La puerta de la calle se cerró con un estruendo, despertando a Moose que dormía sobre su regazo. La del salón, donde estaba ella tumbada dibujando en su bloc, se abrió con más cuidado. Álex entró con el flequillo revuelto y las mejillas coloradas, los vaqueros empapados por las rodillas y descalzo.
Seguramente había dejado los zapatos en la entrada para no encharcar la entradita.—Hola.
—¿Qué te ha pasado? —inquirió al comprobar que no solo tenía las rodillas empapadas, colocando el lápiz tras su oreja.
—Lluvia y viento. Una combinación pésima y un mal día para ir a la biblioteca. He abierto para decir hola, me voy a la ducha antes de que me enfríe. Solo me falta pillar un catarro.
Moose, que se había estirado tras la interrupción de su siesta, maulló.
—Has despertado al peque y creo que pide una disculpa.
Álex se acuclilló en el suelo, extendiendo la mano. Moose, que no le había quitado los ojos ambarinos de encima, saltó del regazo de Chiara y acudió curioso.
—Perdona, bolita. Te compenso con un premio que he traído del Mercadona, todo para ti.
—Le falta hablar. —Rio Chiara desde su posición, cuando su gato se frotó contra las piernas de su hermano—. ¿Qué le has traído?
—Te lo enseño en un rato. Me piro a la ducha... No, Moose, tú te quedas aquí con mamá. Cógelo o algo, que desde que sabe abrir puertas me cago del susto.
Chiara golpeó el sofá e hizo sonar su ratón de peluche, ya que sabía que el gato, curioso como era, iría. Y justo eso fue lo que ocurrió. Dándole a Álex el tiempo de distracción perfecto para cerrar la puerta del salón—la única que no sabía abrir el felino todavía—y desaparecer por el pasillo.
—Ay, qué poco tiempo les quedan a estos huevecitos.
Había pasado casi una semana desde que había pedido cita en la clínica, y todavía no sabía cuándo podrían esterilizar a su gato, pero era consciente de que no demasiado. Al día siguiente, por fin iban a hacerle ese checkeo para abrirle la ficha en la clínica nueva.
Moose, ajeno a sus palabras, o más bien al significado de las mismas—porque era un gato muy listo—buscaba los mimos que Chiara había ido dejando una hora atrás hasta quedarse dormido sobre su tripa. Seguramente, como desde que llegó, queriendo volver a la siesta que su hermano había interrumpido.
—Eso, tú bosteza, déjame tu aliento a pescado en la cara, enano.
Moose maulló, ronroneó repetidamente y frotó su hocico con la nariz de Chiara, antes de intentar cazar el lápiz que había dejado apoyado en su oreja.
—Eres muy travieso. —Lanzó el lápiz al suelo, y el gato saltó a por él.
Durante cinco minutos, Moose jugó a mover el objeto con sus patas delanteras, de una punta de la habitación a la otra, correteando y brincando para atraparlo. Chiara, que se había sentado en el sofá con las piernas cruzadas sin tocar el suelo, grababa con su móvil un vídeo bastante movido. Era difícil seguir la velocidad a la que el gato se desplazaba, cargado con la energía propia de un cachorro. Y de un gato naranja.
La puerta volvió a abrirse al cabo de unos quince minutos. Álex, con las mejillas de su color natural y un pijama gris, la dejó abierta. Traía en las manos el envoltorio de lo que Chiara supuso que era alguna chuche. Moose estuvo a punto de resbalar cuando se acercó, frotándose y estirándose a dos patas, hasta las piernas de su hermano.
—Bocadito de pollo para el mimado de la casa.
Lo agitó, de camino a la cocina, con el gato pisándole los talones. Chiara escuchó las risas y los maullidos que las acompañaron. Los siguientes sonidos que le llegaron fueron los de su hermano haciéndose algo de cenar.
—¿¡Has cenado!? —le preguntó desde allí.
—¡No!
El cuerpo de Álex no tardó en aparecer por el salón.
—Odio estar a voces. ¿Quieres una tortilla con jamón y queso?
—Me la hago yo, Álex.
—Si voy a hacerme yo una, ya sabes que no me cuesta. Y tienes que alimentarte en condiciones.
—Que nacieras diez minutos antes que yo no te convierte en el mayor—se quejó recuperando el lápiz del suelo.
—De hecho, lo soy—le sacó la lengua cuando su hermano se dio la vuelta para volver a la cocina.
Del almuerzo se encargaba ella. Se suponía que repartían las tareas y eso incluía las comidas, siempre que ambos estuvieran en casa. Llevaban un mes tan catastrófico que incluso la pizarra de la nevera había quedado en el olvido.
—¿El día bien? —Se interesó su hermana mientras cenaban en el salón con un capítulo de Daisy Jones and The Six de fondo.
—Horrible. Solo ha mejorado gracias a los mimitos de Moose y a esta increíble tortilla. —Se relamió.
—¿Qué ha pasado?
—Mi jefe me ha descontado una hora del día porque me he quedado tirada en mitad de la carretera y no he entregado a tiempo todos los pedidos.
—Qué cabrón.
—Menos mal que mañana no tengo que trabajar. Aunque sí adelantar temario—bufó, dejándose caer contra el respaldo del sofá—. ¿Tú qué tal?
Moose saltó al sofá de dos plazas, entre los dos hermanos, olisqueando los platos vacíos. Álex lo atrapó y se lo dejó a su hermana en el regazo.
—En el trabajo bien. La gente adora matarse en el gimnasio, ya lo sabes.
—Y a ti también. Si no fuera así serías... serías azafato y no monitor de zumba.
Álex dejó escapar una pequeña sonrisa. Chiara se metía con él, pero sabía que si conseguía la plaza como profesor de conservatorio volaría del gimnasio para no volver. Al fin y al cabo, como Amazon para ella, era un trabajo temporal. Para pagar las facturas y darles de comer.
—El problema ha sido el aguacero que me ha sorprendido viniendo para aquí después de salir de la biblioteca. Menos mal que siempre llevo un paraguas en la mochila.
Su hermano siempre había sido mucho más previsor que ella. Una diferencia bastante abismal entre ambos.
—Qué ganas de que sea sábado.
—Yo trabajo hasta las seis—se lamentó Chiara consultando sus horarios.
—Pues cuando vuelvas nos vamos a tomar algo con estos. ¿Qué dices?
Estos eran los únicos amigos de su hermano con los que podía estar realmente cómoda sin agobios. Aunque no siempre disfrutaba de su compañía.
—Suena bien.
Cerró los ojos, deseando que llegase el sábado por la tarde.
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Until I see you again
FanfictionVioleta es una rata de biblioteca que derrocha su sueldo en comprar libros. Quizá, en parte, lo haga porque la repartidora que va con asiduidad a su casa le atrae un poco. Aunque ella no quiera admitirlo, claro. Por otro lado, Chiara tiene la cabeza...