58. Batalla en la catedral

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La madre de Lacey, con cara enojada, se aproximó hasta Hestia. No podía apartar la mirada de ella. Jamás había odiado tanto a una persona, como a esa loca mujer que se vestía como si fuera a un funeral.

—¿Qué desea, señora? Mi venganza y mi castigo, no es contra usted, sino contra su miserable hija —dijo Hestia, con natural soberbia y despreció hacia la familia West.

—Ese no es lo que no has considerado —comentó la señora, entre lágrimas—. Cualquier cosa con Lacey, de igual forma, también es conmigo. Eres una enviada de los demonios, para acabar con la felicidad de mi niña.

—Usted se equivoca, señora —respondió Hestia, con vanidad—. Yo soy el mismo diablo. Ni se imagina cuánto he extraído la juventud de su yerno. —Se relamió la boca con su lengua de manera impúdica y desvergonzada—. El sabor de su alma es delicioso. Aunque esto nunca lo debe escuchar una madre. La pérfida de su hija nunca podrá disfrutar de ese dulce néctar, porque andaba abriéndole las piernas a otro.

—¡Bruja desquiciada! —gritó la señora, con furor e intentó darle una cachetada a la trastornada mujer, que desde que había entrado por esa puerta se había convertido en la peor pesadilla que había tenido a lo largo de su longeva vida.

Hestia interpuso el reverso de su mano, deteniendo con destreza el golpe. Siempre pendiente de la situación de Heros, que, aunque fuera más hábil que los otros desconocidos, lo aventajaban en número, por lo que no podía resistir mucho más tiempo peleando contra todos ellos.

—Es un error pensar que no sé defenderme, ni cuidarme por mi propia cuenta —dijo Hestia, sujetando con fortaleza a adulta mujer, mientras la hacía retroceder, debido a su vigoroso agarre. Vio que el marido de ella se acercaba a ayudarla, por lo que la empujó a los brazos de él—. Tengo cuidado, señora, podría lastimarse. Y usted —comentó con arrogancia—. Cuide bien de su mujer, para que no esté haciendo estupideces.

Hestia bajó de la plataforma. Agarró uno de los asientos de madera bien decorada y caminó hasta donde los asquerosos sujetos con los que su bello muchacho se peleaba. El hermano de la rastrera de Lacey logró cambiar de posición con el auxilio de los demás, encontrándose ahora encima de Heros. Al verla avanzar, miró con repudio a los hombres que se apartaron de su paso y la dejaron seguir, como si estuvieran asustados. Alzó la silla en los aires y le propinó un duro golpe en la espalda al insensato que se había atrevido a levantarle la mano. La sensación de haberle castigado se comparaba a cuando su lindo Heros la comía en su ardiente intimidad.

Heros su puso de pie con un ágil movimiento. Miró, como su cuñado, se tocaba el dorso, quejando de dolor de la agresión que Hestia le había dado, y no pudo contener una sagaz sonrisa que se le escapó de la boca, y quedó complacido cuando miró directo a su diosa. Como amaba a esa mujer. Tantas era las razones que lo habían hecho enamorarse de ella, entre ellas, ese fuerte y difícil carácter que poseía. Estaba agitado por la lucha y cuando divisó que los hombres, se acercaban de nuevo a él, tensó la mandíbula, ya fastidiado con la disputa.

—¡Ya es suficiente! ¡Por favor! —dijo Heros, con voz potente y ronca, dejando pasmados a los contrincantes. Agarró por la mano a Hestia, apretándola con ligereza—. Es claro que no habrá matrimonio. —Le dio una rápida mirad a Lacey, estaba abatida en el piso—. Esto ya se ha acabado.

Heros se dio media vuelta y empezó a caminar hacia la salida, llevándose su diosa consigo, mientras sujetaba con cuidado. El pasillo de la catedral se le hacía enorme y eterno. El cielo se había tornado oscuro y un escandaloso tueno resonó en las alturas. La lluvia caía de manera abundante y sin previo aviso. Esta boda había sido la peor decisión que había tomado en su vida. No imaginaba que un evento que debía ser maravilloso y lleno de felicidad, se convirtiera en una terrible pesadilla.

Hestia estaba satisfecha por cómo había quedado Lacey, tirada y llorando como una mosca muerta en el suelo. Había tardado meses en preparar el escenario, solo para que durara poco tiempo; era como la carrera de un atleta olímpico que practicaba por horas y meses, mientras que la competencia tardaba escasos segundos. Mas, Heros se mantenía sin expresar ningún gesto en ese bello rostro que tenía. Sin duda alguna, le había enseñado bien a su aprendiz. Pero, todavía tenía algunas sorpresas escondidas para él, por si no se echaba a llorar como un hombre herido y derrotado. Manifestó un gesto tenso e intentó caminar en medio del aguacero. No obstante, el brazo de Heros la detuvo al querer avanzar.

Heros le dedicó una abatida mirada a Hestia. No quería que ella se mojara y se resfriara con la lluvia. Así que, salió el primero hacia el auto de su jefa. El agua era fría y le mojaba el cabello y el traje negro. Las gotas salpicaban a su alrededor. Le pidió al chofer un paraguas y se regresó hasta la mujer que amaba. No abrió la sombrilla, sino hasta que estuvo con ella.

Hestia se había mantenido estática por la acción de Heros. Se había concentrado en el dolor y la tristeza que ella podía provocar en los demás, que se había olvidado que existían los buenos gestos y el querer proteger a alguien más. En medio de lo que estaba viviendo, Heros anteponía su integridad ante la de él. Jamás se había sentido tan resguardada por alguien, como ahora se sentía con ese simple gesto de ese joven que no dejaba de sorprenderla, incluso, en el momento de más aflicción, todavía anteponía su integridad, por encima de la de él.

—Gracias —dijo ella, con sinceridad.

Hestia caminaba sin llegar a mojarse por el repentino aguacero, debido al paraguas abierto que Heros sostenía sobre su cabeza. El ruido de la llovizna descendió su volumen cuando estuvieron dentro del vehículo. Sacó un pañuelo negro de su bolsillo y le limpió el rostro a su compañero. Revisó el sitio donde aquel salvaje había osado ensuciar la hermosura de Heros. Entonces, redujo distancia entre su cara y la de él, para lamerle con suavidad en el lugar donde tenía el golpe. Estaba loca y destornillada, como habían dicho aquellos. Por supuesto que sí, a mucha honra, esa era su naturaleza; ser la odiada y maniática villana de su propio cuento de hadas.

La Jefa (BDSM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora