43. Gustos perversos

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Lacey bajó del ascensor y se dirigió a su escritorio, donde rebuscó hasta hallar su cartera. Ya casi no quedaba nadie, salvo la anciana aburrida. Además, ¿dónde estaba Heros? Si sus pertenencias estaban en su puesto de trabajo. Buscó en varios lugares, pero no lo halló por ningún lado. Arrugó el entrecejo y se agarró la barbilla, era extraño. ¿A dónde se había ido? Y, la única persona que podía decirle dónde estaba era ni más ni menos que la abuela de pelo de antorcha. Lamentó en sus adentros tener que hablar con esa señora. Además, sería sospechoso que preguntaba por Heros. Gritó sin emitir ningún sonido, y recobró su postura. Recordó que el taxi la estaba esperando desde hace No tenía más opción que irse y esperarlo en el departamento. Sin embargo, cuando pasaba por la recepción, fue llamada Antonella.

—Disculpe, señorita West —dijo la recepcionista, con un tono apurado

—¿Qué sucede, Antonella? —preguntó Lacey, de forma intranquila.

—La señora Haller la ha mandado a llamar a su oficina. No se preocupe por el taxi, la empresa ha asumido el costo por cortesía de la CEO —respondió Antonella, con devoción hacia la mujer que era todo lo que ella quería ser, como la inalcanzable Hestia Haller, que era respetada en el mundo empresarial, por Los hombres más poderosos e importantes del mundo.

Lacey quedó petrificada ante lo que escuchaba. ¿Quién la mandaba a olvidar su billetera? Esa vieja era tonta, pero nunca sabía con qué podría salir. Y, ¿cómo se había enterado que había regresado? Era cierto, este edificio era dominado por esa fea bruja y cualquiera que de los empleados le hubiera podido decir. Se dio media vuelta, para reunirse con su detestable jefa. ¿Qué era lo que quería? Un bastón. No contuvo la risa al estar sola en el ascensor, pero se puso sería de inmediato al recordar que debía cuidarse de las grabaciones.

Hestia extendió su brazo hacia el panel táctil de su portátil y buscó la reproducción en vivo de las cámaras de seguridad. La observó cómo buscaba por todas partes a alguien. ¿A quién buscabas, Lacey? Sonrió de forma tensa y abrazó a su joven amante con las piernas, mientras la seguía devorando en su intimidad. Al pasar los minutos, vio como hablaba con la recepcionista, para luego abordar el ascensor. Frunció el ceño, cuando soltó una carcajada de manera fugaz. Esa mujer, en verdad, era una descarada serpiente, pero más por lo rastrera que, por lo venenosa, y pronto legaría el día en que le arrancaría los pequeños colmillos, que la hacían que ese estuviera divirtiendo. Esa horrible sonrisa, no lo volvería hacer por varios años. Esperaba en el momento indicado, para que Heros no supiera que era Lacey, hasta que estuviera al frente del escritorio. Se recompuso su brasier, su camisa y se bajó la falda. Acomodó su ondulado cabello rojo e irguió su espalda en el asiento, en tanto mantenía sus extremidades separadas.

—Escóndete bajo el escritorio y sigue haciéndolo —dijo Hestia, con una expresión maliciosa en su bello rostro. No tenía escrúpulos, ni limites morales—. Será divertido.

Heros asintió con su cabeza y se puso de pie, para meterse en el espacio que hueco que dejaba el mesón y atrajo la silla de nuevo. Prosiguió disfrutando de su manjar, pero, mientras esperaban a la invia con el que comía la dulce humanidad de Hestia. Su frente estaba empezando a sudar y su cuerpo estaba sofocado.

Lacey estaba en la puerta de la gran oficina. Sin embargo, cuando quiso informar de que pasaría, aquella voz de la abuela lo hizo primero, evitando que hablara.

—Adelante —dijo Hestia, siendo invadida por la excitación, por lo que estaba a punto de suceder—. Está abierto.

Lacey se adentró en el enorme despacho. Ahora que lo pensaba, ya casi no entraba a la oficina de la bruja. Se posó a pocos centímetros de Hestia y le hizo una reverencia.

—Me ha mandado a llamar, señora Haller —dijo Lacey, con tono sereno.

Heros oyó la voz a sus espaldas y sintió recorrer un frío cada parte de su cuerpo. Entre todas las personas, a la que había decidido pasar a la que era su prometida, y que, con la que estaba fechada una ceremonia de boda para diciembre. ¿Debería detenerse y expresarle su desacuerdo a Hestia? Eso era lo prudente y lo razonable, para hacer ante esta situación tan impúdica, desvergonzada y vil; ¿no se puede concebir la idea de engañar a la mujer que era su novia de esta forma atroz? Entonces, ¿por qué se sentía tan emocionado y agitado? Su entendimiento reflexionaba en hacer lo correcto. Pero, desde que había iniciado su aventura furtiva con Hestia, nada era lo adecuado. Al principio había sido seducido por los encantos de Hestia. Sin embargo, la culpa ya se había esfumado desde hace tiempo, ya no era un impulso producido por el deseo de estar con su diosa. Ahora, estaba con Hestia por su propia convicción y voluntad. No tenía perdón, porque a pesar de que Lacey estaba en la misma oficina, no concebía la opción de detenerse. Al contrario, estaba tan excitado, que apretó los muslos de Hestia. Devoraba su delicioso y húmedo manjar, con más vigor.

Hestia acomodó los codos sobre el escritorio y se tapó la boca; sus labios temblaron ante la incitación de las bruscas caricias de su lindo muchacho. Desde que había contratado a Heros, había llegado a imaginar esta escena. Pero, debido a su tiempo muerto, no había podido hacerlo. Sin embargo, la situación perfecta se presentaba ante ella de forma inesperada e improvisada, y debía admitir, que era más satisfactorio que si lo hubiera tenido preparado. Le proporcionaba un nivel superior, al ser producto de la pasión que ellos dos se tenían, al no poder aguantar ni un segundo más, sin poder estar juntos, disfrutando de acaloradas sesiones de pasión.

—Me han informado que es dejado tu cartera —dijo Hestia, con neutralidad.

—Sí, señora Haller, ha ocurrido de esa manera. Me percaté cuando ya estaba en el taxi y tuve que devolverme —comentó Lacey, con sumisión. Veía las mejillas ruborizadas de la bruja y hasta parecía que estaba sudando. Giró la mirada hacia el aire acondicionado con rapidez. Estaba encendido, por lo que era extraño. Ella parecía estar sufriendo, de alguna manera, como si estuviera expuesta a una alta temperatura, porque se notaba roja y sofocada.

—Entiendo —dijo Hestia, controlando su voz—. He pagado el taxi por ti, ya que parecías estar buscando algo más —comentó con sutil veneno hacia su desleal secretaria. No diría de forma directa que, estaba tratando de encontrar a otra persona, y que esa persona, se hallaba, ni más ni menos que, con la boca entre sus piernas, dándole el mejor sexo oral que se le puede dar a una mujer.

Heros escuchaba con atención la conversación de las dos mujeres en el mundo, con las que estaba vinculado: a Lacey la había amado, y ahora, a Hestia, que era la dueña de todos sus, buenos, románticos, pero de igual forma de sus lujuriosos y malos deseos. No contemplaba la idea de estar con alguien más, porque su boca tenía apetito de besar los labios de su amante madura. Sus extremidades, nada más querían abrazarla, y su cuerpo, de manera exclusiva, tenían en el anhelo de arroparla a Hestia. Era imposible de controlar. Pero, ¿qué mortal podría resistirse a los encantos de una diosa tan preciosa, ardiente y lasciva, como Hestia Haller? Cuyos gustos perversos, podrían hacer realidad hasta las raras fantasías de los hombres, y otras más, que ni siquiera sabían que tenían.

La Jefa (BDSM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora