XIV. Chiara

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La metáfora de criar pollos, dicha por su abuela a lo largo de toda su vida, había vuelto a usarse, pero esta vez por ella. Después de una semana con temperaturas bajo mínimos, que el domingo de ensayos se hubiera presentado tan cálido, había sido una auténtica pesadilla para ella. Se había pasado cargando con el bajo en su espalda más tiempo del necesario, debajo de varias capas de ropa que no pudo quitarse en ningún momento. El resultado: un baño de sudor por varias zonas de su cuerpo.

—Chiara, nosotras vamos a ir a comer, ¿te vienes?

Ruslana, la cantante de covers de su modesto grupo, sujetaba la puerta del local que les dejaban cada dos domingos para ensayar, esperando su respuesta.

—Que va, tengo que estudiar—contestó ajustándose la correa de la funda del bajo.

—¡Pero si es domingo!

—Vale, ¿pues nos vemos el jueves para el último ensayo? —Dijo, algo más comprensiva, Bea.

—Claro—sonrió levantando el pulgar.

El sol estaba en su punto más alto, rodeado por unas ligeras nubes. Resquicios de la tormenta que habían rodeado a la ciudad como una cúpula durante la semana entera.

—¡Intenta no agobiarte, todavía te quedan meses para examinarte!

Le gritó Bea ahuecando las manos en su boca.

—¡Lo intentaré!

Había conocido a Ruslana y Bea hacía cuatro años, cuando las tres trabajaban en una pizzería. De hecho, Bea seguía allí, en la cocina. En cuanto a Ruslana, trabajaba en un estudio de tatuajes. La mitad de los que tenía Chiara se los había hecho ella. Eran las amistades más duraderas de Chiara, y esperaba que siguieran siéndolo durante muchos años. Le costaba horrores mantener las relaciones de amistad, pero con ellas había sido muy natural desde el principio.

Seguía teniendo un calor insoportable, se despojó de la sudadera, aunque eso implicase que no pudiera cubrirse la cabeza y pasar desapercibida en el metro mientras escuchaba música en sus auriculares. Para cuando llegó allí, su vagón estaba lleno hasta los topes y tuvo que conformarse con un minúsculo hueco; en el que una mujer y sus bolsas la mantuvieron en una incómoda postura, para no aplastar el bajo, durante todo el trayecto. Por suerte pudo aislarse gracias a sus auriculares de cancelación de ruido.

Cuando salió al exterior, dejando que el sol volviera a bañarla, se arrepintió de no haberse marchado a casa dando un ligero paseo. Casi que habría sido mejor si no fuera por el calor que tenía en todo el cuerpo. Al menos no tenía que preocuparse por la comida. Álex había dejado preparada una lasaña antes de irse a comer con algunos compañeros del gimnasio. Lo que la dejaba sola, pero lo prefería. Socializar con algunas de las amistades de su hermano era agotador a veces—o la mayoría del tiempo—, pues eran muy estridentes. Luego estaba el hecho de que siempre elegían lugares muy concurridos para comer y ella se saturaba muchísimo.

Pasó por la clínica donde llevaba ahora Moose, bastante desierta en comparación a otros días. Pudo ver a Esther, la recepcionista, leyendo un libro tras el mostrador. Le sonaba la portada. Apenas fue un vistazo rápido en realidad, por lo que lo único que captaron sus ojos fueron la figura de Esther y un cartel pegado a la puerta que no se molestó en leer.

Necesitaba llegar a casa, soltar el bajo y darse una ducha relajante. No había mentido cuando les había dicho a Bea y Ruslana que tenía que estudiar. Llevaba muy en serio la planificación de cara a los futuros exámenes, y era pronto para agobiarse; pero había perdido un par de días en dicha planificación al estar mentalmente agotada, por lo que pensó en recuperarlos el domingo tras el ensayo.

Until I see you againDonde viven las historias. Descúbrelo ahora