El alboroto de sus primos más pequeños—que en realidad estaban en plena adolescencia rebelde—sumado a las voces de sus tías charlando, le estaban poniendo la cabeza como un sonajero.
—Qué alegría que hayas venido, Violeta—su tía Queta, le sonrió dejándole un trozo de la tarta de chocolate.
Presidiendo la mesa, estaba la cumpleañera, su prima de 8 años, Tana. Era la más pequeña de la familia y se había vuelto una tradición reunir a toda la familia materna en la azotea de la casa de sus abuelos a celebrar sus cumpleaños. Ese año una merienda, al ser un miércoles laborable. Seguramente su tía Queta le haría una fiesta aparte con sus amigos.
—Me debían unas horas en el trabajo, tita.
—Violeta, ¿es verdad que curaste el resfriado a una tortuga?
—Las tortugas no se resfrían, boba—rebatió Nicolás, de 12 años, a su hermana pequeña.
—Si lo hacen. A que sí, Violeta.
—Por supuesto que lo hacen. Y es una enfermedad muy grave. No le hagas caso a Nico. Quién trabaja con animales, ¿él o yo?
—Tú. —Le hizo una mueca a su hermano, que se levantó de la mesa y fue junto a Sol y Tamara, las adolescentes restantes del grupo, de 14 y 16 años.
Violeta a veces deseaba llevarse un poco menos con sus primos para poder formar la misma piña. Incluso Tana tenía a Teo, que era el último de sus primos, de 10 años. Ella tuvo la mala suerte de nacer la primera y que Pedro, que era el único primo de su rango de edad estuviera trabajando en Dublín.
Por eso no le quedaba más remedio que hablar con "los adultos" aunque ella también lo fuese. Si había ido hasta allí había sido porque sabía que a Tana le haría ilusión que su prima mayor le contase cosas de su trabajo. Como hacía desde que trabajaba en la clínica y la veía.
—¿Y los peces también se resfrían? Es que como están en el agua sería muy raro, pero yo te pregunto a ti, porque tú sabes mucho sobre animales, Violeta. Siempre se lo digo a los niños de mi clase, que te pregunto porque eres médico de animalitos—explicaba moviendo la cuchara manchada de chocolate en el aire.
Violeta se echó a reír, enternecida por la curiosidad de su prima pequeña.
—Sí, también lo hacen. ¿Tú no tenías uno? —su prima asintió—. Pues si lo notas hinchadito es que se ha resfriado, pero no es común, no te preocupes.
—¿Has curado muchos animales esta semana? —Saltó entusiasmada en su silla.
—Tana, siéntate que estás tirándolo todo—la regañó su madre cuando la botella con el culín de Fanta volcó sobre la mesa. Menos mal que estaba cerrada.
—A bastantes. Algunos solo vienen a estar más guapos y mi compañera Fátima les corta el pelo y las uñitas.
—Qué guay. Yo de mayor quiero ser peluquera de perritos, como Barbie.
—¿No quieres ser como Vio? —le preguntó su madre.
—No. Es que yo no podría ser doctora de animales porque me mareó con la sangre, tita—contestó con toda la lógica que puede hacerlo una niña de ocho años.
Los mayores se echaron a reír, dándole la razón.
—Bueno, vale que no puedas ser veterinaria, ¿pero vendrás a hacerme una visita?
—¡Sí! Mamá, tenemos que ir a ver a Violeta al trabajo. Apuntalo en mi agenda.
—Lo apunto, lo apunto.
—Oye, ¿y a mí me cortarías también el pelo?
—Claro, tito, tú eres un oso con esa barba.
El padre de Violeta, que tenía una barba perlada de canas bastante frondosa, se echó a reír por aquel apelativo. Sus mejillas estaban coloradas a causa del vino que había ingerido hacía un par de horas, pero que tardaba en desaparecer. Cogió a su sobrina y la achuchó, provocándole unas carcajadas infantiles a las que le quedaban todavía varios años. Violeta no quería que Tana creciera y se convirtiera en una adolescente más, atesorando aquella niñez tan cándida que se acababa en un parpadeo.
Tana sopló las velas otra vez, por capricho de su abuelo, sobre el trozo de tarta que había sobrado y le cantaron el cumpleaños feliz para acompañarlo. Después de eso, se formó una larga sobremesa en la que jugaron con unos viejos cartones de lotería todos juntos, adolescentes incluidos, apostando dinero. Tana ganó tres euros para chuches, porque no quiso compartir el premio con su madre, quien tenía el mismo cartón y por lo tanto también había cantado bingo. Los que sí se quejaron fueron los tres adolescentes, que dijeron que la pequeña estaba haciendo trampas. Al final acabaron turnándose para dar los números y así estar entretenidos.
Violeta pasaba poco tiempo con su familia desde que se había independizado, por lo que no echaba de menos aquellas reuniones hasta que estaba en una. O, como cuando se metió en su cama, al llegar casa, y le dio vueltas a la tarde, pasando por cada recuerdo. Quizá por su vena lectora,tendía a romantizar los momentos más cotidianos
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Until I see you again
FanficVioleta es una rata de biblioteca que derrocha su sueldo en comprar libros. Quizá, en parte, lo haga porque la repartidora que va con asiduidad a su casa le atrae un poco. Aunque ella no quiera admitirlo, claro. Por otro lado, Chiara tiene la cabeza...