Esa noche celebramos la llegada de Eder, con una gran cena, música, baile y bebida de más, mientras él narraba todo lo que había ocurrido, que había sido una interminable persecución por mar, parando solo en determinados puertos para reabastecer la nave y seguir. Josh se había mostrado implacable tratando de darle caza, no dándoles respiro.
—Mañana parto de nuevo —me dijo, sombrío. Lo miré alarmada.
Ambos estábamos sobre una gran tela de algodón, en la pradera frente a la casona, bastante alejados, pues habíamos salido a pasear, la noche invitaba a ello, y acabamos tumbados mirando al firmamento estrellado. No cogíamos de la mano.
—¿Por qué? —pregunté, mientras me erguía para mirarlo.
—Tu querido almirante está demasiado cerca de aquí, preciosa... No debe llegar a esta isla.
—¿Qué va a pasar?
—¿De verdad quieres quedarte conmigo, aquí? —me preguntó.
—No lo sé Eder, no sé qué debo hacer, qué me están pidiendo los dioses —le contesté, angustiada—, no puedo quitarme este anillo de la misma forma que sigo soñando con Hélokar. Sé que te quiero, Eder. Que no he dejado de pensar en ti y que lo que siento no ha dejado de crecer.
—Con eso me vale —dijo, llevando su mano hasta mi rostro, y obligándome a inclinarme sobre él, y besarlo.
Me besó con pasión, hasta encenderme, y cuando lo hizo, me tumbó sobre la tela. Se colocó sobre mí, y empezó a besarme, de nuevo, con extrema sensualidad, provocando mis suspiros de deseo, encendiendo la sangre de mi cuerpo, despertando los pálpitos en mi centro. Entrelazó sus manos con las mías, mientras me presionaba con todo su cuerpo.
—Quiero hacerte el amor, Adara —susurró en mis labios—. No puedo irme sin sentirte. La vida de un pirata es incierta, y no quiero morirme sin haber estado dentro de ti, entre tus brazos y tus piernas.
—No digas eso —le rogué.
—No sé quién de los dos ganará esta guerra, Adara, pero si ha de ganarla él, que al menos le haya robado algo de ti —dijo con determinación—. Concédele ese banal deseo a este hombre perdidamente enamorado.
Lo besé, con pasión, y lo que siguió fue nuestra prisa por quitarnos la ropa que separaba nuestras pieles, hasta quedar completamente desnudos, bajo el oscuro cielo nocturno, y los brillantes astros, testigos de nuestra pasión, de mi pecado. De nuevo me rebelaba, sin pretenderlo, contra las leyes de los hombres.
Él llevó su mano hasta mi entrepierna, mientras me besaba en el cuello, y se cercioró de que lo estaba esperando, y así era, con un fuego como yo solo conocía.
Se colocó entre mis piernas, y me penetró con dulzura. Los dos suspiramos al sentirnos, con un alivio intenso, necesitado. Yo lo abracé con mis piernas, mientras él se pegaba a mí por completo, agarrándome con una mano la cadera, y con la otra, mis manos en alto, por encima de mi cabeza.
Comenzó a moverse lentamente, dentro de mí, profundamente, haciéndose notar, mientras yo jadeaba en sus labios, enloqueciéndolo. Incrementó la intensidad, y con ello nuestras respiraciones, nuestras sensaciones, nuestra necesidad. Eder era un hombre tremendamente sensual, considerado, sensible, que se movía buscando el compás de nuestros cuerpos, la unión completa, mientras se deleitaba sintiéndome. Era como un baile, sincero.
Durante toda esa noche nos entregamos, en la pradera, y en su dormitorio, sin cargo de conciencia, sin miedo, ni expectativas, sin futuro que nublara nuestro íntimo y confiado momento. No me obligó a quitarme el anillo que me ataba a su enemigo, pero tampoco permitimos que su recuerdo nos interrumpiera.
![](https://img.wattpad.com/cover/376979059-288-k555911.jpg)
ESTÁS LEYENDO
La última sacerdotisa --COMPLETA--
RomansaCasíoke había nacido para ser sacerdotisa en un templo ancestral, en una isla tan lejos del mundo, que ella no se imaginaba otro posible, hasta que un naufragio junto a las costas de su hogar la llevaría a salvar al hombre que le estaba prohibido, c...