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Nunca se me olvidará que esa noche llovía, muchísimo. Era la estación de las lluvias, por lo que no era algo anormal. Recuerdo escuchar como un susurro que acaricia, ese sonido sobre la techumbre de nuestro inmenso dormitorio.

Todas dormían, cuando yo aún estaba despierta. Estaba inquieta, nunca supe por qué, pero, finalmente, me dormí.

Ese sueño que tuve, sigue vívido en mi recuerdo.

Yo me ahogaba en el mar. Un mar calmo, pero oscuro, negro, profundo, terrible, que tiraba de mí hacia abajo. Era tan angustioso que traté de despertarme a mí misma de esa pesadilla, pero mi mente se negó a dejarme marchar, y me hundió en las profundidades de ese mar. Se mezclaba con visiones de sangre, la sangre de mi menstruación esa noche. El mar dejó de ser negro, para ser rojo como mi periodo.

Entonces, en medio de la agónica lucha por subir a la superficie, apareció ante mí un barco. Mi primer pensamiento fue de terror, pues era inmenso y apareció de la nada, como un tiburón amenazante. Luego pensé, qué hacía un barco flotando en el mar, pero no en la superficie, ni muerto en su lecho. Cuando lo sentí que se echaba sobre mí, con una impresión tan aterradora que creí morir en ese mar de sangre, desperté. O eso creía.

Entre sudores y con un grito, me incorporé en mi camastro y me agarré el pecho, buscando el aire que en el sueño me habían arrebatado, y apenas pude calmarme cuando, delante de mí, una anciana, pálida, como un cadáver, me observaba desde el camastro de enfrente.

No era una de mis hermanas, no la reconocí. Me señaló y me sonrió, de forma maliciosa, terrible. Entonces, me dijo: "en tus manos está la vida", y se lanzó contra mí como un brutal espectro.

Sentí una sacudida, tan real como no se da en los sueños, en la mente, sino en el cuerpo, en el plano físico. Entonces sí, desperté, abriendo los ojos de impresión.

Lo primero que observé, la oscuridad de la estancia que era el enorme dormitorio. La lluvia seguía sonando. Nada se movía. Mis hermanas dormían. El aire era para mí pesado como el que me faltó en la primera pesadilla.

Me costó ubicarme, pues sentía un miedo atroz a moverme, por lo que no respiré hasta pasados largos instantes.

Cuando me atreví a hacerlo, entonces sí, me incorporé despacio, y mi corazón empezó a correr en mi pecho, traumado por lo que habíamos vivido en esa pesadilla. Conseguí calmarlo con respiraciones profundas, como las que realizábamos en nuestras meditaciones.

Cuando logré apaciguar la mente y el cuerpo, me levanté. En completo silencio, anduve, en plena noche de lluvia, hasta el Templo Mayor, el que compartíamos las jukar y los iljenikos.

Todo era silencio, solo roto por el sonido constante y plano de la lluvia en el exterior. El templo siempre permanecía iluminado por grandes candelabros de cobre. En el centro de la sala, misteriosamente, había una figura arrodillada. Parecía minúscula en comparación a la inmensidad del templo de altísimos techos. Yo me asusté al principio, y pensé en irme de allí, pero luego me di cuenta de que conocía a esa persona. Me acerqué y me arrodillé a su lado.

—Esta lluvia anuncia algo... —comentó Menka con la parsimoniosa calma de la que lo ha vivido todo.

Menka era una anciana, ciega, viuda, y pobre, que toda la isla de Iljenike conocía, pues era la única jukar en la historia de la isla que había abandonado el templo, aunque no por propia voluntad.

Al quedar ciega, se consideró que había perdido el favor de los dioses, pues las jukar debían ser perfectas físicamente. De ahí que nuestra fama como las mujeres más hermosas de Ghikhanila hubiera trascendido todas las fronteras.

La última sacerdotisa --COMPLETA--Donde viven las historias. Descúbrelo ahora