Llevaba desde el sábado intentando, sutilmente, que Martin le contase lo que le pasaba. O al menos lo que le sucedía durante el concierto de Chiara y su grupo. Porque su amigo volvió a ser el mismo de siempre cuando llegaron al piso; y también a la mañana siguiente, mientras desayunaban los dos en la modesta cocina. Había sido como si los ánimos del sábado no hubieran existido, como si Violeta hubiera vivido un espejismo en el que su amigo parecía ausente y otra persona completamente diferente a la de siempre.
No podía sacarse de la cabeza su extraño comportamiento ni siquiera en el trabajo. El peor día fue el domingo. Siguiendo el horario de rotación, le tocó a ella ir la protectora con la que colaboraba la clínica. Al tener tan presente y fresco el tema de Martin, apenas pudo concentrarse en lo que hacía. Sota le echó la bronca un par de veces y Violeta se sintió como la inexperta auxiliar que una vez fue. Por eso el lunes intentó focalizarse más que nunca en el trabajo, dejando a Martin fuera de su cabeza las horas que estuviera dentro de la clínica.
Y sí, habían pasado cuatro días, pero no podía evitar seguir preocupada por él.
Para colmo, estaba siendo un jueves demasiado tranquilo y se pasaba la mayor parte del tiempo en la recepción con Esther intentando distraerse, o tomándose un té en la sala de descanso. Sota iba de un lado a otro, o subía las escaleras de la parte trasera, que daban a su casa. En cuanto a Fátima, era la única que estaba ausente en la clínica por una gripe que la tenía en cama desde el martes. Las opciones de distracción se limitaban demasiado en una clínica, que, por una vez, estaba demasiado tranquila.
Salió de nuevo a la recepción, después de almorzar un poco de arroz con verduras, encontrándose con la ausencia de Esther. El ordenador seguía encendido y una lima de uñas estaba depositada sobre el escritorio junto a sus gafas de pasta verdes y unos folios escritos con una letra ilegible. No estaba su móvil, pero sí su bolso colgado en el perchero de la pared del fondo.
La campanita de la puerta resonó justo cuando intuyó, al ver la puerta cerrada de solo personal—que era un pequeño vestuario con un baño— que debía de estar ahí.
Sin embargo, cuando se giró, no esperaba toparse con los ojos que habían estado esquivando los suyos el sábado. Unos ojos con los que se había cruzado ya demasiadas veces, pero que parecían reconocerse por primera vez. Tenía ojeras marcadas, ni una gota de maquillaje en su rostro y el pelo algo bufado.
—Hola.
—Chiara—dijo casi sin pensar.
—¿Sabes mi nombre? —Arrugó el ceño, extrañada.
Violeta se puso nerviosa. Trató de colocarse el pelo tras la oreja, pero quedó en un gesto absurdo, porque lo tenía recogido con mil horquillas. Como cuando no tienes puestas las gafas y tratas de subirte la montura que te resbala por la nariz.
—Claro, el otro día yo... tú...
<<Nadie puede arrugar tanto el ceño, es imposible.>> Se dijo al ver como volvía a repetir el mismo gesto, pero de una forma mucho más exagerada.
—Venía por mi gato. Ha vomitado.
Reparó entonces en el transportín semirrígido que llevaba en la mano izquierda y del que asomaba un pelaje anaranjado.
—Vale, pasa por aquí. —Le indicó abriendo la puerta hacia el interior—. Has tenido suerte, hoy está siendo un día bastante tranquilo. Hemos tenido movimiento por la mañana, pero poco más...
Decidió que, si había sido capaz de dejar a un lado su preocupación por Martin, podía enterrar la sorpresa de ver en la clínica a Chiara, y centrarse en hacer su trabajo. Además, parecía preocupada y los vómitos nunca traían nada bueno.
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Until I see you again
FanfictionVioleta es una rata de biblioteca que derrocha su sueldo en comprar libros. Quizá, en parte, lo haga porque la repartidora que va con asiduidad a su casa le atrae un poco. Aunque ella no quiera admitirlo, claro. Por otro lado, Chiara tiene la cabeza...