59. La última cena

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Heros volvió su vista hacia Hestia. Extendió sus brazos hacia ella y le levantó la peluca, así como el gorro protector que se había puesto. Usó sus manos para acomodarle la hermosa melena carmesí que tanto le fascinaba. Se veía como una hermosa leona, felina, de la que se había enamorado. Cuando estaba con Lacey, solo había imaginado un futuro y una familia con ella, y no miraba a otras mujeres, porque no estaba interesado nadie más, ya que con Lacey tenía todo lo que podía haber deseado. Pero Hestia había entrado en su monótona y lenta vida, como una tormenta que había cambiado cada fibra de su invisible existencia.

—Me gusta el rojo. Te quedo mejor —dijo Heros, con formalidad. Una ola de emociones lo invadía, pero no se expresaba no con llanto, ni con rabia, ni con tristeza.

—Gracias —respondió Hestia, como si estuviera hechizada. La intensa mirada de Heros la desarmaba y la ponía nerviosa.

Heros se inclinó hacia Hestia y le dio un apacible beso. Luego de lo sucedido, era claro que los dos iban a terminar, por lo que este día podría ser su despedida como amantes. ¿Qué debía hacer? ¿Quedarse con Hestia por el resto del día o irse solo a su casa? Si ya se habían revelado todas las mentiras. Deseaba tener una última velada con ella. Aunque, se supone que la despedida de soltero debía ser la que terminara sus días de pasión. Sin embargo, tenía una pregunta que hacerle a Hestia, a causa de un raro presentimiento que tenía acerca de lo sucedido.

—¿Desde cuándo sabías que Lacey tenía un amante? —preguntó él, porque solo bastaba que lo supiera desde el principio, para que todo el rompecabezas se armara.

—Cuando me dijiste que no querías casarte. Mandé a investigarla. Lo supe hace poco —mintió Hestia, siguiendo firme en sus planes de herir a Heros. No importaba lo que sucediera o lo que él hiciera; nada cambiaria su decisión.

—Entiendo —comentó Heros, con sencillez—. Confío en ti y tus palabras. —Entrelazó sus manos con los de ella.

Hestia endureció las facciones de su rostro. "No, no debes confiar en mí, ni en nadie", pensó, mientras le devolvía el ósculo que él le había dado.

—¿A dónde deseas ir? —preguntó Hestia, con la idea de sugerirle que fueran a su suite; lugar donde tenía todo listo, para que su relación acabara.

—Quiero estar contigo —comentó él, con franqueza—. Y descansar de lo que ha pasado.

—Esté bien. Iremos a mi suite —dijo Hestia, reposando su cabeza en el torso de Heros—. Conduce.

—Como ordene, señora —respondió el escolta.

Hestia se encontraba tranquila y salvaguardada en los brazos de Heros. ¿Cómo podría lastimar al hombre que tanto placer y tranquilidad le hacía sentir? No sabía por qué, pero era impulsada a ello; no por querer hacerlo sufrir, si no, porque temía que, si no lo hacía, ellos dos continuarían con su carnal relación día tras día. Sentía pavor de que, si no colocaba un punto final en este momento a Heros, en el futuro no podría ser capaz de separarse de él. No podía amar, eso la haría débil y vulnerable. Era alguien que podía infundir dolor en los demás, pero que no quería experimentar ese sufrimiento que ocasionaba el amor. No había tenido un pasado traumático o una triste aventura que le haya roto el corazón; no era nada de esas cursilerías de telenovela o de maravillosos cuentos de hada. Simple, era que, bajo su propia convicción y aspiraciones, se había establecido que no amaría a nadie. Al regresar a su majestuosa mansión, que parecía ser olimpo, la morada de los dioses, se quitó los lentes de contacto, retornando su verdosa mirada. Ya había estado en su recámara en el pasado, pero se sentía diferente. Era como si hubieran logrado acercarse más desde aquella ocasión en la que se habían escapado durante una semana, para empezar la aventura secreta de su infidelidad. Se quedó mirando en el espejo de su espléndido tocador y frunció el ceño ante la idea que asaltaba sus pensamientos. Heros ya no tenía prometida, ni iba a casarse, y con lo que había ocurrido en la iglesia, se entendía que su relación con Lacey se había terminado para siempre. Eso significaba que ya no estaba en su cuarto como el novio de otra o como un pérfido, sino como un hombre libre y soltero. Desde esa perspectiva, se mantuvo perpleja en su asiento. Había estado tantos meses con él, pero pertenecía a la ingrata de Lacey de título. Hoy, por primera vez desde que lo había conocido, sería dueña legítima y señora en su totalidad de Heros. Se quitó cada una de sus ropas, mientras Heros estaba en su baño, quitándose la lluvia que le había caído. Agarró una toalla escarlata para cubrirse y abrió la puerta de la habitación de aseo. Caminó con cuidado y puso la prenda sobre el toallero y entró a la ducha. Su atractivo muchacho se encontraba mirando en dirección contraria, con los brazos apoyados en la pared, mientras el agua de la regadera le empapaba el esbelto cuerpo. Varias líneas le resaltaban en el dorso debido de lo marcado que estaba. Pero no eran las únicas huellas que tenía, ya que sus chupetones y rasguños que le había dejado en la despedida de soltero, todavía se dibujaban con mucho color morado en la cerúlea piel de su encantador joven. Su instinto de felina salvaje y ninfómana despertaba de un modo exorbitante cuando estaba cerca de él, como si cada célula de su ser reaccionara ante su presencia. En su entrepierna se avivaba un fuego incontrolable y una comezón insoportable. Ansiaba ser asaltada por Heros de todas las formas posibles y que la sujetara con rudeza. Lo quería todo, pero solo con él, con nadie más. Lo abrazó por abdomen, aplastando sus grandes senos en la piel del seductor chico y le propinó una leve mordida en la espalda. Luego, guio su mano derecha hacia el durmiente talento de Heros, que se fue endureciendo al instante en su palmar. Esta sería la última cena donde disfrutaría del pan y del vino que brotaba de la vigorosa humanidad del héroe.

La Jefa (BDSM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora