12. Jaque al héroe

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Hestia llevó a Heros a un médico nutricionista, para que le diera una dieta óptima para él. Para cambiar a una persona se necesitaba contactos, tiempo y dinero, y por suerte, para ella, tenía todo lo que se necesitaba para transformar a un simple e insípido plebeyo en un héroe de una epopeya griega. Siempre usaba su fortuna para aumentar su patrimonio, y nunca fallaba en sus negocios. Este muchacho se iba a convertir en su mejor inversión. No podía haber queja, también apostaba por el capital humano. Por supuesto, solo para su conveniencia y satisfacción.

Heros fue pesado y medido, por parte del doctor. ¿Y quién era la persona que lo acompañaba en este proceso? Hestia Haller, una mujer que no conocía, hasta hace pocos. Luego, fueron al supermercado. Llevaba el carrito, mientras veía a Hestia, agarrar cualquier cosa de los estantes y lo arrojaba dentro de coche. Arrugó el entrecejo, y sonrió con diversión.

—¿Habías hecho mercado antes? —preguntó Heros, sin poder contener su humor.

—No, jamás lo había hecho. ¿No es solo agarrar, echar y pagar por lo que gustes? —contestó ella, con disimulada arrogancia—. Es hasta divertido hacerlo.

—No, esa no es la manera —respondió Heros, de modo cortes—. ¿Puedo? Quizás, yo también te pueda enseñar algunas cosas.

—Adelante —dijo Hestia, complacido con el muchacho—. No me niego a prender. El conocimiento, siempre es bienvenido.

Hestia había cambiado de puesto con Heros; ella era quien conducía el carrito de compras y su tierno conejito, era el encargado de elegir los productos. Observaba al chico, sostenerlos en ambas manos y leer todos los detalles que estaban en las etiquetas. Además, que le explicaba cómo y cuáles debía seleccionar. Se había obsesionado con seducir y enseñarle, pero él lo hacía de manera sincera y pura, como el dulce ángel que era.

Heros conversaba con Hestia de forma fluida y en confianza; ella siempre se mantenía atenta y lo escuchaba. Después de todo, no era tan mala; era gratificante y armonios, estar con ella. Al día siguiente, visitaron el gimnasio que ella había recomendado.

Hestia había apartado un piso, solo para ellos dos. No le gustaba la presencia de otras personas que la molestaran o la interrumpieran, cuando estaba conquistando a su chico.

Heros admiraba el sitio enorme, donde había máquinas de todo tipo, y otras, que no había visto nunca; desde cintas de correr, bicicletas, bancos y otra gran variedad de aparatos. Era como el paraíso, para hacer ejercicio. Sin embargo, sus mejillas se ruborizaron al ver el atuendo deportivo de aquella preciosa mujer. La licra negra, se le pagaba a la parte inferior del cuerpo y exhibía de forma incitante las piernas y los firmes glúteos. Podía apreciar la curvilínea silueta y los duros atributos de Hestia Apenas se había colocado un brasier, de mangas cortas, que no disimulaba los enormes senos. Además que, dejaba al descubierto el abdomen plano y trabajado, en el que se apreciaba la hendidura del ombligo de ella. El cabello ondulado rojo, como el granate, le rozaba los hombros. Ella era una verdadera tentación, a la cual no podía ver con esos ojos. Estaba comprometido y amaba a otra mujer; no podía engañar a Lacey.

Heros se había colocado ropa deportiva, para dar comienzo a su vida fitness. Así, sin tener que ocuparse en un empleo, y dedicándose por completo al ejercicio, manifestaba resultados a un ritmo excepcional. Durante los primeros treinta y un días, tuvo una preparadora personal, que lo guiaba, pero luego, fue la misma Hestia, quien lo instruía, hasta que transcurrieron cuatro más, para un total de cinco meses. No solo era su maestra en lo físico, también en la etiqueta, al igual que le había dado consejos sobre el mundo de los negocios. Al principio, se había comportado como una tirana. Sin embargo, había descubierto a una maravillosa mujer, con muchos dotes, conocimiento e inteligencia, para casi todas las cosas. A veces hablaban en otros idiomas, para practicar el acento. Estaba enamorado de Lacey, pero durante este tiempo, sus ojos, solo miraban y enfocaban a Hestia Haller, de cualquier manera, que fuera posible; tanto respetuosa, como atrevida. La fortaleza que, había creado para mantenerse alejado de Hestia, se había convertido en un hotel, en el que ella podía hospedarse, porque ahora le gustaba la compañía que esa hermosa mujer le proporcionaba. Respiraba de forma agitada, frente al espejo del gimnasio. Sin duda era él; no estaba viendo mal, a pesar de no tener las gafas. No obstante, el reflejo era distinto; se veía delgado y los cachetes se habían reducido, otorgándole unas facciones faciales atractivas. Se levantó el suéter y atestiguó su abdomen marcado. El sudor recorría cada parte de su anatomía esbelta. Los músculos en sus brazos y piernas eran moderados, pero se lograban apreciar de forma agradable. Hasta la expresión en su cara era distinta, como de póker y calmada. Sonrió de modo tenso, como lo hacía Hestia; podía decirse que, había adquirido, de forma inconsciente, un poco de la personalidad de ella. Después de todo, era su alumno, y había bajo la influencia de su preciosa maestra. Su cabello marrón, también estaba húmedo por la transpiración. Caminó hacia donde estaba Hestia y se la quedó viendo. Ya no podía resistirse a admirar la belleza de la que ella era poseedora. Sintió, como su virtud se endurecía en su sudadera, pero debía controlarse, para que Hestia no lo notara.

La Jefa (BDSM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora