Heros, por algún motivo, había recordado los acontecimientos un día antes de haberse encontrado por primera vez. Ignoraba, por supuesto, la infidelidad de Lacey.
—Así que ninguno de los dos tiene el valor de decir la verdad —dijo Hestia, con antipatía al referirse a ellos—. Esperaba que, bajo estar circunstancias, tuvieras un poco de vergüenza, Lacey. Veo que no tienes remedio.
—Él es mi amante, Heros —dijo Lacey, viendo solo a su prometido. Aunque había sido tarde, había comenzado a sentirse atraída por él. Pero, nada más, el cambio drástico de su físico y de su nueva personalidad, era lo que le parecía irresistible. Quizás, debió haber terminado su relación con Heros, y darse una oportunidad con Danniel, pero no quería dejarlo, porque sentía un extraño cariño por Heros. Ya era tarde y todo este matrimonio se había ido al infierno—. He estado engañándote con él durante varios años.
Lacey se echó a llorar de manera descontrolada, mientras era auxiliada por su padre y sus familiares. Sus lágrimas le quitaban el maquillaje de la cara, haciéndola lucir de una manera menos estética.
Heros escuchó atento la confesión que hacía Lacey. Hace varios años, por lo que fue en el tiempo en que ella le gustaba de verdad. Se mantuvo sereno y calmado. ¿Cómo debía sentirse al respecto ante esta deplorable situación? Hestia lo había hecho perder su humanidad, y se comportaba más como un robot, porque siendo sincero, no sentía nada ante el engaño de Lacey; ni rabia, ni tristeza, ni enojo. Era más, hasta se hallaba un poco más aliviado. Creyó que le rompería el corazón y la haría quedar en una terrible pena. Sin embargo, si ella le estaba siendo infiel desde mucho tiempo atrás, significaba que, en realidad, tampoco sentía algo fuerte y sincero por él. Se había estado atormentando más de la cuenta y ahora, al saber que Lacey lo había traicionado primero, aplacaba un poco la culpa que le presionaba el pecho, hasta asfixiarlo.
Los susurros de los invitados se incrementaron al oír las palabras de la novia.
—Pero qué clase de pareja —comentaban los insensatos—. Ambos se estaban colocando los cuernos.
—Vaya amor y así se iban a casar.
—Aló, amiga, ni vas a creer lo que está sucediendo en la boda.
—Sí, el novio dijo que no y después ser armó un tremendo espectáculo.
—Ambos invitaron a sus amantes al matrimonio.
Hestia estaba excitada de ver el dolor de su rastrera secretaria. Se acercó a ella y le entregó dos papeles, donde constaba que no había realizado ninguna petición de permiso en la empresa. Además, de la carta de despido, pues debido a su actitud desleal, ya no seguiría laborando en corporaciones Haller. Sin embargo, la diversión ni había terminado. Aplaudió dos veces, y entonces, cuatro mujeres aparecieron de una de las puertas. Tenía un sexy vestido negro con altos tacones y sus caras estaban ocultas por antifaces. Acomodadas en filas, la segunda y la cuarta sostenían bolsas para ofrendas de color rojo (alfolí)es, sosteniéndolos por el soporte de acero brillante. Mientras que la primera y la tercera modelaban, sacando fotografías y arrojándolas, a lados distintos de la sala. Para luego salir y desaparecer del sitio, como fantasmas que andaban de paso por el cementerio.
Los invitados, no esperaron ni un minuto, para acercarse a recoger las imágenes, en las que aparecían Lacey y Danniel caminando, besándose, a ella bajándose del carro de él, incluso, cerca del lugar de la empresa. El mismo Danniel levantó una del piso. Sonrió, pero de forma irónica y de derrota. Entonces, miró a aquella dama de negro que había irrumpido en la catedral, para sumirlo un desorden, como si fuera un espectáculo de telenovela. Aunque fuera de forma vaga, la diferenciaba un poco. Sí, se parecía a aquella hermosa mujer con la que había chocado mucho tiempo atrás en el restaurante al que había invitado a Lacey, para escaparse del trabajo, con la excusa de que celebraría su aniversario con el prometido. Podía diferenciarla, ya que no era ciego, ni tonto. Así que, ella se había convertido en amante de aquel regordete e ingenuo chico al que había conocido desde la distancia en alguna ocasión. Creía que era el más estúpido e inepto de los hombres que habitaban sobre la faz de la tierra y había logrado tener una aventura secreta con la propia jefa de su novia. En verdad el mundo daba muchas vueltas y lo seres humanos podían dar grandes sorpresas. Pero, mira el tremendo show que se había montado. Debía admitir, que él se veía diferente. Quizás por eso, Lacey se había alejado y lo había estado evitando, ya que ese tal Heros se había vuelto más atractivo. Suspiró con resignación, puesto que, también, había reconocido a una de las que había regado las fotografía en el suelo. Sabía cuándo alguien era un cazador, y esa misteriosa señora de antifaz y vestido oscuro, emanaba poder y maldad; había preparado todo este teatro y siempre los había tenido en las palmas de sus manos. En el fondo, ni siquiera sabía cómo reaccionar ante esta situación. Había deseado que Lacey no se casara con Heros y que ocurriera algún evento, que no les permitiera llevar a cabo la boda. Había tratado de imaginar algún escenario donde la boda se cancelase, pero no había llegado a ver ninguna. No obstante, la jefa lo había hecho posible.
—Aquí tienes —dijo Hestia, con sumo desprecio hacia ella—. Ahora, húndete en tu mar de lamentos, por haberte atrevido a engañarme.
Heros se hallaba absorto en sus pensamientos. El llanto de Lacey era el ruido que escuchaba con más claridad. ¿Qué debía decirle? Nada, no tenía el derecho, ni la potestad para reclamarle a Lacey que lo hubiera engañado, si él había cometido el mismo crimen, por lo que no estaba libre de pacado para lanzarle piedras a ella. Sus ojos se cristalizaron al encontrarse impotente ante este trágico desenlace. Siempre se había mantenido al margen de los problemas y su círculo de amigos era reducido. Se quitó el decorado de la flor que estaba en su saco y lo arrojó al suelo.
El hermano de Lacey dio un paso al frente de Hestia, con su rostro bañado en lágrimas y con su rostro encolerizado de la rabia y frustración de lo que estaba haciendo a su querida hermana.
—¡Te pasaste de la raya, bruja desquiciada! —gritó aquel muchacho, fuera de control—. No permitiré que sigas burlándote de Lacey.
—Bruja, sí, desquiciada también —dijo Hestia, con antipática arrogancia hacia el joven, que la encaraba de forma atrevida—. Me halagas, niñito.
El hermano de Lacey elevó su brazo por detrás de su cabeza, preparado para darle una cachetada a la desconocida y repugnante mujer que había arruinado el matrimonio de Lacey. Tenía tanta ira, que estaba cegado por solo darle una lección a la extraña.
Heros que se había acercado a Hestia desde que su "cuñado" se había aproximado a su diosa. Notaba la cólera en el rostro de aquel hombre y se adecuó para hacerle frente. Evitó que el golpe dañara a su amada divinidad, interponiendo su brazo zurdo y lo empujó el pecho con su mano abierta.
—No hagas eso, podrías arrepentirte de haberle tocado una sola hebra de su cabello —dijo Heros, con expresión amenazante y con sus ojos resplandecientes en una viva llama infernal. A pesar de todo el mal y todo el dolor que Hestia estaba provocando. Su único deseo era cuidarla y protegerla, incluso, sabiendo que era una villana malvada, que le gustaba infligir dolor en los demás. Y eso era algo que le fascinaba, porque compartía y se había enamorado, de esa personalidad despiadada y perversa de Hestia.
—¡Tú eres el culpable de esto! —dijo el hermano de Lacey, con enfado, y se arrojó sobre Heros, dándole un golpe en la mejilla.
Heros había doblado su cabeza debido al fuerte golpe que había recibido. La mejilla le ardía con ligereza, como si por un instante lo estuvieran quemando. En el pasado se había dejado intimidar de las otras personas y reconocía que la violencia no debía ser respondida con más salvajismo. Ni siquiera le molestaba que lo hubiera golpeado a él, porque podía ser una forma de redimirse. Lo que más le había hecho enojarse era que se había atrevido dañar la integridad de Hestia frente él. Eso era algo que merecía ser correspondido, con rigor posible. Recompuso su vista al frente y se abalanzó sobre él, cayendo de la tarima, encima de las sillas que habían sido destinadas para los novios y los padrinos. Trató de mantener a raya al hermano de Lacey, pero en medio de su forcejeo otros hombres se alzaron en su contra.
El desorden se apoderó del lugar, en la que los presentes se apartaban de los peleadores, que iban de aquí para allá, sin importarle quién estuviera en el medio.
Hestia, encantada, observaba la escena que se reflejaba en sus oscuras pupilas dilatadas. Reía a carcajadas en sus adentros, mientras manifestaba una sonrisa rígida en sus carnosos labios. La recompensa por su paciente espera se encarnaba en una tenaz batalla; la del precioso divino héroe, bañado con la gracia de los dioses inmortales, con otros horribles y sucios monstruos, que mancillaban la belleza del protagonista. Aunque, todo era un divino caos propiciado por ella, como la diosa que manejaba los hilos de los mortales. Su excitación alcanzó el punto más alto, que sus bragas se habían empapado debido a la grata escena que presenciaba.
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La Jefa (BDSM)
RomanceElla es la multimillonaria, fría, arrogante y experimentada, adicta al concúbito. Mira a todos por encima del hombro o con su hermoso rostro levantado, mientras los demás agachan su cabeza, postrándose ante su majestuosa presencia. Hechiza a hombres...