54. Interrupción magistral

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Así, el padre continuo con la boda, que se fue extendiendo por varios minutos, hasta el instante más esperado por toda la audiencia, y el de los mismos prometidos. A la primera en preguntarle fue a la novia.

—Sí quiero —respondió Lacey sin titubeo y con alegría. Moldeó una sonrisa, mostrando su dentadura blanca a través del velo.

—Y tú, Heros Daele, ¿quieres recibir Lacey West, como esposa, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y, así, amarla y respetarla todos los días de tu vida?

Heros comenzó a oír un molesto pitido en sus oídos. Era el momento de la verdad, en el que simples palabras decidirían su destino como hombre: Sí quiero o No quiero, eso era lo único que debían emitir sus cuerdas vocales y sería libre o se condenaría en un acto miserable de cobardía y amilanamiento, que lo perseguirían por siempre. Sus emociones habían cambiado y estaba enamorado de otra. No importa quién fuera, ni que su hubieran conocido desde niños; nadie tenía el derecho de jugar con los sentimientos, ni de romper el corazón de un ser humano. A pesar de todo, estimaba a Lacey y no quería que ella fuera feliz. El tiempo se hizo más lento y el molesto silbido cesó de forma instantánea, dando paso a un silencio extraño. Vio al sacerdote, a los invitados y por último a Lacey. El antiguo Heros no estuviera en esta situación tan acribillada. Sin embargo, debía hacerse responsable de sus actos y de ser fiel a sus decisiones. El latido en su pecho retumbaba como un tambor que le estremecía hasta entrañas. Abrió su boca, para dar la respuesta que debía y tenía que dar. Inclinó su cabeza hacia arriba, miró a Lacey con determinación. Era lo mejor para los dos, porque si no, estaría jurando en vano ante los ojos de Dios, y eso era mucho peor que cualquier otra cosa.

—No quiero —dijo Heros, con voz ronca. Sintió liberarse de una pesada carga que lo que ahogaba y no lo dejaba caminar con tranquilidad. Ahora debía hacer frente a lo que desencadenaría su negación.

Las expresiones de sorpresa de los espectadores, del cura y de Lacey se manifestaron de inmediato. Los parloteos tampoco se hicieron esperar. Entre ellos estaba Danniel Barnes, quien también se encontraba sorprendido con el desenlace de la boda.

—Disculpa, ¿qué es lo que has dicho? —preguntó el sacerdote, confuso y asombrado.

En la catedral nadie había advertido la presencia de la esbelta mujer que se hallaba en la entrada. El ocaso anaranjado la cubría en la espalda y le daba un aura enigmática, como si en verdad un ente divino hubiera descendido de los cielos. Moldeó una sonrisa tensa en sus carnosos y cincelados labios pintados de un tono fresa. Una oscuridad la arropaba, como si fuera la terrible Átropos. Sin embargo, a pesar de manifestar como una de las tres Moiras, era otra entidad divina que estaba más alejada de dadoras del destino. Aunque, sería la que dictaminara la fortuna. Esta ya no era una iglesia con una finalidad de celebrar una cursi y estúpida boda, plagada de engaños y mentiras, porque érase vez un matrimonio en el que en una lúgubre extraña hizo su aparición, dejando atónitos a los presentes y a los prometidos, en donde ninguno de los dos sabía lo que estaba por ocurrir. Nadie más, sino ella, la que había planeado a detalle lo que estaba por suceder.

—¡Ha dicho...! ¡Qué no quiere! —exclamó la extraña desde la enorme puerta del recinto, todo esto en un tosco acento francés.

Las ya confundidas miradas de los testigos se posaron en la desconocida, que hacía acto de presencia en el sitio.

Lacey palideció al verla. Había estado pensando que esa lasciva mujer se le parecía a su jefa, pero había descartado la idea. Aunque, eso era lo primero que se le ocurría al detallarla. ¿Podría ser ella? O, todo era producto de su imaginación, debido a su acto vil, de haber estado engañando a su prometido.

—¿Quién es esa? —preguntó Lacye, anonada, pero sin obtener solución a su cuestionamiento.

Hestia avanzaba por la alfombra roja que había sido destinada para los novios. Chasqueó sus dedos en dirección de la orquesta, que ya había comprado con su dinero, para que tocaran al momento de su entrada. La música de la marcha nupcial fue cambiada por una fúnebre, similar a las que se ponían cuando iban a enterrar a un muerto. La melodía sepulcral acompañaba de manera impecable cada pasado que daba. Su expresión arrogante y macabra habían alcanzado su punto máximo. Destacaba entre la gente, como la diosa que era; no había nadie que le hiciera competencia a su magnánima presencia celestial. Se había colocado un vestido con capa que llegaba hasta por las rodillas, medias veladas, un gran sombrero de iglesia, guantes de terciopelo, que ocultaban la totalidad de sus brazos, un antifaz de meticulosos detalles y tacones altos; todo su atuendo era oscuro, como una dama negra. Se había puesto la peluca de corte de hongo, para que no la reconocieran, ya que debía haber invitados que trabajaban en la empresa, y no podía estar envuelta en un escándalo de tal magnitud. Además, de los lentes ensombrecidos en sus ojos. Sostenía en sus manos un ramo de rosas lúgubres, que indicaban la naturaleza de sus intenciones. Desde que había empezado su relación con Heros, había soñado con este momento numerosas veces. Había ensayado su entrada y sus diálogos, porque todo debía ser perfecto, sin errores. Este era el instante cumbre de su venganza y de su castigo hacia Lacey. Era la misma manifestación de la muerte vuelta una irresistible mujer. Reía a carcajadas en sus adentros de forma macabra, coma una loca esquizofrénica. Pero, ¿quién dijo que estaba cuerda? Si eso era lo que pensaban, no habían estado prestando atención. Añoraba el caos, la destrucción y el sufrimiento de las demás personas. Era una sádica que le fascinaba provocar dolor a los demás. Mas, la aflicción psicológica y mental eran más difícil de ejecutar, que tomar algún objeto y golpear a otro. Estaba experimentando lo que ocasionaría cuando se descubriera la verdad. Nada anhelaba deleitarse con las expresiones de ellos, para satisfacer sus gustos peculiares, perversos y retorcidos. La prometida, una mentirosa desleal y rastrera, que engañaba al lento y tonto de su novio con otro hombre. Había cambiado el físico y el carácter de Heros, para lo que tenía preparado. ¿Cómo reaccionarían? Eso era lo que estaba por descubrir.

Los murmullos de la gente se hicieron aumentaron y se hicieron más sonoros, como si fuera el zumbido de un enjambre de abejas, que volaba perdido y alterado por una amenaza inminente.

—Damas y caballeros. Padre —dijo Hestia, haciendo una leve reverencia con su cabeza, expresando sus respetos hacia el sacerdote—. Ustedes fueron invitados a un espléndido matrimonio entre Heros Deale y Lacey West. Sin embargo, en lugar de eso, yo les ofrezco un velorio, porque hoy, en este día, morirán todas las mentiras que esconde esta pareja. —Se dirigió hacia los invitados—. El evento principal está por comenzar. —Apretó sus cincelados labios en una sonrisa tensa, que tanto la caracterizaba. Miró a su lindo amante, él que tanto placer la había dado. Este era su recompensa—. El apocalipsis de Vesta —susurró.

La Jefa (BDSM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora