55. El apocalipsis de Vesta

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—¿Quién eres tú y que haces aquí? —Lacey salió al enfrentamiento con la extraña mujer, que se atrevía a decir locuras en su boda. Se suponía que este debía ser el día perfecto y más feliz de su vida. Entonces, ¿cómo es que la ceremonia había tomado este rumbo tan bochornoso? Ahora estaban dando vergonzoso espectáculo a la vista de sus amigos y de sus familiares.

—Mi estimada prometida. Mírame bien —dijo Hestia, con sagacidad. Creía que ya se había percatado de quién era, pero era más ciega y estúpida de que lo pensaba—. ¿Todavía no sabes quién soy, ni cuál es mi propósito en esta maravillosa velada? —Se quitó el sombrero y se lo entregó para que los sostuviera—. Gracias, eres muy amable, bella. —Entonces, se acercó a Lacey y le alzó el suave velo que le tapaba el rostro y le susurró al oído—: soy tu némesis. —Se alejó de la ingrata y rastrera secretaria—. La única persona a la que nunca debiste engañar, ni mentirle. Yo soy tu peor pesadilla y la encargada de juzgar tus pecados. —Puso las rosas negras en la mesa del altar.

Lacey quedó petrificada al confirmar que era su despreciable jefa. Un escalofrío recorrió cada parte de su ser. Sus manos temblaban y sus dientes castañeteaban del miedo que experimentaba. El vestido le pesaba y veía con dificultad. Estaba expuesta e indefensa ante lo que esa malvada mujer estuviera por hacer. Era como en aquella ocasión cuando vio a Heros en la empresa. Entonces, su temor si era el correcto, solo que ella le hizo creer que no lo sabía. Había sido engañada por esa déspota.

—Por favor —dijo Lacey, suplicando como último recurso para evitar una mayor deshonra—. Podemos hablar en privado. Puedo explicarlo.

Hestia alzó su dedo índice, para indicarle que guardara silencio. Negó con su cabeza, dándole a entender que su sugerencia jamás ocurriría. Ya estaba todo listo para el show que había estado hilando desde el comienzo. Los espectadores, el amante, la novia, el novio, y ella, la encargada de guiar el escenario, para proporcionar el mejor espectáculo que hayan visto. Se puso al frente de su atractivo Heros, que estaba demasiado hermoso con ese traje de sastre. Su divina creación no tenía competencia, ni comparación alguna, su Heros era el más bello de los mortales que estaban en esa sala. Moldeó un gesto tenso, como una maestra orgullosa de su discípulo. Ahora le daría una última lección; las personas son crueles, perversas y no tiene escrúpulos, ni siquiera con los seres por los que sienten afecto.

—Ya sabes quien soy. Ahora, para responder a tu otra pregunta, déjame mostrarte por qué estoy aquí.

—Pero, ¿quién es usted y cómo se atreve a hacer esto en la boda de mi hija? —dijo el padre de Lacey con rostro molesto y airado ante la bochornosa situación—. No permitiré que siga con esto. —Intentó agarrar a Hestia, para sacarla del sitio.

Heros, sin embargo, apretó con fuerza por la muñeca a su suegro, impidiendo que tocara a su diosa.

—Lo siento, señor, no permitiré que le coloque una mano encima, ni tampoco que lastime a esta mujer —dijo Heros, con expresión temible y formidable, como el formidable guardián que protegía a su reina de los enemigos.

Hestia experimentaba ser respaldada por un guerrero. ¿Cuán maravillo podía ser ese chico que la había embelesado? Ni con sus escoltas se sentía tan segura, como al lado de él.

—¿Qué sucede Heros? ¿Por qué la defiendes? Acaso, ¿la conoces? —preguntó el padre, con asombro y temeroso ante la postura de su yerno.

—Pero, por supuesto, que nos conocemos —dijo Hestia, con tono hilarante. Se volvió hacia Lacey. Mostrándose con superioridad y el control total de la situación. Era como observar a una rata lastimada, que era acechada en los aires por un voraz halcón peregrino—. ¿Qué otra razón me motivaría a asistir a este lugar? Abre tus ojos muy bien Lacey y graba esta, junto a las otras escenas en tu memoria, porque te atormentaran por el resto de tus días.

Hestia se aferró en la nuca de Heros. Ni siquiera tuvo que decirle nada, porque ambos se entendían y su maldad era compartida. Allí, en medio de la ofuscada multitud, de los padres de los novios, del amante, Danniel Barnes y de Lacey, le dio un beso extenso y vivaz a Heros. Se mantenía con los párpados abiertos. Protagonizando un ósculo pasional y sin pudor, en tanto devoraba la apetitosa boca del joven a la vista de los impactados invitados, que no dejaban de mirarlos a ellos. Observaba a la miserable y anonada de Lacey, mientras lo hacía con semblante triunfante y malévolo. Su rastrera secretaria había sido el gran amor de Heros durante toda su niñez y en la adultez. No había apreciado al diamante en bruto que tenía al lado y había buscado calor y refugió en los brazos de otro hombre. Desdichada y estúpida de ella, que no se había dado cuenta del hombre maravilloso, con tanto potencial que tenía Heros, tanto para los negocios, así como en la cama. Ahora, solo ella era la dueña del cuerpo, las caricias y de los cariños de Heros. Se despegó de su hermoso muchacho, relamiéndose los labios con su lengua de forma impúdica.

—¿Qué es esto? —dijo Lacey, mientras sus piernas temblaban y una presión le asaltaba el pecho. Su respiración ya se empezaba a agitarse ante la conmoción del asunto.

—Así como pueden apreciarlo —dijo Hestia, tomando la palabra en el escenario—. El prometido no quiere casarse, porque no ama a Lacey. Ahora está conmigo. Yo soy la amante de Heros. Y mi nombre, no es necesario que lo sepan. —Caminaba por el frente de la tarima de la iglesia, continuando con su diestro discurso—. Deberán estar pensando que el novio es un hombre despreciable y detestable, que engañaba a su hermosa y amable prometida. —Se detuvo y mostró su índice—. Sin embargo, esa no es toda la verdad de este problema—. Tú, el de allá—. Señaló el sitio donde estaba el amante de Lacey. La multitud miró en la dirección donde apuntaba—. Puedes colocarte de pie, por favor. Para que después no digan que uno no tiene modales.

Danniel Barnes se hallaba atrapado en la catedral, mientras era acechado por la vista de los presentes. Debió haberse marchado cuando apareció esa loca vestida como una dama de negro. Pero ya era tarde para eso, estaba atrapado y expuesto en esta vergonzosa situación, propiciada por esa desquiciada.

—Estoy perdido —susurró para sí mismo, mientras caminaba hacia el altar.

La Jefa (BDSM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora