2. El consolador

625 27 0
                                    

Hestia miró con desagrado la partida de su secretaria. Sus sentidos estaban concentrados en otro asunto, pero las expresiones que había realizado Lacey, parecían forzadas y falsas. Pero no iba a perder el tiempo con ella. Agarró el control, que había debajo de los portafolios, y se levantó de su silla, con el sobre de invitación morado en sus manos. Primero, atrancó la entrada a su oficina con llave y se dirigió al bote de basura. Allí hundió el pedal, con la punta de su zapato, alzando la tapa de la caneca. Arrojó el paquete, sin pisca de remordimiento, y caminó con normalidad hacia el baño interno de su despacho ejecutivo. El olor a lavanda, perfumaba la habitación con agrado. Entró al cuarto del retrete y cerró la puerta con seguro. Se aflojó la falda y se la recogió sin quitársela. Se sentó sobre el inodoro y separó sus esbeltas piernas, revelando su braga de encaje negra, con puntuales detalles de flores. Los tirantes de las medias se notaban a plenitud. Movió hacia un lado su lencería, y de su humanidad afloró un diminuto cordón delgado de silicón de color morado, que estaba integrado a la reconfortante pieza que había introducido en su sensible intimidad. Jadeó con más fuerza al aumentar las oscilaciones al nivel más rápido del aparato. Al estar en silencio, en sus oídos captaba el sigiloso ruido, como el vuelo de una abeja mecánica. Se soltó los botones de su saco y subió el brasier, exhibiendo sus abultados y enormes senos. Una extensa aureola rosa, marrón, rodeaba los endurecidos pezones. Puso el control en uno de los dispensadores plateados que había en la pared, para tener total liberta de seguir con su estimulante obra.

Empezó a apretarse sus grandes senos, sin ningún pudor. Se sobaba, apretaba y pellizcaba los pequeños botones de carne que sobresalían de su pecho. Separó las extremidades, mientras desfallecía ante la adictiva sensación que se proporcionaba. Deslizó su mano derecha hacia chorreante virtud, que derramaba su dulce miel. Frotó su zona más erógena en el exterior de su curvilíneo cuerpo de diosa; tocaba su clítoris con la yema de sus dedos en un frenético movimiento. Algunos minutos tardó y ya había empezado a sudarse, pero ya estaba por ascender hacia el cielo. Experimentó una corriente eléctrica que le nació de la entrepierna. Un frío viajó desde su garganta hasta su tórax. Apretó la punta de sus de los pies en los tacones y su cuerpo comenzó a temblar, como si estuviera teniendo un ataque de epilepsia. Entonces, el viscoso fluido transparente de su clímax salió de ella, como un chorro de agua de una manguera a presión. Deliraba ante la relajante sensación que había alcanzado su mente, como si fuera una dedicada monja a su meditación. Moldeó una sonrisa perversa de gozo. Había ensuciado el piso con su néctar, y parte de la pared, hasta había rastros de su exquisito veneno en sus medias con leves gotas que le salpicaron. Saboreó su mano con exquisitez. Sin embargo, su semblante de alegría no duró mucho. Cada vez su droga duraba menos. Al pasar los años tenía hacerlo con más frecuencia, mientras que el estado de arrebato se hacía más corto.

Hestia suspiró con decepción. Apagó el tierno aparato y lo sacó de su interior como si nada, con su rostro inexorable e insatisfecho. Largos minutos molestándose, para efímeros segundos de éxtasis, que ya no lograban aplacar su insaciable libido, ni hacerla perder la cordura como en su juventud. Respiraba, solo un poco agitada, por los movimientos que tenía que realizar. Alzó el vibrado ovalado y lo observó con brevedad; brillaba por sus fluidos y escurría su viscoso y cristalino orgasmo. Sacó la lengua y se lo metió en la boca por completo, disfrutando de su propia y exquisita esencia natural. Degustó en su lengua, una vez más, su dulce néctar, como en los casi cientos de ocasiones, en las que había recurrido a la distinta parafernalia del auto placer femenino. Pero estaba aburrida de hacer lo mismo. Ya, poco a poco, comenzaba a desanimarse. Tragó su saliva y se puso de pie, para acomodarse su atuendo elegante de sastre. No había emoción, ni vehemencia, ni sudor, ni golpes, ni gemidos que le salieran del alma; solo lo hacía por costumbre. Nada más hoy, había regresado un poco la adrenalina con la llamada y la presencia de su auxiliar administrativa. Necesitaba un estímulo más fuerte, alguien a quien dominar, pero que después fuera capaz de agarrarla con autoridad y embestirla contra la pared, la cama o con cualquier otra cosa. Así que, lo que más deseaba era un consolador de carne y hueso, el cual pudiera moverse y pensar por sí mismo, sin que sea necesario oprimir un botón, pero también que pudiera aprender y de evolucionar en la intimidad, y no solo limitarse a una sola cosa. Pero, ¿dónde encontraría ese valioso juguete? Pagaría cualquier precio, por eso no había problema; tenía tanto dinero que, si gastara una fortuna, seguiría siendo todavía más millonaria que miles de personas ricas y que de países enteros.

La Jefa (BDSM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora