XII. Chiara

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Días de lluvia y burocracia. La peor combinación de un martes de finales de noviembre. Había pasado una buena jornada en el trabajo, por otra parte.

Pero, sin duda, lo que se llevó el premio, fue chocarse contra Violeta en el metro. Chiara, que iba encapuchada y tiritando de frío, no veía la manera de llegar a su casa, darse una buena ducha caliente y acurrucarse junto a Moose mientras esperaba a que Álex llegase el gimnasio. Fue precisamente por las prisas que no vio que se iba a chocar con ella al salir del vagón. Y quizá por la capucha que casi le cubría por completo para ocultar el destrozo de pelo que llevaba a causa de la humedad. Lo agradeció, porque no quería que Violeta la viera así. De todas formas, ¿por qué le importaba tanto?

La acogió el olor a su casa y los maullidos de Moose. El gato estaba sentado frente a la puerta, una costumbre que había ido adquiriendo con el paso de las semanas. Bastaba que alguno de los mellizos entrase, para que cambiase la postura por refregones en las piernas y ronroneos en los que pedía que le hicieran caso. Aquella era la forma que tenía Moose de decir hola.

—Qué pasa, colega. ¿Me has echado de menos?

Pasó con él, en brazos, a la cocina, a mano derecha de la entrada. El cuenco de comida de Moose estaba vacío, el de agua a mitad.

—Supongo que el marquesito querrá comer para tener pellejo sin los huevecitos que le van a quitar.

Moose, como si de verdad entendiera las palabras de Chiara, saltó de sus brazos y se puso delante del cuenco. Maulló, mirándola fijamente, hasta tres veces, para comenzar a frotarse, sacándole una carcajada a la joven.

El enfado que traía por la lluvia y la cola que se había comido en el banco, se fue disipando a medida que pasaban los minutos en compañía de su gato. Moose podía ser a veces un poco pesado, no dejaba de tratarse de un cachorro todavía, y a menudo tenía que echarlo de su propia habitación porque se ponía a jugar con los apuntes de las oposiciones a Correos; pero las veces que la acompañaba tras días de mierda agradecía habérselo quedado. También le daba rabia lo bobo que era y que se dejase todo el dinero en comprarle juguetes para que luego una hoja de papel le resultase mucho más interesante.

Álex llegó a las diez menos cuarto, cuando la lluvia ya no golpeaba los cristales y el frío parecía haber aumentado, porque tuvo que cerrar la ventana que había abierto para ventilar. Venía hablando por el móvil, por lo que se limitó a un breve saludo al pasar por el pasillo. Chiara puso la oreja en la conversación que mantenía su mellizo, pues se reía a carcajadas.

—Menudo resbalón ha dado el pobre niño. Ya tía... ¡Claro que me siento fatal por reírme! Si la culpa la tienes tú... Está bien, está bien... Sí, su padre lo ha cogido, le ha dado una chuche y se le ha pasado todo... —hubo una pausa y soltó una larga carcajada—. Sí, sería mi hermana... Te cuelgo ya, que no he cenado y no quiero que me pese mucho el estómago... Sí, sí...

—¿Tu hermana?

—Joder, Kiki, ¡no me asustes así! —Se llevó una mano al pecho.

—Pues no cuchichees sobre mí.

—No lo hacía, boba. Le decía a Lucía que si te daban chuches después de un berrinche se te quitaba todo. La chica te conoció muy a fondo en nada de tiempo.

—Pues como Denna a ti. —Se la devolvió.

Lucía era una compañera de curro de su hermano con la que había mantenido una relación, de apenas tres semanas, hacía un par de años—cuando su hermano todavía no era monitor—. Una de paso y que no le aportó mucho más allá de dos ratos agradables. Durante la época en la que se fue conociendo un poco más a sí misma. Aunque su hermano se equivocaba, porque Lucía no supo entenderla en absoluto. Por eso Álex no podía picarla como sí que podía hacer ella con su psicóloga.

—Capulla. —Le dio una patada en el culo.

—Es que en cuestión de relaciones pasadas tienes las de perder, hermanito.

—Hablando de eso, adivina lo que me ha pasado hoy—comentó abriendo el armario para guardar la bolsa de deporte—. Me ha invitado a unas cañas el tío este... el que lleva bigote.

—¿En serio? —preguntó sorprendida.

—Pues no me esperaba que fuera gay... O igual era bi, no estoy seguro ahora.

—Qué hetero eres, hermanito. ¿Y le has dicho que no?

—Claro que he pasado. Lo siento por él, pero no creo que esté interesado en quedar con él...

—Claro, para poder quedar con Denna.

—Y dale.

—El tiempo me dará la razón—dijo convencida.

Conocía a su hermano y sabía que no iba a tardar en volver a quedar con la psicóloga. Solo era cuestión de tiempo. Se lo notaba en la cara. 

Until I see you againDonde viven las historias. Descúbrelo ahora