Heros usó sus dedos en el acto, haciendo presión en la zona superior de ella, donde estaba ubicado el punto G. Sus yemas se deslizaban con facilidad, en la húmeda y aterciopelada pared de su diosa, cuyos gemidos eran los indicadores de que tanto estímulo le estaba provocando. Meneaba su lengua y chupaba con gusto el dulce néctar de Hestia, que la mojaba sus labios, mientras el sabor celestial invadía sus papilas gustativas. Se deleitaba con aquel manjar, tan exquisito, que podría comerlo por siempre. Además, estaba servido en la mesa, estaba a su total merced. Y, ahora, era como un animal hambriento, que no había comido por varios días. Saciaría su apetito, hasta el último trozo de carne. Si algo había aprendido de su ardiente maestra, era a ser voraz y codicioso.
Hestia gozaba de la boca de Heros con suma alegría. El tiempo de abstinencia la habían vuelto más perceptible en su parte baja. Se desabrochó la camisa y se bajó el sujetador, exponiendo sus enormes senos, para manosearlos, apretarlos y pellizcarse los duros pezones. Había podido aguantarse, por esta sola ocasión, la ausencia de las caricias de su joven amante, pero ya no podría hacerlo más. Era adicta a Heros y a todas las emociones que él instigaba en su lujurioso cuerpo, que había sido diseñado para sentir. Desde aquel día en que lo había visto, notó el potencial escondido en Heros. Pero, el resultado era mejor de lo que había llegado a imaginar. Su lindo conejito, ya se había convertido en un depredador dominante, en su león feroz. Alzó la mirada y cerró sus parpados para aumentar todavía más su sentido del tacto. Era increíble, como un joven como Heros fuera quien hubiera desarrollado la técnica y el carácter para hacerla sumergir en el mejor sexo oral que hubiera tenido. Así que, la edad no siempre otorgaba a su portador la experiencia y el conocimiento necesario para ser un buen amante en la cama. Después de todo, un muchacho era el que la hacía delirar de placer. Separó más sus piernas, para que su chico la siguiera comiendo a plenitud.
Heros observaba con fascinación los senos de Hestia, en tanto ella se tocaba. Las delgadas clavículas y el hueso del cuello se mostraban con notoriedad, debido a la forma que se había colocado. ¿Cómo era posible resistirse a la tentación de una mujer tan hermosa y gloriosa de ver? No importaba el ángulo o la circunstancia en que la viera, Hestia Haller, era la más preciosa de todas las mujeres, y a la única que quería devorar hasta más no poder.
Lacey se había subido al taxi, para ir al departamento. Estaba saliendo más temprano, para esperar a Heros. Si siempre hubiera lucido así, no habría buscado consuelo en otros brazos. Además, él se mantenía distante y serio. Incluso, había querido besarlo, pero él la evitaba. Ahora que lo recordaba, no se habían dado un ósculo verdadero, a pesar de estar casi toda la vida juntos, desde niños. O, quizás, se estaba guardando para dárselo en la boda. Sonrió de forma extensa, mostrando su dentadura blanca. Era por eso que estaba siendo tan reservado, porque ya casi llegaría el gran momento. A pesar de haber cambiado de esa forma, aún seguía siendo su lindo Heros. Estaban detenidos en un semáforo en rojo, cuando se le ocurrió buscar su cartera donde tenía el dinero en su bolso, pero no lo halló por ningún lado. Entonces, ¿dónde estaba? Recordó que lo había dejado en su escritorio, debajo de unos portafolios, y luego salió del edificio sin tomarlo. Expresó disgusto y suspiró con resignación; no tenía más opción que volver a la empresa.
—Disculpe, señor. Puede llevarme de vuelta a corporaciones Haller —dijo Lacey, avisando al conductor del taxi—. He olvidado algo importante. —No era tonta, para mencionar que había olvidado el dinero.
—Está bien. No hay problema.
—Gracias. Se lo agradezco —dijo ella, mirando por la ventana. Era un fastidio tener que regresar, luego de haberse ido—. Espere un momento. Enseguida regreso.
Lacey se apresuró el paso, hasta encontrarse con la recepcionista.
—¿La señora Haller ya ha ido, Antonella? —preguntó ella, con normalidad.
—No, señorita Weste, ella sigue en su despacho —comentó la chica, con una extensa sonrisa amable.
—Está bien. He olvidado mi cartera y la necesito para pagar el taxi
Lacey se apresuró ir al piso de la sección administrativa.
Antonella la vio marcharse y cambio la afable expresión de su rostro, por uno más serio. Desde que había recibido la llamada de la misma directora general, para que hiciera pasar aquel bello muchacho, que ahora era su asistente personal, había intuido que algo más podría suceder entre ellos, aunque fuera pura especulación. Además, los veía a mediodía cuando pasaban por la recepción, y sus ojos brillaban al presenciar tanta belleza. Los dos combinaban como una pareja perfecta al ser el lindo Heros más alto; la custodiaba como un guardián a una diosa. Los vinculaba como amantes escondidos, como en las novelas de jefe y secretaria, solo que en esta ocasión eran jefa y asistente. Negó con la cabeza, para sacarse esas locas ideas; tenía que dejar de leer tantas novelas. Aunque, ese chico tan apuesto, tampoco había salido. Su corazón latió de forma acelerada, solo de que en verdad fuera real. No sabía por qué, pero tenía un sentir en su pecho, que sí le avisaba a la señora Haller estaba de vuelta en la empresa, eso tendría grandes beneficios propios. Ni siquiera lo pensó por cinco segundos, cuando ya tenía el auricular en la oreja.
Hestia alcanzaba un nivel crítico ante la estimulación de su chico. Jadeaba sin pudor y se seguía manoseando sus hinchados pechos. Su cuerpo sintió como si fuera electrificado con el teléfono comenzó a sonar. El susto la hizo estremecerse y los vellos de su piel se erizaron. Quien sea la persona que se hubiera atrevido a molestarlos, luego de haber retomado sus ardientes sesiones, no permanecería en su empresa para mañana. Extendió su brazo, con expresión de enojo, mientras sus gemidos continuaban.
—Buenas tardes, señora Haller —dijo Antonella, con cierto temor.
—¿Qué pasa? Estoy ocupada —dijo Hestia, molesta y cortante.
—Me disculpo por interrumpirla. Pero, es para decirle que su secretaria, la señorita West ha vuelto a la empresa y preguntó si usted ya se había ido —comentó Antonella, con pasividad—. Ya está en camino hacia el piso administrativo. Ha mencionado que se le ha olvidado la cartera. El taxi aún la espera.
Las oscuras pupilas de Hestia abarcaron por completo su retina, como un ser maligno, al oír tal novedad. Tenía pensado despedir al que la había importunado. Sin embargo, la situación tomaba una dirección diferente. Era el momento que no había estado esperando, pero que se presentaba de manera certera en el tiempo correcto.
—Cancela el pago del taxi y cuando pase por donde ti, haz que venga a mi despacho —dijo Hestia, controlando su voz, para que no se escaparan sus jadeos—. Debo atender un asunto con ella.
—Como ordene, señora Haller —dijo Antonella, con satisfacción, al serle de utilidad a la directora de la corporación.
—Buen trabajo —comentó Hestia, con complacencia—. Pronto tendrá un excelente incentivo.
Heros escuchó la conversación con claridad; Hestia haría pasar una mujer, mientras ellos estaban de esta manera. La adrenalina recorrió su cuerpo al contemplar imaginar que estarían en esta situación ante la presencia de otra persona. No tenía ni que preguntar, porque conocía los gustos retorcidos y extremos de Hestia, que alcanzaban a rozar la violencia. Aunque fuera muy arriesgado, también lo excitaba. No lo podía negar, Hestia era su mala influencia y la que lo había conducido por el camino del pecado, ya no hacía nada tratando de evitarlo. Sin duda alguna, lo mejor era quemarse en el juego de la lascivia, con su diosa ardiente. Pero, tenía curiosidad por saber, ¿quién era la mujer que vendría?
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La Jefa (BDSM)
RomanceElla es la multimillonaria, fría, arrogante y experimentada, adicta al concúbito. Mira a todos por encima del hombro o con su hermoso rostro levantado, mientras los demás agachan su cabeza, postrándose ante su majestuosa presencia. Hechiza a hombres...