XXVIII. Chiara

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Moose estaba enrollado en una esquina de la cocina, más despierto y despejado que cuando lo habían dejado en el salón antes de irse. Maulló al mismo tiempo que ella preguntaba:

—¿Una tormenta?

—Eso me ha dicho. Están atrapados en el aeropuerto y no cree que puedan llegar.

El subidón por tener el número de Violeta y la adrenalina y euforia con la que había pisado el parking, se había disuelto al poner un pie en casa. El móvil de su hermano—de las pocas personas de su edad que conocía que no tenían el teléfono en silencio desde 2012— había empezado a sonar con bastante insistencia. Ella, pensando que sería cualquier persona antes que su madre, empezó a desembolsar la compra mientras su hermano contestaba.

Labor que dejó para sentarse en una silla cuando su hermano le dio la noticia.

—Joder.

—Nos toca cenar solos, hermanita.

—Eso parece. Con la de comida que hemos comprado, Álex.

—Habrá que comerse lo que no aguante para el 31. Espero que estén aquí para fin de año.

—La tormenta no puede durar tanto, ¿no?

Su hermano se encogió de hombros abriendo la despensa para guardar la leche de coco que había comprado con la idea de hacer una salsa para la carne. La misma por la que se había pasado casi veinte minutos haciendo cola en la carnicería.

—Mamá me ha dicho que abrirá videollamada. Así al menos podremos verles las caras a todos. Qué pena, con las ganas que tenía Joey de venir.

—Es un pobre consuelo. ¿Les devuelven el dinero de los billetes?

—Pues eso le he preguntado yo. Se supone que no porque el vuelo solo está retrasado por la tormenta y no cancelado.

—Hubiera sido mejor que lo hubieran cancelado—dijo Chiara haciendo un gurruño con una bolsa ya vacía.

—Tú tranquila, que llegar van a llegar. Más tarde y para un finde, pero mejor eso que esperar a marzo. Por qué no me cuentas lo que ha pasado en el Mercadona.

—¿Nada?

Su hermano alzó las cejas, encarándola.

—Eso, hazte la tonta. Te he dejado el trayecto hasta aquí por si me lo contabas tú, pero ya no me aguanto más. La sonrisa de bobalicona con la que has entrado en el coche no me engaña.

Álex le quitó otra bolsa de las manos, que estaba usando para evitar mirarla.

—Tengo su número.

—¡¡Bien!!

—Me ha dicho que era para consultas de Moose. — El gato se acercó al oír su nombre y se enroscó en sus piernas.

En los siguientes cinco minutos, le repitió a su hermano las conversaciones banales que había mantenido con ella mientras la acompañaba. Álex, cruzada de brazos sobre el pecho, la miraba con una sonrisa burlona. Aplaudió entusiasmado cuando le contó que le había hablado directamente para que la pelirroja pudiera tener también su número.

—Ya te vale, por cierto. Me has dejado a solas con ella aposta.

—De nada, eh. A Violeta le gustas, yo tengo ojos y he hecho bien mi trabajo. Solo con ver cómo te miraba en la consulta...

—¿Qué dices?

—¿No te has fijado? Disimula bastante bien, pero no demasiado.

—Bueno, he notado que le caigo bien; pero no que me mirase tanto como dices. Espero que me invite a ese café—musitó con la ilusión pintada en sus ojos.

Until I see you againDonde viven las historias. Descúbrelo ahora