70. La distancia entre nosotros

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Heros reflexionó sobre ese comentario. Era cierto. Aunque hubiera sido seducido, todavía se encontraba en otra relación. Entonces, ¿qué era lo que le molestaba? Era que lo hubiera ofendido. En aquel momento lo había tocado un poco, pero ya eso no le importaba. ¿Qué era lo que quedaba? Nada.

—Tienes razón. Fui tan despreciable como tú en esta situación.

—Y con respecto a las ofensas que te dije —comentó Hestia. Ser directa era su cualidad natural, y no podía dejar de usarla—. Sí, buscaba ofenderte, pero mentí y estuvo mal. Hoy me has mostrado lo que siempre supe. Eres el hombre más maravilloso y bondadoso que he conocido. Quería terminar nuestra relación y que te alejaras de mí. Pero...

Hestia se expresaba con sinceridad. Su orgullo y su soberbia no la dejaba disculparse como era debido. Se sentía aliviada por haber corregido, aunque sea un poco, los errores de su impulso.

Heros se asombró por las inesperadas palabras de Hestia. Por algún motivo, siempre supo que lo había hecho como último recurso para hacerlo enojar. Entonces, el problema era nada más uno; ya podía verlo.

—Es solo que, no deseas estar conmigo. Las ofensas no me molestaron, si no, quien las dijo... Tú.

—No, tampoco es eso. No sabría explicártelo, porque yo ya ni tampoco lo sé. Solo te confirmo, que lo que vivimos, al principio, si era un juego para mí y te usaba como una herramienta. Pero...

—No te obligues a decir algo que no quieres —dijo Heros, con tranquilidad; ella había cortado la frase, cuando parecía iba a mencionar algo más sincero—. Si no te nace decirlo ahora. Entonces, no lo hagas.

Hestia apretó sus puños. Se le hacía un nudo en la garganta. Creyó que iba a solucionar de una vez por todas sus problemas con Heros y ni siquiera se había podido disculpar del todo. No le gustaba dejar las cosas a media. Pero todavía no sentía que era el momento oportuno de rendirse ante sus sentimientos.

—Gracias por lo del paraguas. No me resfriaré, por ti —dijo Hestia, con voz afable y sosegada.

—Por nada.

Hubo silencio de nuevo entre ellos. Al final, comieron todo el menú especial. Reposaron varios minutos más y salieron del restaurante al anochecer. Las calles estaban ojadas, con pequeñas charcas y la carretera se había tornado más oscura. En el aire se podía oler la humedad que había dejado la lluvia en la ciudad. El viento de la noche era frío.

—Déjame llevarte —comentó Hestia. Sabía que había tomado un taxi, por lo que no tenía un vehículo en el cual regresarse.

—No creo que sea prudente.

—Insisto. No estaré tranquila.

—Está bien.

—Por cierto, daré la orden de que ya no te sigan —dijo Hestia.

—Entiendo —dijo él—. Ten un buen nuevo año. Desde hoy, nada nos vinculará.

—Igual para ti.

Heros volvió su vista hacia Hestia. Suspiró. Quizás un poco más de distancia entre ellos, les haría ver lo mucho que se necesitaban. Al menos, él si requería de la compañía de Hestia. Aunque, por ahora, solo fuera para discutir. Además, por causa de este encuentro inesperado, podía resistir más tiempo su separación.

Los dos se mantuvieron despiertos hasta la medianoche. En la que fuegos artificiales se podían observar que iluminaba el cielo. Estaban en distintos lugares, pero sus pensamientos solo invocaban al otro. Un mes pasó desde aquel entonces, por lo que ya se encontraban en febrero. En ese lapso, ninguno contactó al otro. Aquella aventura furtiva, llena de pasión, azotes y placer, había quedado en el pasado, en un año que se había terminado, para dar paso a uno en el que eran dos personas que habían finalizado su relación.

Hestia estaba sentada en la silla de escritorio en su oficina. Recordaba aquella jaqueca, a la que había atribuido a la discusión con Heros y luego por enterarse de que había asistido con Lacey, por lo que no le prestó atención. Había observado el calendario; los días pasaron, y con ello, los malestares en su cuerpo. Su abdomen, su pecho y su cabeza, le dolían de forma considerable. Se giró en su asiento y se quitó los tacones; había dejado de usar los de punta de delgada, para utilizar de suela gruesa, pero ni siquiera de esa manera pudo alivianar la hinchazón de sus pies. Había tratado de sobrellevar su vida, como lo había estado haciendo antes de Heros; con sus juguetes de goma. Pero por más que lo intentaba, le daba pereza y nunca podía llegar a emplearlos. Su enorme deseo sexual, del que se jactaba era como una llama que tocaba el cielo, se había reducido al punto de tener abstinencia. Ya nada era lo mismo, si no estaba Heros, todo se le hacía aburrido y desanimado. Era medio día, por lo que arregló su atuendo, para ir al restaurante. Por alguna razón tenía más apetito, a cada rato quería comer alguna cosa. Al ponerse de pie, sintió como el piso parecía moverse de forma ondulada y el dolor de cabeza volvió. Se sostuvo en el perchero, hasta que se sintió mejor. Quizás, este era su castigo divino, por haber humillado a aquel ángel tan bueno y lindo. Se lo merecía, no era ninguna santa. Iba sentada en la parte trasera de su vehículo. El ligero dolor de cabeza, había aparecido con mayor intensidad de repente. Las cosas se alejaban y se acercaban en su vista.

—Detén... el auto —dijo ella, de forma entrecortada.

Hestia estaba mareada. Jamás se había indispuesto de esa forma, mientras viajaba en coche. ¿Por qué estaba teniendo tantos malestares juntos? No se había llegado a mojar con el agua lluvia, gracias a su héroe. O sería el viento frío, quizás le había afectado las fuertes brisas de la tormenta. Unas ganas de vomitar la nacieron en el pecho, pero solo se quedó en esa desagradable sensación, sin llegar a ocurrir nada.

—¿Se encuentra bien, señora Haller? —preguntó el escoltar, al notar el malestar su jefa.

Un par de minutos pasaron, mientras trataba de normalizarse. Era consciente de que debía tener sanción por lo sucedido, con Heros. Pero eso quitaba el hecho de que era un fastidio.

—Sí, estoy bien. Ya puedes continuar —dijo ella. Cerró los ojos, hasta llegar al restaurante.

Hestia se hallaba sentada en la silla, frente a la mesa que siempre había apartado. Su libido no era lo único que había desaparecido con su ruptura con Heros, también su consumo de alcohol, por algún motivo, no había vuelto a beber, ni siquiera en Nochevieja, ya que el brindis también lo había hecho con un coctel. Todo había cambiado tanto desde aquel día; sus anhelos, sus ideales y sus pasiones. Aunque se desquitaba con los empleados de su empresa; tenía que liberar de alguna manera su enojo y su frustración, y alguien tenía que recibir los golpes. Además, para eso les pagaba bien. El banquete, digno de una diosa, fue servido frente ella. Observó los distintos platos. El olor se impregnó en sus fosas nasales y el aspecto de la carne, le hizo un nudo en el estómago. Se cubrió la nariz con el reverso de su mano y sus cachetes se inflaron al contener el aire que había creado ella misma. Se puso de pie y caminó con rapidez hacia el baño. En esta oportunidad el vómito si salió de ella. Sucio y repugnante, pensó, mientras se veía en el espejo, era un apto tan desagradable el que había hecho. De solo recordarlo, le daban más ganas regurgitar. Se limpió la boca con una toalla húmeda. Su cuerpo se estremeció, debido a que tuvo un nuevo ataque y tuvo que volver a expulsar sus males.

El anfitrión del establecimiento se notaba preocupado. Sus párpados se ensancharon de angustia, cuando vio volver a la poderosa mujer de aspecto divino.

—¿Se encuentra bien, señora Haller? —preguntó él—. Ha encontrado algo mal en la comida. Si es así, le pido me disculpe. De inmediato mandaré a preparar otro plato para usted.

—No. Por ahora quisiera solo ensalada y jugo natural —dijo Hestia, cambiando su semblante a uno más serio. No era tonta o ignorante, para no saber lo que pasaba. Hasta los ciegos podía ver de lo que se trataba.

La Jefa (BDSM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora