Nadie le dijo a Chiara que tener un gato iba a acabar con todos sus ahorros en visitas al veterinario. Sin embargo, allí estaba otra vez. Porque, aparentemente, Moose no podía evitar llevarse todo a la boca y eso le había ocasionado una gastroenteritis. Una que casi les provoca un infarto a los mellizos. Su hermano, más sereno que ella, la había acompañado hasta la clínica, cuando Moose vomitó por tercera vez en mitad del pasillo.
—Tenéis que vigilar las gomas de pelo. Por suerte no ha ido a más y hemos podido evitar males mayores—les estaba explicando Sota con sus gigantescas manos enguantadas en látex sobre el lomo de Moose tumbado de costado.
—Es que es un trasto. Desde que lo trajimos a castrar está más hiperactivo que nunca.
Al menos la herida del morro estaba curando satisfactoriamente.
—Va con el gato me temo—se echó a reír el veterinario.
—Pues nos ha tocado el premio gordo entonces—comentó Álex.
Violeta también estaba allí, por supuesto. La había pillado mirándoles a los dos con una inspección digna de un examen y que dictaba mucho de ser sutil. A ratos, desviaba la mirada y seguía a su trabajo: preparar un par de inyecciones y la lavativa que le hicieron a Moose. Claro que Chiara empezó a fijarse en ella pasado el susto inicial, cuando al fin pudo relajarse.
Parecía bastante agotada bajo las luces blancas de la sala, con unas ojeras levemente marcadas y la coleta, que intuía que se recogía para trabajar, deshecha.
—No dejéis objetos tales como bobinas de lana, tapones o gomas de pelo a su alcance.
—¿Bobinas de lana tampoco? —se sorprendió su mellizo.
—A ver, puedes dejarle que juegue, pero siempre con supervisión. Aunque pueda parecer que son inofensivas, son un peligro mortal para los gatitos—explicó Sota poniéndole una inyección en el culo—. Vosotros no dejéis que lama la lana o la muerda. Una lavativa no sería suficiente para que expulsase todo el tejido, habría que llegar a la cirugía.
Chiara agradeció que su hermano estuviera allí al estar más tranquilo de lo que ella había estado durante la intervención. Y también porque así no tenía que ser solo ella la que mantuviera una conversación con Sota.
El pitido de una alarma cesó la conversación de ovillos de lana. Venía de la muñeca de Violeta, que la apagó al instante. Los tres pares ojos de la sala se centraron en ella, que se recolocó una de las horquillas con las que se sujetaba los mechones de la nuca.
—Sota, puedo quedarme...
—Nada de quedarte. Te has comido una guardia larguísima y encima te debo horas. Vete a tu casa que por hoy has acabado, Violeta.
Eso explicaba lo cansada que parecía estar. A saber la de horas que llevaba en pie.
—Te iba a decir hasta que acabases con Moose.
—Ya he acabado con él. Anda, tira. Si Fátima está lo que queda de tarde y no estoy tan apurado.
—Vale, jefe. Te dejo a ti el informe de Moose. Hasta luego.—Se despidió de la consulta en general. Y de Chiara en particular, a la que le dedicó una sonrisa al pasar por su lado.
Se quedó unos segundos mirando a la puerta por la que se había marchado.
—Le he puesto un poco de suero. Estará atontado unas horas y posiblemente luego no tenga muchas ganas de moverse. —Moose estaba completamente planchado sobre la mesa—. Dadle pocas cantidades de comida un par de días hasta que su estómago se habitúe de nuevo a las digestiones normales. Si vuelve a vomitar o notáis que empeora, traedlo de urgencia como hoy. Y por supuesto, vigiladle muy de cerca.
—Estupendo. Muchas gracias. —Su hermano habló por los dos.
Al salir al vestíbulo, Violeta todavía no se había marchado. Se había quitado el pijama azul y estaba apoyada en el mostrador, charlando con Esther bastante entretenida. Chiara no perdió detalle del sonido de su risa. Le recordó a la melodía de una caja de música que tenía cuando era pequeña. Tampoco en que la talla de la sudadera que llevaba debía de ser una talla o dos de la suya. Bajo la tela blanca se veían unos vaqueros anchos y oscuros. Llevaba un gorro de lana sobre la cabeza que tapaba todo su pelo y un abrigo negro colgado del brazo.
—Ah, veo que Moose está bien. —Las recibió Esther con la sonrisa de siempre. Una que debía de ponerle a todo el mundo, ya impostada.
Chiara sabía bien qué clase de sonrisas eran esas, porque llevaba toda su vida creando diferentes máscaras en según qué circunstancia.
—Ha sido un susto de nada.
—Bueno, me voy Esther.—Anunció Violeta, que se había hecho a un lado para dejarles hueco a ellos.
Los miró a ambos, alzó la mano al volver a pasar por su lado, antes de darles la espalda y salir por la puerta mientras se ponía el abrigo.
—Yo pago, hermanita. —Álex sacó la cartera antes de que a ella le diera tiempo.
—¿Seguro?
—Hay que repartir gastos con el enano. Que no solo soy su tío para mimarlo. —A Esther pareció divertirle el comentario de su hermano, porque se echó a reír.
—El otro día cuando viniste a recoger al gato no me di cuenta de vuestro parecido.
—Somos mellizos.
—Lo que no quiere decir que nos parezcamos físicamente—aclaró Chiara, un tanto borde.
Se llevó una mirada penetrante de su hermano que la silenció el resto del tiempo que pasaron metidas en la clínica.
—Qué tarde es—comentó su hermano consultando su reloj.
—Dejamos a Moose en casa y vamos a hacer la compra. La familia no llega hasta la madrugada.
—Te dije que no lo dejásemos para el último día.
—Lo que nos ha retrasado ha sido el enano. —Se defendió Chiara—. Mira, si quieres voy yo yendo al super y tú llevas a Moose al piso. O lo hacemos al revés. A mí no me importa conducir tu coche.
—Vamos a tardar menos si vamos directamente con el coche los dos.
—Pero si en metro llego yo antes. ¿Quieres echar una carrera?
—No. Además, cualquiera te deja sola en un Mercadona con la cantidad de gente que hay un 23 de diciembre.
Chiara apretó la mandíbula. Su hermano tenía razón, estaría petado y laque acabaría explotando sería ella ante el agobio que eso le supondría. Tampocoes que yendo con su hermano pudiera evitarlo, pero si necesitaba salir a cogeraire, Álex podía seguir la tarea sola hasta que ella se encontrase unpoco mejor.
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Until I see you again
FanficVioleta es una rata de biblioteca que derrocha su sueldo en comprar libros. Quizá, en parte, lo haga porque la repartidora que va con asiduidad a su casa le atrae un poco. Aunque ella no quiera admitirlo, claro. Por otro lado, Chiara tiene la cabeza...