XVII. Violeta

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Había llegado por los pelos a la ubicación que le había enviado Martin. Se sorprendió al ver el local al que la había conducido. Estaba decorado con papel de falso ladrillo en color gris pizarra, tapados en algunas zonas por carteles de cine, música o series; mesas distribuidas por todo el espacio y una barra en el lateral derecho de la gigantesca sala, donde ya había varios clientes apoyados o sentados en taburetes. Lo que más le llamó la atención fue el pequeño escenario en penumbra al fondo, donde tres chicas se preparaban. Aquel debía de ser el concierto del que Martin le había hablado. Buscó a su amigo por la sala, gigantesca, casi a oscuras. El concierto estaba a punto de empezar.

Lo localizó a dos mesas del escenario, cuando le hizo una seña. Le había dicho en el mensaje que estaría acompañado por su cita de Tinder, pero no había rastro alguno de la chica con la que sabía que había quedado. Podría estar en el baño.

—¡Violeta! —Abrió los brazos, llamándola.

Se acercó, vacilante, hasta su amigo, tratando de no llamar más la atención.

<< ¿Ha sido tan desastrosa la cita?>> se preguntó la joven al ver que solo había una consumición sobre la mesa

—Hola. He llegado...

—¡¡Shh...!! Está a punto de empezar—la silenció un chico en la mesa contigua.

Martin puso los ojos en blanco, haciéndole una seña hacia la silla desocupada. Violeta tomó asiento justo cuando las luces que faltaban se apagaban.

—Menudo idiota. —Susurró su amigo pegando su silla a la suya para alejarse lo máximo posible de él.

—No hace falta que lo jures, tío—contestó ella tras aquella primera impresión.

—Gracias por venir.

Martin bufó, bloqueando el móvil. Pudo ver que había borrado la app de citas. Violeta sabía que era cuestión de tiempo que volviera a instalarla. No era la primera vez que sucedía. Pero, ante todo, apoyaba a su amigo y se interesaba por las citas.

—¿De verdad ha ido tan mal?

—Folla bien, pero es todo.

Le extrañó lo escueto que había sido, ya que estaba acostumbrada a que exagerase los encuentros; a que, a veces, fuera demasiado explícito. Incluso que se mostrase bastante ilusionado porque pudiera haber otra cita, y que llegasen a conocerse de verdad. Nunca pasaba. En todos los meses, desde que su mejor amigo había entrado en aquellas apps, ninguna de sus citas llegaba a más de un encuentro.

—Bueno, no es la primera vez que te sale rana una cita.

—Esta es la última. —Se cruzó de brazos. <<Ya, eso dices siempre>>—. ¿Vas a pedirte algo?

No pudo contestarle. Una voz sobre el escenario acalló también las conversaciones a su alrededor.

—¡Buenas noches! Somos BeKiRus, un trío de veinteañeras que se lo pasa genial tocando canciones de hace diez años o más... A veces metemos un temita actual, pero no es nuestra costumbre.

Una chica también pelirroja, que no debía ser mayor que ella, agarraba el micro con ambas manos mirando la sala con ojos vivos y casi tan brillantes como la luz que se reflejaba en su guitarra de color rojo.

—No creo que sea buena idea. Como me levante ahora...

—Pues bébete mi cerveza. Yo ya llevo dos y no quiero hacer tonterías. —Empujó su amigo el botellín.

Tonterías, en el lenguaje de Martin, era cogerse un pedo y pasarse de rosca. Violeta insistía, mentalmente, en que tenía que abordar a su amigo cuando el concierto acabase y estuvieran en casa. Normalmente no actuaba de esa forma, por más horrible que hubiera sido cualquiera de los encuentros que tuviera.

No pudo darle muchas más vueltas porque el concierto dio inicio con un rasgueo de guitarra que le sonaba muchísimo. La chica que había presentado al grupo, era la cantante. Los focos solo la iluminaban a ella mientras comenzaba a cantar. No lo hacía nada mal. Su pelo suelto y decorado con algunas horquillas, cambiaba todo el rato con la iluminación de los focos. Azul, violeta, amarillo, naranja, rojo... Violeta se quedó muda cuando, tras un golpe de batería, los focos danzaron para iluminar a la segunda chica. Esta tenía mucha presencia, de pie tras los pads y rodeada por un teclado y una mesa de mezclas. Tenía el pelo recogido en un pequeño moño y, desde la segunda fila donde Violeta estaba sentada, parecía mucho más baja que la cantante.

Sin embargo, para lo que nadie la había preparado, fue para la tercera entrada. Porque cuando los focos iluminaron a la bajista, se encontró con un rostro que llevaba semanas sin ver. Un rostro con el que, en demasiadas ocasiones, se había quedado pensando más de la cuenta.

—La chica de Amazon—susurró sin poder despegar su mirada gris de ella.

Por primera vez pudo admirar con más detenimiento a la chica que solía llevarle sus pedidos. Se quedó congelada en su silueta, en el ritmo que iba marcando con el pie derecho, en la afilada mandíbula que apretaba o cómo sacaba la lengua y se la pasaba por los labios. Posó sus ojos en sus antebrazos descubiertos y en la cantidad de tatuajes que se perdían por la camiseta sin mangas holgada y metida por unos vaqueros anchos de color negro. Solo pudo distinguir dos o tres debido a lo lejos que en realidad estaba.

Violeta se olvidó de las otras, solo tenía ojos para ella.

Quería acercarse más.

Y ni siquiera sabía su nombre.

Porque era ella. De verdad lo era. No se había confundido fruto del agotamiento que arrastraba al salir del trabajo, al creer ver un espejismo en aquel chico que había ido a recoger al gato naranja al que habían castrado aquella tarde.

—Me he dado cuenta de que no nos hemos presentado—dijo la cantante cuando acabó la canción. Llevó sus manos al pecho y con una sonrisa, lo hizo—. Yo soy Ruslana, encantadora, radiante y una chuche. Canto, toco la guitarra y llevo la imagen del trío. A la batería: Bea. Nos salva la vida con su habilidad con la tecnología, el maquillaje, el teclado y la batería.  —Se escucharon unas palmas por el local, mientras Bea hacía bailar las baquetas. —Y, por último, pero no menos importante: Chiara, una brillante bajista que cambia más de peinado que de bragas. Oh, y la mayoría de los arreglos los ha hecho ella, pero no se lo digáis porque se le sube a la cabeza.

Chiara.

Se llamaba Chiara.

Dejo escapar una carcajada, al igual que el resto de la sala, cuando la, ya no tan misteriosa chica de Amazon, fulminó a Ruslana y saludó con una timidez que para nada iba con la imagen idealizada que se había hecho de ella.

Violeta contuvo la respiración cuando la mirada oscurecida de Chiara cayó sobre ella, disipando las carcajadas.

Until I see you againDonde viven las historias. Descúbrelo ahora