Heros lo pensó por un par de segundos y cuando se decidió a hacerlo, se acercó uno de los meseros.
—Disculpe, joven señor. —Se acercó a la oreja de Heros y le susurró—: aquella mujer lo ha mandado a buscar. Dice que solo el dueño puede atenderla.
Heros vio a Hestia que lo miraba de vuelta con una sonrisa tensa. Su semblante se mantuvo inexpresivo y se puso de pie, excusando con las chicas.
—¿Qué desea comer? —preguntó Heros, adaptando el rol de un mesero con su clienta.
—A ti —respondió Hestia, mirando en dirección de las muchachas.
—No tenemos ese platillo disponible. Por favor, escoja algo que se encuentre en venta —dijo Heros. Observaba con fijeza a Hestia. Ambos se mantenían con sus rostros serios.
—Café. Entonces —comentó ella—. Veo que los meseros son amables con ciertas chicas y seco con otras.
—No, solo contigo, Ms. Haller. Ahora recoges lo que cosechaste. —Hizo un gesto con su mano, para indicarle que trajeran una taza de café.
La mirada verdosa de Hestia y la azulada de Heros, resplandecían, como echando chispas de la discordia que había entre ellos.
Las muchachas pagaron y se despidieron de Heros con amabilidad.
—Te notaba feliz con ellas —dijo Hestia, de manera serena. Había visto todo desde su auto y quiso esperar a que estuviera solo. Siempre había estado con Heros, como amantes, por lo que no había sentido el peso de la atracción que generaba en otras mujeres y que él les correspondiera.
—Lo que haga o cómo me sienta, no tiene por qué ser de su importancia, Ms. Haller —dijo, Heros, con total tranquilidad. Aunque, Hestia fuera la más hermosa y provocara un estado de encanto en los hombres y más en él, debía resistirse a ese hechizo tan poderos, que ponía a prueba su voluntad—. Ya estaba por irme. Espero no molestarla en su comida. —Se preparó salir del chico
—Espera —dijo Hestia, agarrándolo por la muñeca—. ¿Tienes que ser tan frío y cortante conmigo?
—¿Adivina de quién aprendí a serlo? —Heros exhaló con resignación y se sentó—. No te entiendo Hestia Haller. Me dices que me vaya y ahora tú eres la que está aquí. ¿Vienes a decirme que abandonas tus riquezas, para irte conmigo a vivir a una casa humilde?
El empleado trajo el pedido y lo puso de manera hábil en la mesa.
—¿Quién dijo que vine a ti? Solo quiero un café, eso es todo —respondió Hestia, mientras soplaba la bebida. Tomó un pequeño trago, debido a que estaba caliente. Luego frunció el ceño.—. Y claro que no voy a dejar mi fortuna.
—Eso creí.
—¿Es lo que deseas?
—No de esa forma. Pero ya sabes mi anhelo de vivir junto a ti y de tener una familia contigo —dijo Heros, mostrándose formal y severo con sus palabras—. No es sano aferrarse al pasado, ni estar obsesionado con una persona. Si no quieres estar conmigo, lo más seguro es que algún día conozcas a un hombre que te robe el corazón y con el que sí desees pasar el resto de tu vida. Y quizás, así, yo algún día encuentre el amor en otra mujer.
—¿Qué es lo que dices? —preguntó Hestia. Pero su cuerpo se estremeció ante ese decreto—. Yo no necesito, ni tampoco deseo conocer a alguien más. En el pasado ya estuvo con alguno que otro desdichado. Si te hubiera conocido antes, tú serías el único para mí, y quiero a nadie más después de ti. —Se tocó el vientre de manera sutil, sique él se diera cuenta. Quiso contárselo, que estaba embarazada y que serían padres, pero siempre terminaban discutiendo—. Y tampoco permitiré que ninguna otra esté contigo. Cualquier mujer que se acerque a ti, la destruiré y la humillaré. ¿Piensas que soy mala y despiadada? Entonces, te ensañaré de lo que soy capaz. Les mostraré que Heros Deale solo es de Hestia Haller, y que mi nombre está escrito en tu corazón.
Heros conservó el silencio. Era claro que ella no cambiaría y no tenía por qué hacerlo, pero al menos podía aceptar sus errores. Aunque, debido a ese orgullo y esa soberbia, era poco probable que lo realizara.
—Entiendo. No quieres estar conmigo y tampoco me dejarás ser feliz con alguien más —comentó Heros, relajando su postura en la silla—. Tal parece que, no puedes elegir entre dejarme o permanecer conmigo. Me gustan las mujeres decididas y que saben lo que quieren, no que se comporten como adolescentes confundidas.
—Di lo que quieras. En estos momentos no quiero seguir discutiendo conmigo. —Pidió más postres y comió mucho. A ver si entendía el mensaje que le estaba dando.
—No recuerdo que comieras tanto. ¿Tus pecados y tu culpa hicieron aumentar tu apetito? —comentó Heros, en tanto observaba como Hestia devoraba los bocadillos.
—Ahora debo comer el doble o el triple... por el frío —dijo Hestia, con una sonrisa tensa en sus cincelados labios. En verdad, aunque los hombres fueran inteligentes y estudiosos, eran bastante malos para entender indirectas. Al final de la tarde, los dos se disponían a irse de la tienda—. ¿Quieres que te lleve?
Heros miró el lado perfilado de Hestia. Era débil ante ella y que ambos viajaran juntos en auto, ya era una costumbre, sin importar que no tuvieran nada.
—Está bien.
Hestia, luego de regresar a su suite, hizo los preparativos para interceptar a aquella que había decidido venir a la ciudad. Al día siguiente, eran las once de la mañana, cuando Hestia había preparado una caravana de siete autos, que ingresaron al aeropuerto, donde el jet privado ya había aterrizado, mientras que otros siete vehículos ya se encontraban en el sitio. En seis de los vehículos de los dos bandos, había dos guardaespaldas, para un total de veinticuatro, divididos de doce en doce. Los escoltas eran altos y bien vestidos con sus trajes, lentes y audífonos.
El conductor del coche en donde venía Hestia, siendo el número trece de su grupo de hombres, le abrió la puerta y ella salió de manera glamorosa.
Hestia se ubicó a la cabeza de la formación, luciendo siempre radiante y celestial, debido a su aura de diosa. Se había puesto un traje de tonalidad negra, con un abrigo escarlata, que combinaba con su cabello ondulado rojo carmesí, que parecía ser una llama. Su vista esmeralda, reflejaron a la que era la persona que más detestaba y odiaba en el mundo.
La mujer rubia tenía una cabellera más larga, pero también ondulada, que resplandecía como hebras de oro al sol. Sus ojos eran de igual tonalidad que los de Hestia, verde, esmeralda. Era elegante y de clase, como una señora de la alta sociedad. Su presencia también era iluminada por los astros del cielo, como si una deidad estuviera descendiendo de los cielos. Bajó por las escaleras, con su escolta de confianza caminando detrás de ella. Avanzó entre su cuerpo de seguridad y se posó al frente de Hestia. Su altura, su curvilínea figura, sus virtudes físicas y su rostro eran idénticos, como si fueran la misma persona y como si fuera una perfecta replica de la deidad, salvo por el color de su melena; una carmesí y la otra dorada, eso era lo único que las distinguía.
—Años sin verte, Hestia. Mi querida hermanita —dijo la mujer rubia, con un melódico acento alemán.
—Ni querida, ni hermanita —comentó Hestia, haciendo alarde su armónico francés—. Soy la mayor, Deméter.
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La Jefa (BDSM)
RomanceElla es la multimillonaria, fría, arrogante y experimentada, adicta al concúbito. Mira a todos por encima del hombro o con su hermoso rostro levantado, mientras los demás agachan su cabeza, postrándose ante su majestuosa presencia. Hechiza a hombres...