46. Lo que usted mande

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Heros observó el movimiento de los labios de Hestia. No escuchó lo que había dicho, pero esa frase la había captado casi de forma natural. Aunque, pudo haberla confundido con otra cosa: "me gustas". O, quizás era su imaginación haciéndolo entender lo que quería oír. Estaba por llegar al orgasmo. Intentó sacarlo, para hacerlo encima del vientre de su amante. Sin embargo, las dos piernas de Hestia lo aprisionaron y le impidieron que lo hiciera. Clavó su cerúlea mirada en los verdes de su diosa, para encontrarse con expresión maliciosa y sagaz.

—¿Qué sucede? —preguntó él, conteniéndose lo más que podría. Aunque, ya no podría aguantar mucho.

—Hazlo —dijo Hestia, agitada—. Hoy es un día seguro. ¿No te gustaría echarlo dentro mí?

Heros percibió como un corriente le pasaba por su entrepierna. Abrazó a Hestia, acostándose encima de ella, aplastándole el busto. La besó, y permaneció así, mientras culminaba su clímax. Sintió como su orgasmo llenaba el interior de su diosa. Era la primera vez que podía hacerlo. Además, que era más abundante, debido al tiempo que decidieron en que no harían nada. ¿Qué significado tenía que lo hubiera permitido terminar adentro? La única idea que pasaba por su cabeza, eran hijos y embarazo. Era un día seguro, por lo que eran pocas las probabilidades de que ella quedara en ese estado. Su respiración era pesada y se acoplaba con la de Hestia, que estaba igual de fatigada. Se quedó en esa posición por algunos minutos. Acariciaba el bello rostro de su amante, que se notaba ruborizado y sudado. Metía entre sus dedos los mechones del rojizo cabello ondulado. Era un imposible que estuvieran juntos, como una pareja normal. No tenía nada que ofrecerle, porque ella lo tenía todo y con su inmensa riqueza podía obtener lo que quisiera. ¿Qué podía darle a Hestia? La respuesta era corta y sencilla: nada. Su relación era producto de la infidelidad y la traición, que desde el inicio tenía fecha de caducidad. Estaba a merced de culminar su a aventura hasta cuando Hestia decidiera hacerlo, pero siempre sería hasta antes de la boda. Ya no deseaba casarse con Lacey y no estaba seguro de que Hestia tuviera pensado un romance serio y a largo plazo con él. Pero, se había enamorado de Hestia y la amaba. Y, estaba seguro de que, al final, no se quedaría ni con la que había sido el amor de su juventud, ni con su amor verdadero. En verdad, la vida era muy complicada.

Hestia se estremeció al ver el semblante con el que la veía Heros. ¿Cómo era posible que ese jovencito fuera capaz de mirarla con tanta intensidad y pasión? Sus manos temblaban y su pecho se encogía de la emoción y los nervios, por la forma en que la observaba. A pesar de que había acabado de hacerlo y de que Heros todavía estaba dentro de ella, se había sonrojado y se sentía apenada. ¿Qué era lo que sucedía? ¿Por qué sentía que estaba actuando como una tonta adolescente?

—Tú... Eres hermosa, Hestia —dijo Heros, titubeante. Ahora las palabras de halago que quería decirle se le hacían cada vez más difícil de pronunciar.

Hestia se emocionó de escucharlo. Sabía que era bella, pero jamás se había sentido tan bien que alguien se lo dijera. Además, también diferenciaba que no era un halago normal.

—Gracias —contestó ella, mientras lo abrazaba con anhelo. Ojalá, pudieran estar así para siempre.

Así concluyó su reencuentro, luego de haber estado semanas sin ni siquiera tocarse. Ambos se arreglaron sus atuendos y limpiaron un poco la evidencia de sus pecados, que había quedado en el escritorio y en el piso.

Heros llegó pensativo a su departamento. La idea de que Hestia le hubiera dicho que le gusta no le salía de la cabeza y hacía acelerar su corazón. Mientras Lacey le hablaba, solo pensaba en aquella escena y veía el rostro de Hestia. Apenas lo habían hecho una sola vez y no estaba satisfecho. Su entrepierna estaba dura y con ansias de poseer de nuevo el cuerpo de su hermosa diosa. Era un adicto a Hestia y nada más deseaba estar con ella. Al estar en su cama, no podía dormir por estar imaginando una nueva sesión entre los dos y al lograr dormirse, lo único que veía era a su divinidad. Al día siguiente, se puso uno de sus mejores trajes y se bañó en perfume. Estuvo ocupado en su puesto de trabajo, hasta que al atardecer ya todos se habían marchado de la empresa, incluida Lacey. Recibió la llamada de Hestia y contestó.

—¿En qué puedo ayudarla, señora Haller? —preguntó él, con voz neutra.

—Ven a mi despacho, de inmediato —dijo Hestia, de modo imperativo y finalizó la conversación.

Heros entró sin demora y divisó a Hestia de pie, esperándolo con un gesto incitador y divertido. Se quitó el saco y lo dejó en una de las sillas.

Hestia empezó a desabotonarse su camisa de ejecutiva y mostró su sujetador de encaje negro, así como la falda que le llegaba hasta muy por arriba.

—Me ha llamado —dijo Heros, con voz ronca. La cargó con destreza y sin dificultad, y la puso con cuidado sobre el escritorio. Miraba con fijeza a Hestia, en tanto sus respiraciones se chocaban. Le acarició el muslo derecho, que había dejado con la pierna levantada. No había quedado satisfecho con haberlo hecho una sola vez y solo había esperado este momento durante todo el día, para poder volver a estar en los brazos de su hermosa diosa—. Dígame lo que necesita.

—Hay algo en lo que solo me puede ayudar mi asistente —dijo Hestia, con voz jadeante. Lo agarró por la corbata y lo atrajo hacia ella, mientras se dejaba caer de espaldas en la mesa, para entregarse al goce de su chico—. Hazme el amor, aquí en la oficina. Es una orden, señor Deale.

—Lo que usted mande, jefa —respondió Heros, con voz seductora. La agarró por las piernas, para para quitarle los tacones de aguja que tenía puesto—. Siempre es un gusto cumplir lo que usted disponga, señora Haller.

Entonces, volvieron a dar rienda a suelta a su ruda y lasciva pasión en la oficina. Era algo que ya no podían controlar y su inmoralidad había superado todos los limtes, por lo que volvieron a repetir lo mismo el próximo día.

Heros volvió a acceder al despacho, y en esta ocasión, observó a Hestia que lo esperaba sentada, mientras se apoyaba de los codos en el escritorio. Entonces, se aflojó el cuello de la camisa y la corbata.

—Me ha vuelto a llamar —dijo Heros, haciendo una leve reverencia. Miraba con fijeza a Hestia

—Ya sabes lo que quiero —dijo Hestia, moviendo la pluma en sus dedos. La expresión de su cara era perversa y sagaz.

Hestia buscó un frasco que guardaba en uno de los cajones de la mesa. Se puso de pie y se recostó en la parte de delantera del escritorio. Un aura de perversidad la cubría de forma celestial. Jamás hubiera pensado en prestarse para hablar con rodeos y con juegos. Sin embargo, era divertido hacerlo con su lindo chico.

Heros se acercó a Hestia y la abrazó, mientras le sujetaba por las caderas. Deslizó sus manos hasta las nalgas y los apretó a través de la tela de la falda. No podía esperar ni un segundo más para volver a estar junto a Hestia. Comenzó besándola con lentitud y luego el ósculo se extendió por algunos minutos. Sus labios se empaparon de la saliva del otro. El sabor del lápiz que ella usaba lo percibió en su paladar. Con cada ocasión en que lo hacían, el sabor de Hestia se iba volviendo más delicioso, y ya era un auténtico manjar de dioses.

—Heros —dijo Hestia, con naturalidad. No quería esperar más para darle cada parte de su ser a su lindo muchacho. Había estado queriendo hacerlo desde hace tiempo; lo había guardado, para entregárselo a la persona que le hiciera el mejor sexo, y solo había uno que había hecho delirar de placer. Además, que había tenido la iniciativa propia de explorar aquel lugar, por lo que se había acreditado como un merecedor de tenerlo—. ¿Hoy quieres intentarlo por atrás? —Expuso el frasco que había tomado, el cual era un lubricante. Se dio media vuelta, separó sus piernas y recostó su torso sobre la superficie del escritorio de ébano—. Es tu premio por lo de ayer.

La entrepierna de Heros se endureció al instante y se mantuvo sereno ante la propuesta. No era hasta hace poco que se había interesado por aquel sitio, y la curiosidad de saber cómo se sentía, ahora lo consumía. Le bajó el cierre de la falda a su jefa, la cual cayó en el piso; le alzó cada una de las piernas, para colocarla en la mesa. Entonces, distinguió algo inusual en entre los glúteos de Hestia. Se podía diferenciar una figura circular que hacía presión contra la prenda erótica. Al deslizarle los pantis oscuros se manifestó el objeto que tenía clavado entre los glúteos, justo en su recto.

La Jefa (BDSM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora