V.Violeta

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Llegó a casa con el estómago rugiéndole de hambre y los ánimos por los suelos. La tarde se había torcido en el último momento. Habían tenido que aplicar la eutanasia a una gata para evitar que siguiera sufriendo.

—¿Qué te pasa a ti? —la recibió Martin con un abrazo, al verle la cara de funeral con la que entró por la puerta.

—Día negro, tío.

—¿Quieres contármelo? —preguntó secándole una lágrima de la mejilla.

—Lo de siempre, Martin.. Han atropellado a una gata con el coche, sin querer, y la han traído a la clínica. Ha sido imposible salvarla y se le ha puesto la inyección. Se me parte el alma siempre que llega un pobre animal en condiciones tan lamentables y no podemos hacer nada por salvarlo.

—Es la parte triste y oscura de tu trabajo.

Violeta soltó un hondo suspiro. Se deshizo de la perfecta coleta con la que llevaba todo el día, liberando la mata zanahoria sobre sus hombros.

—Estoy molida.

—Normal. Por suerte tienes un compi de piso que cocina para una comunión y te ha dejado croquetas y sopa para la cena. Todo apto para ti, por supuesto.

Se mordió el labio, abrazando a Martin. Le dejó un sonoro beso en la mejilla.

—Eres el mejor.

—Ya lo sé. —Hizo un movimiento de divo con la cabeza, que le sacó a Violeta una larga carcajada. Arrastrando la tristeza por la pobre gata atropellada.

Cenó en silencio, en la cocina, acompañada por el sonido del agua de la ducha que se estaba dando su compañero, y contestando mensajes atrasados de WhatsApp. Su madre le había dejado varios mensajes de voz, preguntándole si iba a ir al cumpleaños de su prima el miércoles.

—No creo que pueda ir, mamá. Hay mucho trabajo en la clínica y ahora no puedo dedicarme a pedir días libres. Te envío bizum para el regalo de la prima, no te preocupes.

Le respondió ella, concisa, en una sola nota de voz. Tampoco era de enrollarse mucho por mensajes de voz, pero era más cómodo que escribir mientras cenaba. No quería manchar el móvil con el aceite de las croquetas.

El olor a frito se había quedado atrapado en la cocina, ni siquiera el batir del viento por la puerta entreabierta del patio había sido capaz de eliminarlo. Las sábanas tendidas de Martin ondeaban en la oscuridad creando formas espectrales, retorciéndose en el aire, enrollándose y volviendo a su estado normal. El movimiento la atrapó durante varios minutos, acompañado por el tic tac intermitente del reloj sobre su cabeza. Hasta que una notificación en su móvil la sacó del ensimismamiento.

<<Ok.>>

Si su respuesta había sido corta y resumida, la de su madre era tajante y no necesitaba de otra por su parte.

Recogió lo que había ensuciado, cerró la puerta del patio, por la que entraba un aire gélido, y bajó la basura aprovechando que estaba vestida. Solo le quedaba darse una ducha y relajarse un ratito hasta la hora de apoyar la cabeza sobre la almohada.

—¿Ya te lo has empezado? —Martin sostenía el thriller que le había llegado hacía un par de semanas, y que ella había dejado sobre uno de los brazos del sofá antes de irse al trabajo—. ¿Seguro que no meas letras?

—¿Ya estamos con la bromita? —Le arrebató el libro con una sonrisa.

Siempre que se percataba de un cambio de libro, Martin decía que se bebía los libros y que al ir al baño lo que echaba era letras.

—De verdad que admiro tu capacidad, yo no he conseguido leer tan rápido desde que iba a primaria.

—Pues me tienen que llegar dos más.

—¿Y dónde vas a meterlos? Violeta, que a este paso vamos a tener que comprar una estantería para el salón. Bueno, en realidad no sé dónde la meteríamos. Con el sofá y las mesas ya está medio espacio ocupado.

—Me llevaré algunos a casa de mis padres cuando vaya.

—Más te vale. —Alzó el índice su compañero—. Creo que lo que más temo es que se te caigan encima. ¿Has pensado en pillarlos digitales?

¿Y prescindir del suave tacto de las páginas entre sus dedos, el olor a nuevo, luego a usado o el dramatismo de cerrarlo con indignación en un párrafo? ¡Prescindir de llenarlos de post-its o anotaciones!

—Ni de coña.

Aunque, fugazmente, pasó por su mente la imagen de la repartidora.

—Es por espacio, tía. Y por tu economía.

—Me voy a la cama a avanzar un poquito antes de dormir. Buenas noches, Martin. No te acuestes muy tarde. —Le revolvió el pelo.

Martin se quejó llevándose las manos como un loco a la cabeza, porque odiaba que le tocasen el pelo. Para Violeta fue la ocasión perfecta para escabullirse hasta su biblioteca y adentrarse entre las páginas del misterioso asesino del contrabajo.

Until I see you againDonde viven las historias. Descúbrelo ahora