49. Una pareja verdadera

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Hestia se puso encima de Heros. Sus palabras eran ciertas, desde que lo había conocido, todo estaba destinado a un desenlace trágico, sin ninguna ceremonia de bodas. Luego de eso, debía relajar a su lindo chico y hacer que se olvidara de sus problemas. Se quitó el sujetador deportivo, al que solo había apartado un poco, para mostrar sus grandes pechos. Ahora se hallaba desnudad en su totalidad. Lamió el abdomen marcado de su atractivo chico y sintió en su paladar el salado sudor de la transpiración de Heros. Era como probar deliciosas tabletas de sal. Fue ascendiente, hasta los esbeltos pectorales, a los cuales degustó las tetillas con su lengua. Acarició cada rincón del cuero de Heros, palpando su divina creación; lo había convertido en el compañero de cama perfecto, que se acoplaba a la perfección a ella. Así, había convertido a aquel muchacho nerd, ingenuo y lento, en un magnífico amante. Agarró la dureza de Heros con su diestra. Levantó sus glúteos y volvió a acomodarla en su interior. Separó sus labios al quedar ensartada en el firme talento de Heros. A pesar de haberlo hecho hace pocos minutos, el goce que le proporcionaba era seguro y certero. Además, él tenía energía de sobra, debido a que estaba en la cúspide la juventud. Su mirada fulgurante de lascivia y su alma temblaba de alegría al ser completada. Al tener a Heros, podía hacerlo cuantas veces quisiera, dando rienda a suelta su enorme apetito sexual. No bastaba con una hacerlo una sola vez, sino que debían continuar, hasta el punto de morir de placer, por poco, que fuera de manera literal. Alzaba y dejaba caer sus caderas de modo lento, mientras realizaba figuras circulares, sobre la empinada entrepierna de Heros, que parecía tocarla más profundo. Rasguñaba el torso del chico con sus finas uñas, como una bestia salvaje. Se habían concentrado en guardar las apariencias, que habían dejado de lado la esencia extravagante y violenta que los había unido. Aún restaban algunos días hasta la boda, por lo que aprovecharía para volver al auge de sus perversidades. Sin embargo, los objeto que tenían en el gimnasio podían considerarse potencial parafernalia sexual, debido a que algunas eran igual de extrañas que las que se utilizaban y las que tenía en su habitación púrpura.

Heros se sostenía de la cintura de Hestia, en tanto ella lo trastornaba con el melodioso meneo de las caderas. Los pechos rebotaban de forma leve ante su azulada mirada. Las mejillas ruborizadas y el corto cabello rojo, ondulado, a veces se le quedaba pegado en la cara, debido a la traspiración que brotaba de los poros de su divinidad. Apartó un mechón del carmesí y apreció la belleza de su diosa, mientras Hestia danzaba sobre él. Deslizó su palmar, hasta los huesos de la clavícula que sobresalían en su torso. Bajó hasta los blandos pechos y los apretó a gusto, para luego tocar la zona del ombligo de Hestia, que se evidenciaba, como una leve hendidura. Levantó espalda hacia ella, para besarla, sin que Hestia se detuviera. Después se puso de pie y la cargó, en tanto se aferraba a él con las piernas y con los brazos por detrás de su nuca. Caminó hacia donde se hallaba una barra, para hacer dominadas.

Hestia se agarró del objeto metálico, pero sin dejar de abrazar a Heros con sus extremidades inferiores. Así, fueron utilizando los diferentes aparatos del gimnasio como apoyo para las más novedosas posiciones, en la que, incluso, hicieron empleo de una pelota de ejercicios, por lo que juntos habían ideado una nueva rutina y uso de las máquinas. Respiraba de manera alterada, más de lo que acostumbraba. ¿Cuántes veces lo habían hecho? Había perdido la cuenta luego de la doceava sesión. Su intimidad fue la primera en ser llenada hasta a desbordarse, para luego seguir con su humanidad trasera. El piso del lugar estaba empapado de la evidencia de sus lascivos pecados. Estaba segura de que, Heros era el hombre correcto y correcto, con el que podía expresar sus más lujuriosos instintos, no por algo había hecho que su corazón latiera de una forma diferente. ¿Era de amor? No, esa palabra no existía en su diccionario, y su alguna vez llegase a aparecer en su libro, siendo este el primer y único caso en que se permitiría que ese sentimiento aflorara tanto, tendría que tacharla y arrancar la página, para lanzarla al fuego de la hoguera.

Heros, después de aquel día, fue recibiendo regalos caros y extravagantes de parte de Hestia. Le obsequió, no solo el jet que alguna vez le había comentado, sino también un helicóptero, un yate y cuatro autos: un Ferrari, un Lamborghini, una camioneta y un Rolls-Royce. Un departamento de primera clase a su nombre, ropa de marca, perfumes, relojes, máquinas de gimnasia, muebles, un local para que pudiera comenzar de nuevo su propio negocio, un contrato de inversión con Corporaciones Haller, entre otros regalos, en lo que más destacaba una tarjeta de crédito de color negro, siendo esta la más exclusiva; destinada a la elite más poderosa del mundo. Había dejado en claro que no le interesaba el dinero o las riquezas que tuviera. Sin embargo, no pudo evitar recibirlas. En un parpadeo su vida había cambiado de forma drástica y ahora tenía más de lo que nunca llegó a imaginar. Pero, de alguna manera, se sentía como si estuviera recibiendo un pago por su relación, como si su romance estuviera influenciado bajo un sistema de interés dinero-servicio, que lo hacía sentir como un scort, que le había estado dando sus servicios a una adinerada mujer. O, quizás estaba exagerando las cosas y Hestia solo quería darle esos regalos. Sea lo que fuera, escogía el lado bueno, porque toda su confianza estaba puesta en ella. Además, preparó un modesto detalle para dárselo, aunque no se comparaba con los que había recibido. Estaba en la oficina de Hestia y ya era la hora en la que la mayoría salía del trabajo. Se mantenía con una de sus piernas, metidas entre las de Hestia. Tocaba la blanda intimidad de su señora, con su rodilla derecha. Sus labios humedecidos se separaron de los carnosos y cincelados de los de su hermosa jefa.

—Aquí tienes —dijo Heros, dándole dos paquetes rectangulares—. Espero que sean de tu agrado.

—Vaya, me siento honrada por tus regalos. —Hestia percibió un agradable frío en su torso y una ligera corriente que le recorrió las piernas. ¿Tanto la emocionaba unos simples regalos? No, no eran los obsequios, sino quién se los daba. Su pecho sentía una presión de felicidad. Incluso, hasta por un momento sonrió de forma genuina. Lo hizo sin pensarlo, pero con rapidez retomó si gesto tensó, ya que no debía entusiasmarse demasiado—. Gracias. —Le dio un cálido beso en la mejilla por acto reflejo, que la hizo sonrojarse. Pero, ¿qué era lo que le sucedía? Un ósculo en el pómulo a Heros la hacía sentir extraña y nerviosa, si ya habían hecho cosas peores. Era que, por un corto instante, fue cariñosa y real, como si ellos dos fueran novios auténticos.

—Ábrelos —comentó Heros, señalando los objetos que le había entregado.

Hestia puso uno encima del escritorio y destapó la bolsa del primero, en el que observó una caja chocolates. Había deducido que podría serlo, pero había dos, por lo que se cuestionaba si la otra también eran dulces. Agarró el segundo y lo destapó sin demora, para encontrarse con lo que era un libro. Leyó el título en su cabeza: LA MADRE DE MI NOVIA, con una frase bastante interesante: El amor después del amor. ¿Quién la había escrito? Decía: Autor anónimo. Frunció el ceño y miró a Heros, como esperando que le explicara el porqué de ese regalo.

—Leí ese libro hace poco —comentó Heros, con sagacidad—. Se trata del romance de una mujer de más de cuarenta años, que es una madre soltera, con un joven de veinte, que era el novio de su hija. Era una aventura secreta, prohibida e inmoral. ¿No lo crees?

—Entiendo el punto —dijo Hestia, con media sonrisa en sus labios. Captó a la perfección la referencia, de que su relación era parecida a la que ocurría en la novela—. ¿Y cómo acabaron las cosas para ellos?

—Debes leerlo —dijo Heros, con picardía—. No te daré adelantos.

—Ya veo —dijo Hestia, aceptando con agrado los obsequios de su atractivo asistente—. La leeré. —Aprisionó a Heros con sus brazos, como una serpiente, enrollando su presa—. Supongo que debo darte una recompensa.

Los dos sellaron su intercambio de regalos con un cálido y lento beso, en el que ya no había solo pasión y atracción física, sino también, cariño y ternura. Algo había cambiado en ambos: cada uno estaba enamorado del otro, pero él no se atrevía a expresarlo y ella quería matar ese sentimiento a como diera lugar, porque Hestia Haller no sería vencida por lo más cursi y estúpido del universo: el amor. Sus corazones latían al mismo ritmo, preparado para danzar por siempre juntos. Mas, estaban atados por cadenas de acero, que no los permitía disfrutar a plenitud. Al final, se quedaron abrazados en el despacho, mientras observaban el majestuoso atardecer a través de la ventana. Por esos pocos minutos, todo fue tranquilo, perfecto y hermoso. Sin embargo, para dar paso al ojo del huracán, siempre se presenta una falsa calma. En ese efímero momento de la vida, Hestia y Heros fueron una pareja verdadera, luego de haber tenido aquel encuentro destinado al frente de la empresa de corporaciones Haller.

La Jefa (BDSM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora