones no decayeran, pero era complicado. Cuando empiezas a hablar con alguien, el 90% del tiempo no sabes qué decir exactamente, son conversaciones incómodas en las que te piensas mucho cuáles van a ser tus palabras, lo que la otra persona va a pensar sobre ti. En no cagarla y en asegurarte de que no estás siendo una pesada o agobiando a la otra persona. El otro 10% eran las conversaciones que fluían con naturalidad, sin forzarlas, hablando por hablar y en las que los temas aparecían sin quererlo.

No había habido tantas, en realidad, para llegar a ese 10%. Aunque sí para acercarse a él. Más bien era un 8%.

—Violeta, estás muy inquieta y no dejas de mirar a la puerta cada vez que sales aquí.

—Es que he quedado y no veo la hora de salir—le contestó a Esther.

La recepcionista se subió las gafas por el puente de la nariz y la miró con curiosidad.

—¿Es una cita?

—No.

—Ya claro. —Dibujó una fina sonrisa volviendo a teclear—. Tu nerviosismo te delata, Violeta.

—Solo vamos a tomar un café. Nadie ha hablado de cita en ningún momento.

—Pero te encantaría que lo fuera, ¿verdad?

Violeta apretó los labios para evitar responder a algo tan directo. ¿Había pensado durante toda la semana que era una cita? Si decía que no mentiría. Quería que lo fuera porque desde que había visto a Chiara en el Holmes en lo único que pensaba era en querer conocerla. Pero no podía ser una cita si solo una de las partes estaba interesada en la otra. Chiara le gustaba, pero desconocía si ella sentía lo mismo.

—Sí... —respondió tras un breve titubeo—. Me vuelvo dentro.

—¿Alguna descripción?

—¿Eh?

—De la chica que estás esperando. Si aparece antes puedo avisarte. —Le propuso con una sonrisa cómplice.

—No creo que entre. Y para cuando llegue yo ya habré acabado mi jornada.

Tampoco quería darle demasiados datos a Esther. Era una cotilla de manual y estaba en conocimiento de toda la clínica que no era una persona precisamente discreta. Además, a Chiara ya la conocía y bastante se había ido de la lengua ya. O, mejor dicho, bastante había expresado con sus gestos y reacciones. Para Esther, que disfrutaba de poner la oreja, era suficiente para montarse su propia película.

Aunque, algo parecido había estado haciendo Violeta, durante toda la semana, a media que hablaban. Las noches, en especial, habían hablado muchísimo. Agradecía que Martin se hubiera ido a pasar dos semanas a su pueblo—Aunque se despertase cada mañana con treinta enlaces a vídeos de TikTok que su amigo había ido acumulando de madrugada—, porque así no podía meterse con ella por estar pegada al móvil con cara de idiota. Y gracias a conversaciones incómodas, en las que apenas sabía qué decir, descubrió más sobre Chiara. Su comida favorita, su color favorito, que odiaba las multitudes, que había pasado la Nochebuena con su hermano Álex, su cumpleaños era el 11 de marzo, tenía 21 años y su familia, que incluía a su madre, su padrastro y hermanastros, vivía en Menorca.

Until I see you againDonde viven las historias. Descúbrelo ahora