XV. Violeta

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Segunda parte: Encuentros en la ciudad.


—¿Esterilizar y castrar? Bueno, chiquitajo, pues te ha tocado.

—Míralo, si es precioso —observó Violeta al gato que iban a anestesiar y al que tranquilizaba con pequeñas caricias y leves susurros.

—Tiene el pelo igual que tú, Violeta. Si adoptas uno tiene que ser pelirrojo —bromeó Fátima.

—Cuando mi casera afloje la política de no animales en su casa.

—Si quieres que me camele a tu casera, dímelo. —Guiñó un ojo Sota.

—Ni siquiera tus artes de Don Juan pueden ablandar a Doña Puri —le aseguró entre risas.

Menudo chasco se llevaría Doña Puri si se enterase que el apuesto hombre que la agasajaba con palabras era gay y encima iba a casarse en tres meses.

El gato maulló cuando la aguja de la anestesia penetró en su cuerpo. El felino se removió, tratando de escapar de las manos que lo mantenían tumbado en la camilla.

—Tranquilo, pequeño, si no te vas a enterar de nada —sonrió bajo la mascarilla cuando volvió a relajarse. Posiblemente porque la anestesia ya estaba haciendo efecto. Los movimientos de su cola se fueron ralentizando con el paso de los segundos.

Se retiró cuando se quedó dormido, para echar un rápido vistazo a la ficha abierta. Moose. Aquel era el nombre del gato tan bonito al que iban a extirpar los testículos. 6 meses recién cumplidos, mestizo, vacunas al día y última revisión 24 de noviembre en aquella misma clínica. Estaba recién creada, por eso no le sonaba aquel pequeñajo. Violeta conocía a todos los animales que pasaban asiduamente por la clínica.

—Podemos empezar —anunció Sota.

Violeta recordaba la primera cirugía con el doctor. Había sido hacía tres años, recién llegada a aquella familia a la que ahora pertenecía. Sota tuvo que darle un par de instrucciones, abrumada por la situación a la que se enfrentaba por primera vez. Por supuesto, estaba preparada, pero no lista para encontrarse de frente con que, en su primer día, tuvieran que operar a un chucho de una obstrucción en los riñones. Agradecía que Sota, que por entonces simplemente era su jefe, fuera tan paciente cuando se quedó congelada a mitad de la intervención. Por supuesto que le llamó la atención, pero también fue comprensivo con ella y lo abrumada que pudiera estar en su primer día en la clínica. Eso le dio a Violeta un subidón de autoestima y mayor confianza las siguientes semanas de adaptación.

Después de un par de operaciones más, estas más leves y no tan críticas, consiguió adaptarse por completo a su nuevo trabajo y a la familia que estaba a punto de hacer entre aquellas paredes.

...

—¿Tienes ya planes para navidad? —le preguntó Esther cuando atravesó las puertas con sensor que separaban entrada y consultas. Su jornada ya había acabado.

—Pues Sota todavía no me ha dicho cómo tengo mi horario o los días libres. Pero por lo pronto me quedo aquí.

Se soltó el pequeño recogido maltrecho tras tantas horas, y volvió a recogérselo. Los mechones más cortos ya empezaban a soltarse del coletero que llevaba usando todo el día.

—¿Y tú?

—Seguramente me escape con mi novio y su hijo un finde. Al peque le hace ilusión ver la nieve y aquí no cae ni un copo.

—Siempre es emocionante ver la nieve por primera vez. Te lo digo yo que a mis 23 años me han dado unas ganas locas.

—¿Tú no eras de Granada?

—Hace tiempo que me vine de Granada. —Se apoyó en el interior del mostrador, de espaldas.

—Violeta eso no puede ser. Ponle remedio pronto, mujer.

—No será para tanto.

—Hace un momento has expresado tu emoción por volver a ver la nieve. Vente conmigo, en el coche hay sitio para ti.

—No, no. Da igual, Esther.

—Si a mi novio no le molestará.

—Es una escapada en familia, no pinto nada.

Esther alzó las cejas, probablemente, y Violeta lo intuía a la perfección, sin ganas de seguir insistiendo. Tanto la recepcionista como ella, sabían que lo había dicho por compromiso, y que su respuesta sería negativa. Además, era cierto que la auxiliar no pintaba nada con Esther, su novio y el hijo de este.

—Si cambias de idea...

Aquello también había sido por compromiso.

—Te lo diré. Me voy que he quedado con mi compañero de piso.

—Violeta, que casi se me olvida. —La detuvo antes de que pudiera caminar hacia la puerta. La recepcionista hurgó en su bolso—. Tu libro. Lo he cuidado, como te prometí. No tiene ni un rasguño.

—Ni recordaba que te lo había dejado —comentó, maldiciendo su mala memoria a veces.

La campanita de la puerta sonó anunciando la llegada de alguien a la clínica. Cuando los ojos de Violeta navegaron hacia allí, vio un rostro extrañamente familiar.

—Hola, he venido a recoger a un gatito. Moose.

Until I see you againDonde viven las historias. Descúbrelo ahora