XXXIX. Violeta

302 18 0
                                    

La cara de Chiara al verla en el rellano de su piso era un poema. Una cara de sorpresa, como si no la esperase. En el interior de la vivienda no se escuchaba nada, eso también era extraño.

—Violeta, qué haces aquí...

—Tu hermano me ha dicho que me pasara, que estaba invitada. Me ha comentado que Ruslana y Bea también venían. No me ha dicho mucho más que ¡noche de pizzas!

—Mi hermano. A mi hermano lo voy a matar cuando vuelva. —Violeta parpadeó absolutamente desubicada. No esperaba encontrarse a Chiara sola y sin demasiadas ganas de verla, por lo que parecía—. Eso de las noches de pizza se lo ha sacado de la manga. La única que está aquí soy yo. Bueno, y Moose.

Miró en dirección a una mesa donde había un platillo de arcilla con un juego de llaves; bajo esta, estaba agazapado el gato. Violeta creía haber visto un borrón naranja cuando la puerta se había abierto. Solo que estaba bastante atenta a la expresión de sorpresa de Chiara como para fijarse en otra cosa.

—Entiendo. ¿Y no quieres qué me quede? —preguntó con una única intención.

Chiara boqueó. Metió las manos en los bolsillos del pantalón a cuadros grises que llevaba—parecía un pijama— y se balanceó sobre la punta de sus calcetines negros.

—Álex es una liante. —La oyó musitar por lo bajo— Claro que quiero, pero, ¿no estás cansada?

—Chiara, solo me he pasado medio día en un refugio de animales. Voy cada mes, estoy más que acostumbrada. Es cierto que estoy algo cansada, pero es habitual. Sin embargo, no todos los días puedo ver tu casa, o cenar contigo. ¿Por qué nunca hemos ido a cenar?

Sus citas—Violeta no pensaba llamarlas de otra forma— se resumían en dar un paseo, tomar un café, hablar durante horas de cualquier tema y en intentar ponerla nerviosa. Adoraba hacerla enrojecer. Le seguía impresionando lo mucho que se había equivocado al mirar a Chiara.

—Pues... no ha surgido, no sé. —Violeta pasó al interior, por fin, observando la diminuta entradita. Moose seguía debajo del mueble, acechando, esperando que fuera seguro—. Tengo pizza... Creo que también hay masa, pero la nevera está algo pelada de verduras... Y tú eres vegetariana, entonces no podrías echarle nada a la pizza. Creo que las que compró Álex ayer son de jamón, bacon... Vaya, que nada apto para vegetarianos...

—Kiki, respira—se echó a reír posando sus manos en sus muñecas, frenando el inquieto movimiento de sus manos al explicarse—. Podemos pedir a cualquier pizzería.

—Ah... sí, claro... Vale. ¿Puedes hablar tú?

—¿Qué?

—Odio pedir a domicilio... —se explicó angustiada—. Normalmente lo hace mi hermano porque me hago un lío... Joder, pensarás que soy una inmadura.

—No, no pienso eso. Sin problema, pido yo. ¿Quieres enseñarme la casa? —preguntó sin poder contener la emoción en su voz.

—Sin que suene a negativa: tampoco hay demasiado que ver. Pero si insiste, señorita. —Le ofreció su brazo, sacándole una carcajada—. Aquí, a la derecha, está la cocina. Un lugar en el que se cocina, se charla y mi hermano me amenaza con golpearme con la sartén.

—¿En serio? —Chiara asintió entre risas, apagando la luz y conduciéndola a la puerta de en frente. Si continuaban hacia delante, había un pasillo que hacía esquina.

—Esto es el salón. Ese sofá, el más pequeño, era el rascador favorito de Moose hasta que le compramos el castillo que tienes a mano izquierda.

—Sí, creo que puedo ver las marcas desde aquí. —Analizó acercándose al sofá.

Until I see you againDonde viven las historias. Descúbrelo ahora