XXIV. Chiara

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Chiara no había vuelto a pensar en Violeta desde aquel jueves. Más bien no se había permitido hacerlo para no acabar haciendo una tontería. Como pasar concienzudamente por la puerta de la clínica y mirar al interior esperando encontrarla. O incluso hacerlo por su casa. La última se le había ocurrido y la había descartado en lo que dura un parpadeo. No era una acosadora.

Habían pasado cinco días. Lo sabía porque iba tachándolos en el calendario que tenía pegado al corcho de su habitación. Así llevaba la cuenta de los días hasta los exámenes de las oposiciones. Cinco días y la llegada del invierno. Era 21 de diciembre y las calles estaban a rebosar. Ella, metida en un atasco con la furgoneta de reparto. Su jornada todavía no había acabado, aún le faltaban cinco entregas. Estaba desesperada y aburrida como una ostra, la cola de coches avanzaba a una velocidad de tortuga. Al menos no se moría de frío gracias a la calefacción. Y, a pesar del aburrimiento, frente a ella, los colores del cielo iban cambiando al fondo de la avenida de hormigón y metal en la que estaba atrapada. También su playlist favorita sonando desde la app de Spotify le amenizaba la eterna espera.

Salió del atasco a los quince minutos, con tiempo de sobra para poder cumplir con los plazos de entrega estimados. Desde su incorporación tras sus días en cama con gripe, le habían vuelto a cambiar la zona de reparto. Ahora llegaba a las afueras, a urbanizaciones en las que no había estado nunca, cerca de la playa. Por lo que, entre los huecos de varios hoteles en primera línea, podía contemplar las olas gigantescas rompiendo contra la orilla.

-No puede ser...

Calle Castaño, Bajo A.

No leyó el nombre del destinatario porque no lo necesitaba. Se sabía esa dirección de memoria. Más bien le había tomado por sorpresa porque era el único reparto que tenía por esa zona.

Violeta le abrió la puerta. Por supuesto tenía que hacerlo ella. Chiara no esperaba que lo hiciera el otro chico. Lo inesperado fue no encontrarla con un outfit de estar por casa-como solía suceder-sino con unos vaqueros anchos de tiro alto, un jersey de color azul apagado y unos botines negros. El pelo lo llevaba suelto, planchado sobre los hombros y el aroma a albaricoque le tosió en la cara. Casi se cae de culo de lo guapa que estaba.

-Hola... -balbuceó atrapando los paquetes que habían estado a punto de caer al suelo.

-Hola.

Se los tendió. Estaban bien precintados con el logo de la empresa en color azul. Uno más oscuro que el de la prenda de Violeta.

-¿No necesitas mi DNI? -le preguntó ella batiendo las pestañas. Posiblemente por su silencio tras el saludo.

<< ¿Eran tan largas el otro día?>>

-Solo tu firma.

-¿Qué tal está Moose?

-Bien. Bueno, más revoltoso que de normal, tiene mucha energía. -Violeta asintió conforme y con una sonrisa en la que mostró todos los dientes. <<Tiene dos de abajo separados>>-. Eh... me voy.

-¡Espera! -La retuvo cuando ya se estaba girando en el minúsculo rellano para marcharse-. A qué hora...

-¡Violeta, creía que ibas a ahorrar!

Vio como la pelirroja apretaba los dedos que tenía apoyados en la puerta con crispación. El chico que vivía con ella, tan emperifollado como siempre y embutido en una bufanda roja enorme al cuello, cruzó la entrada de la casa cuando ella se hizo a un lado para dejarlo pasar. Intercambiaron una rápida mirada ambos.

-¿Te vas? -le preguntó, recorriéndola de arriba abajo.

Igual que había hecho Chiara cuando la puerta se había abierto. El chico, sin embargo, no parecía haber tenido la misma reacción que ella. Quizá debiera descartar la idea de que fueran pareja y simplemente eran compañeros de piso.

-Martin... -bufó-. Chiara, te veré en la clínica, supongo.

-¿No ibas a decirme algo?

-Ya no. Hasta luego.-Le sonrió agitando la mano con la que todavía sostenía los paquetes.

Adiós.

Y adiós a evitar pensar en la pelirroja.

Until I see you againDonde viven las historias. Descúbrelo ahora