56. El pasado

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Heros no era ajeno a la confusión que había provocado Hestia. Le había dicho que lo ayudaría a evitar el matrimonio. Pero eso ya estaba hecho, ya que ella se comportaba cómo si supiera más cosas y como si impedir la boda no era lo que en verdad quería hacer, sino que quería desatar algo más grande que desconocía. Ya había revelado que era su amante y que había traicionado a Lacey. ¿A qué se refería con que no era la verdad de este problema? Además, sentía un temor en su corazón, como si estuviera a punto de sufrir una gran decepción. Contemplaba a Hestia, hasta que le revelara lo que tendía por mostrar. Luego, se fijó en el desconocido al que había mandado a llamar.

—¿Puedes decirnos qué tipo de relación tienes con la novia? —preguntó Hestia, sin rodeos al hombre, que se mantuvo callado durante los segundos siguientes—. ¿Qué ocurre? ¿No tienes el valor para decirlo? Entonces, que lo diga la hermosa prometida. —Se giró hacia la triste de Lacey—. ¿Quién es este caballero y qué tipo de vínculo mantienen?

Los dos amantes se mantenían en silencio, sin ni siquiera alzar la cabeza.

Hestia se deleitaba con las penosas expresiones de Lacey y de Danniel. Desde aquel momento en que se los había encontrado en el restaurante, ellos ya habían firmado su sentencia de muerte, porque el corazón de una bruja malvada no se equivocaba, y sospechó de ella desde ese preciso instante. Sabía que algo no andaba bien con los dos, así que quiso averiguar de manera personal.

—Lacey West, señora Haller —dijo ella, fingiendo una sonrisa de oreja a oreja, mientras se tragaba el orgullo y la dignidad por esa odiosa mujer. Agachó su cabeza, manifestando su sumisión.

—Lacey, habrá muchas tareas que hacer cuando vuelvas al trabajo.

Hestia se dio media vuelta, como una inalcanzable soberana, y se subió a su auto, que ya había sido estacionado frente al sitio. Los había dejado a ellos dos, para que continuaran el dichoso cumpleaños de su relación. Observó a lo lejos, como Lacey y el novio charlaban entre ellos. Un extraño latir en su pecho le advirtió que todavía no debía irse.

—Entonces, vayamos a continuar nuestra celebración por el resto de la tarde.

Lacey y Danniel entraron a un motel, para disfrutar de manera pasional su fiesta. La cama vibraba ante los movimientos de la pareja, que daba rienda suelta a su amorío. Estando desnudos, luego de acabar con su acalorada sesión, Danniel se dispuso a sacar una caja que había estado guardando en su saco. Apartó un mechón del cabello castaño y le tocó el hombro a su amante, quien descansaba boca abajo sobre el lecho.

—¿Qué? —preguntó Lacey, sin muchos ánimos. Pero sus pupilas se dilataron al ver el objeto que estaba frente a su vista—. ¿Es lo que creo que es?

Lacey se repuso, cubriendo el cuerpo con las sábanas.

—Ábrelo y descúbrelo por ti misma —dijo Danniel, con semblante orgulloso. Era hijo de una familia adinerada y nunca le había sido falta el dinero. Quedó prendando cuando conoció a Lacey e hizo todo lo posible para conquistarla. Aun sabiendo que estaba en una relación, eso no le impidió ganarse el cariño de ella.

Lacey destapó el obsequio y sacó un lujoso reloj de pulsera. Era el que tanto quería y el que se había quedado viendo en una joyería de renombre.

—Colócamelo —dijo Lacey, emocionada—. Gracias. —Le dio un beso en la mejilla al tenerlo puesto—. ¿Quieres hacerlo de nuevo? —preguntó ella, con una expresión pícara y sonrisa divertida.

Danniel se puso encima de ella y le dio un cálido ósculo, como su propia recompensa.

—Por supuesto —respondió él, acomodándose en la entrepierna de Lacey.

Al terminar los dos, con su celebración, él la llevó al departamento. Lacey se encontró en la concina, con un gordito muchacho de cachetes un poco inflados y de una cabellera abundante, que tenía lentes en la cara. Si tan solo luciera como Danniel y tuviera el dinero que él tenía, todo sería diferente, ya que no habría sido encaminada a buscar el amor y regalos costosos en brazos de otro hombre.

—Bienvenida —dijo Heros, con cariño, para recibir a su prometida y a la mujer que amaba—. ¿Cómo ha estado tu día?

—Un poco agotador y tedioso —respondió Lacey, suspirando—. Gracias a la horrible de mi jefa. Esa vieja ya debería estar en un acilo, con otras abuelas.

—¿En serio es tan mayor y poco agraciada? —preguntó Heros, mientras terminaba la comida.

—No te deseo que la conozcas, porque podrías quedar espantado de lo horrenda que es. No estoy exagerando. En poco tiempo ya estará usando un bastón, porque no podrá caminar de lo anciana que es —dijo Lacey, en tanto sonreía con humor por estar hablando mal de su detestable jefa. Era uno de los pequeños placeres de la vida.

Heros consideraba que no existía mujer fea, ya que todas eran hermosas a su manera. Sin embargo, que Lacey describiera de esa forma a su propia jefa, despertó un interés por ella, solo para verla y conocer cómo era el aspecto de esa supuesta abuela que ya casi estaba por utilizar un bastón para andar. Trató de imaginar, pero por más que lo hacía, no llegaba imagen a su cerebro de que alguien pudiera lucir así de mal. Bueno, aunque esa no era un asunto que tuviera con él. Entonces, le sirvió el plato de comida a Lacey. Observó la nueva adquisición de Lacey, que reposaba en la muñeca del brazo derecho. Desde que había conocido a Lacey, siempre le habían gustado las cosas brillantes y de moda. Había estado ahorrando para comprarle un obsequio digno de ella, puesto que, si era para ella, no le prestaba atención a lo costoso que fuera el artículo. Una sonrisa en el lindo rostro de Lacey era su mejor recompensa. Luego se dispuso a lavar los que había ensuciado al preparar la cena.

—Por cierto —dijo Heros, mientras estaba en el lavabo—. ¿Te dieron permiso para mañana?

Lacey masticaba la comida y se tomó su tiempo para responder.

—No —contestó ella, con resignación—. Hice la solicitud en el departamento de recursos humanos y hoy fui a peguntar. Pero me dijeron que todavía no lo habían procesado. Lo siento, no podremos celebrar nuestro aniversario durante el día. Sin embargo, podemos hacer algo cuando regrese en la noche.

—Ya veo —dijo Heros, con tristeza en su rostro. Pero ya había planeado darle una sorpresa a —Lacey, por si no le daban el permiso—. Entonces, será hasta en la noche.

Al día siguiente, Heros había comprado un paquete de chocolates y una rosa roja. Aprovecharía la hora del almuerzo para entregárselos, y así disfrutar de un pequeño tiempo juntos durante el receso laboral. Se bajó del auto y pagó el taxi al conductor. Caminaba, admirando el inmenso edificio: Corporaciones Haller, se podía leer en lo alto del rascacielos. Era hermoso y grandioso, como las personas podían construir un imperio y hacer que se vieran tan majestuoso. Se perdió en sus pensamientos, imaginando que algún día podía alcanzar tales logros con su propio negocio. No le prestaba atención a las personas que caminaban por el lugar, ni siquiera a la misma diosa del fuego sagrado, de cabello rojo carmesí y de atuendo oscuro como la noche, que lo estaba viendo, aunque de forma irónica, porque él no la miraba.

Heros sintió en su brazo el tacto de un choque. Entonces, su atención se enfocó en la desconocida con la que había tenido el pequeño incidente. Se mantuvo perplejo por un instante al verla a ella, como si por un segundo el tiempo se hubiera congelado. Era demasiado hermosa y de tan solo observarla, transmitía respeto y autoridad. No recordaba sentirse tan presionado por la imponente y poderosa presencia de una persona, como lo experimentaba ahora al estar delante de esa extraña, que se alzaba como una eminencia a la cual se debía venerar y rendir plegarias. Además de ese traje de tonalidad negro, que revelaba el brasier y esas grandes virtudes que poseía el pecho. Acaso, ¿era válido ser tan preciosa e ilustre? Ella parecía ser sacado de una novela fantástica, porque lucía como una auténtica diosa griega. La detalló con rapidez y se agachó para recoger el bolso que se la había tumbado de las manos, debido a que estaba distraído y no se había fijado en ella. Además, no quería quedar como un pervertido y un maleducado.

—Aquí tiene —dijo él, con amabilidad y una amplia sonrisa en su boca.

La Jefa (BDSM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora