IX. Violeta

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—Nuestra última canción tampoco es tan vieja como la mayoría de las versiones que hemos tocado esta noche. Además, es bastante conocida.

Violeta alzo las cejas. De todas las canciones que habían tocado, su favorita había sido la de Muse. Cruzó la pierna derecha sobre la izquierda, esperando la última cover.

—Es muy divertido, porque cuando sonó por la radio, Ruslana dijo que había que ensayarla y meterla en el repertorio. Tenemos espacio para ocho canciones como máximo en cada concierto. Si no nos enrollamos, claro. —La cantante le sacó el dedo del medio a la batería.

—Esta tenía que estar.

Vio como Chiara esbozaba una diminuta sonrisa. La había estado observando durante los cuarenta minutos que llevaban sobre el diminuto escenario. Al principio más que a la cantante y a la batería, pero con el paso de las canciones había intentado no ser tan obvia. Además, parecía que la bajista se había dado cuenta de que no dejaba de observarla. A pesar de que parecía que el foco que la apuntaba a la cara la cegaba. Para Violeta había resultado increíble el cambio entre la Chiara que veía cuando tocaba durante las canciones, y la que se proyectaba cuando acababan. Aunque apenas se movía por el escenario—solo alzaba la cabeza para acercarse al micrófono al hacer algunos coros—disfrutaba marcando el ritmo con el pie izquierdo y moviendo los hombros. Sin embargo, al acabar la cover la burbuja que parecía haber creado mientras tocaba, explotaba. Se quedaba quieta, enfocando su atención en sus compañeras, se apoyaba en el instrumento, movía las pesadas botas que llevaba... Y no miraba al público. Salvo en un par de ocasiones contadas en las que apartó la vista rápidamente.

Ahora se preparaba para la última canción y los ojos de Violeta volvían a estar puestos en ella. Se apartó el pelo de la cara con una mano y Violeta volvió a fijarse en los tatuajes. Le habría encantado estar más cerca para poder verlos con detenimiento. La piel pálida de sus manos sobre el oscuro bajo era como una capa de nieve sobre el asfalto.

—Ha merecido la pena venir al final—escuchó que decía Martin a su lado.

Apenas le había prestado atención a su amigo. El Martin con el que se había encontrado al llegar había desaparecido y ahora, a su lado, estaba sentado su compañero de piso de siempre.

—No te imaginas cuánto.

—¿Han dicho que se llaman BeKiRus? —preguntó su amigo justo cuando iniciaba la batería.

—Eso han dicho.

—Voy a buscarlas por internet. Son geniales. Aunque el nombre suena un poco a chiste.

—Sí. —Estuvo de acuerdo, apoyando los codos sobre la mesa.

La última canción era una cover de Walk like an Egyptian de The Bangles. Y, aunque no era tan buena como la original, Violeta tuvo que reconocer que estaba a la altura de las expectativas. A aquellas chicas se les daba muy bien el sonido de garaje y no lo hacían nada mal. Habían conseguido darle a la canción el buen rollo que necesitaba, haciendo bailar a todo el local, que no tardó demasiado en tocar las palmas como el acompañamiento perfecto para el trío de veinteañeras.

Sus ojos volvieron a posarse en Chiara. Sus dedos se movían con soltura sobre las cuerdas, saltaba de un acorde a otro de manera completamente hipnótica, meneaba la cabeza, los pies seguían el ritmo, gesticulaba con los labios la letra de la canción, se acercaba al micrófono para hacer los coros a la pelirroja...

Era hipnótico seguir sus movimientos y el baile de luces que la acompañaban.

Aplaudió como el resto de la sala cuando acabaron. Las tres se reunieron en el centro, de donde Ruslana apenas se había movido, para abrazarse, saludar al público y dar las gracias. Chiara volvía a sonreír sin dejar de abrazar a sus amigas. Por primera vez, se dio cuenta de que aquella chica no era tan mayor como aparentaba. ¿Podía ser por la seriedad del trabajo? La había visto sonreír pocas veces, pero ninguna como aquella noche.

<<Tiene una sonrisa muy bonita. >>

—¿Nos vamos, Vio?

Parpadeó. Los focos ya no las iluminaban, la sala entera proyectaba luces blanquecinas, y parecían estar recogiendo.

—¿Ya?

Martin enarcó las cejas, perdido.

—¿Quieres un autógrafo del grupo o qué?

—No, no. Pero a lo mejor te apetecía quedarte un poco más aquí. Es sábado, Martin.

—Prefiero pillar la cama.

—Martin... ¿qué te pasa? Debes de tener fiebre, tú nunca dices que no a alargar un sábado noche.

Su amigo se levantó de la silla, con los labios apretados. La máscara de indiferencia que rara vez le había visto mostrar, había aparecido.

—No me apetece estar por ahí hoy. Es todo. —Se encogió de hombros—. Puedes quedarte si quieres.

Estuvo a punto de echar un vistazo por encima del hombro al escenario, al que ahora daba la espalda al encarar a su amigo, pero se contuvo. Se le había pasado por la cabeza ir a felicitar a las chicas, la curiosidad o, más bien, la intención de hablar con Chiara más allá de un hola, gracias y hasta luego era más que evidente. Hasta que su preocupación por Martin había tomado mayor importancia. A su amigo le pasaba algo y no tenía solo que ver con la cita; había algo más.

—No, me voy contigo.

Antes de irse, mientras Martin abría la puerta del local, miró hacia el escenario. Estaban brindando con botellines acompañadas por un hombre con media melena y barbita de varios días. Chiara, con una mano metida en el bolsillo del pantalón negro, mientras con la otra sujetaba su móvil. Sonreía a la pantalla.

¿Tendrá pareja? Fue lo primero que se le vino a la mente al verla sosteniendo el teléfono con aquella sonrisa.

<<Bueno, siempre puedo volver el sábado que viene. >>

Until I see you againDonde viven las historias. Descúbrelo ahora