23. Lecciones íntimas

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Hestia metió su palmar en la entrepierna y tanteó la durmiente virtud de Heros, que se fue irguiendo ante el roce que le provocaba. Recorrió el duro atributo a través de la tela del bóxer; no solo era largo, también era grande y grueso. Era por eso que se decía que los callados e inteligentes, tenían grandes dotes, que mantenían ocultos. Moldeó una sonrisa astuta y de complacencia en su hermoso rostro. Introdujo su mano con lentitud y sintió una la firmeza, cálida y apetecible, como para volverse a llevar dentro de su boca, que gracias a su flexibilidad se podía adaptar al tamaño de la gran espada de su bello héroe; tan distinguido y notable, como para removerle la entrañas, justo como lo había deseadp, así lo había obtenido. Sin duda alguna, el destino la recompensaba con su anhelado juguete y a ella no le temblaban el pulso para hacerlo suyo cuantas veces quisiera, a pesar de que estaba en vísperas de matrimonio. Aquella ni siquiera lo amaba y lo estaba engañando. Mas, por el momento, habría tiempo de sobra para jugar con el sobresaliente talento de su joven amante. Ahora, aumentaría la libido y la impotencia en él, para que cuando llegara el momento cúspide de su relación, Heros se abalanzara sobre ella, como una bestia hambrienta, furiosa y ansiosa de poder tener su tersa piel blanca entre los puntiagudos colmillos. Jamás había estado tan ansiosa de divertirse con alguien, pero de igual forma de perdurar el entretenimiento lo más que pudiera. Por lo general, los utilizaba y los desechaba al instante, ya que eran de uso único. Sin embargo, con Heros quería invertir todo su tiempo, para ver el desenlace de esta historia.

Así, siguió tanteando la ancha espalda del chico, que se marcaba debido al ejercicio que le había modificado la apariencia a una atlética. Pasó su lengua, degustando el sabor de su dulce conejito, como una leona probando a su ciervo que había cazado y que tenía en su poder, para darle muerte cuando así lo dispusiera. Succionó con sus labios en las zonas de los omoplatos, dejándole chupones morados. No satisfecha con los dos, le dejó su sello en casi todo el dorso; lo marcaba como suyo, pues era de su propiedad. Desde que habían iniciado con su aventura, ya no había vuelta atrás, ni tampoco permitiría que otras lo tocaran; era egoísta y codiciosa. Retrocedió, para tomar distancia de él. Separó sus piernas pocos centímetros, preparándose para seguir ofendiéndolo con todo el gusto del mundo. Agitó el látigo en el aire y lo levantó por encima de su cabeza. Hizo un rápido movimiento con su brazo, similar a un destello, para luego escucharse el impetuoso golpe de las colas en la carne de su esclavo, parecido a los rayos y los truenos.

Heros apretaba su mandíbula ante los choques del ardiente objeto, que le quemaba la piel. Sin embargo, no emitía ningún sonido de dolor de sus cuerdas vocales, solo pesados suspiros. Se estremecía, porque los sentía, ya que su capacidad de robot era mental, tal parece que no física, pero podía soportarlo. ¿Alguna vez creyó estar en esta posición tan humillante? No, pero al estar con Hestia, los horizontes que podía contemplar en su vida se habían multiplicado. Era como si rumbos que se habían mantenido escondidos en la oscuridad, ahora se manifestaba en su radar.

Hestia terminó la mitad su cuadro, pintando un hermoso paisaje rojo y morado. Se había agitado con levedad, pero aún le faltaba otra parte. Entonces, le quitó el botón y le bajó el cierre de la cremallera. Arrastró el bóxer hacia abajo, exponiendo los glúteos de Heros y le acomodó el cuerpo, para que quedara encorvado hacia delante. Movió el látigo e impactó contra las firmes nalgas del chico, que se sobresaltó ante el choque. Golpeaba de manera repetida y enérgica la carne de su lindo chico, hasta que concluyó su castigo. De niña, sus padres jamás la exhortaron de forma física, por lo que no sabía cómo se sentía ser azotada o nalgueada. ¿Sentía lo mismo un hombre que una mujer al ser sometidos a la misma situación? No había que ser un experto para dar con la respuesta a esa interrogante, y era no; ambos sentían y se excitaban de modo diferente; eso era lo maravilloso de la anatomía y de la sexualidad. Buscó un lubricante en el estante y se lo echó en los guantes que tenía puesto. Se frotó las manos, para esparcirlo por su palmar. Entonces, pegó su voluptuoso pecho en el dorso de Heros, y comenzó frotar la erguida virtud que resbalaba en sus manos, gracias al líquido que había utilizado. Masturbaba a su amante, estando él de espaldas. Se mantuvo haciéndolo por varios minutos, hasta que el blanquecino orgasmo salió disparado y se quedó pegado en la pared y parte de la tabla en la que estaba siendo aprisionado.

La Jefa (BDSM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora