XXX. Chiara

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Respiró más calmada. Se atrevió a mirarla a la cara, a los ojos directamente. Esbozó una relajada sonrisa, le sonrió directamente a Violeta. Luego echó la vista a una estantería cualquiera.

—Vale—suspiró soltando el poco aire que habían guardado sus pulmones.

Había entrado en la librería hacía un par de días para aprendérsela de memoria. Para inspeccionar el terreno, como siempre hablaba con Denna cada vez que tenía que ir a un sitio nuevo o en el que nunca había estado. Quería parecer segura delante de Violeta, mostrar la confianza que le faltaba normalmente. Y parecía que lo había conseguido.

Aunque lo qué más le emocionaba era saber que no había parecido una acosadora por querer regalarle libros al saber algo sobre ella que no le había contado.

Chiara se había aprendido de memoria lo que más pedía Violeta, casi al mismo tiempo que el color de sus ojos. Dependiendo de la luz, parecían castaños o cafés. Pero, mirándola ahora, en las distancias más cortas, se dio cuenta de la realidad. Eran del color del café que a veces tomaba por las mañanas, el color que podía aclararse si le echaba más o menos leche; y el color de los troncos de los árboles cuando el sol chocaba en ellos.

—Me toca.

—¿Qué? —preguntó al salir de la librería.

—Elegir destino. Me muero de hambre, Chiara. Así que vamos a ir a una cafetería que hay escondida.

—Me parece bien

¿Podía quitarse la máscara que había creado para aquella... quedada? No cita. No era una cita. Las cien veces que lo había repetido mentalmente a lo largo de la semana no bastaban. Volvía a pensar que lo era.

Estaba cómoda con Violeta. Como no lo había estado en mucho tiempo con nadie. No se acercaba al nivel que había llegado a alcanzar con su hermana o con Ruslana y Bea, ya que con ellas le salía natural tras tantos años. Mientras caminaba a su lado, pensó que con ella podía conseguirlo. Con Violeta había sido fácil hablar durante horas, contarle lo que estaba haciendo o abrirle conversación más veces de las que esperaba. También le había costado horrores continuar haciéndolo. Las conversaciones decaían rápidamente al no saber exactamente cómo continuarlas. Violeta,por el contrario, no parecía tener ese problema, pues le sacaba tema al instante, casi con desesperación. O eso le parecía, pues nunca estaba segura por completo.

Incluso los silencios con ella no le perturbaban. Aunque era algo que estaba descubriendo ahora, mientras paseaban hacia esa cafetería a la que la pelirroja quería ir. En el Mercadona estaba nerviosa, los silencios parecían querer rellenarse a como fuera, pero logró acomodarse a ellos de manera natural.

—Oh, es esta cafetería.

Se le escapó al ver la pintura morada y los paneles blancos que la rodeaban. Las mesas, circulares, eran del mismo tono morado y las sillas, de mimbre, estaban pintadas de un blanco cercano a un tono gris algo plomizo.

Seguro que era suciedad por la obra de la calle contigua.

—¿Has estado?

—No. Solo la he visto de pasada cuando he callejeado por aquí.

—Yo pasé hace unos meses de camino a la boca del metro y vi que tenían opciones vegetarianas.

—¿Eres vegetariana? —Giró rápidamente la cara cuando se encontró con la mirada de Violeta.

—Sí, desde hace varios años.

Algo más sobre Violeta. Un dato que no esperaba. Por eso se quedó callada. Tenía miedo de que, al no saber qué decir exactamente, pudiera provocar una reacción negativa en ella.

Until I see you againDonde viven las historias. Descúbrelo ahora