PRÓLOGO

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Querida lectora (o lector), antes de que te cuente el primer tercio de mi vida, que he decidido recoger en estas hojas, debo advertirte, pues mi cultura es otra, mi lengua es otra, y mis creencias son completamente desconocidas para ti. Mi mundo es uno que se vio invadido y casi destruido, por ello es mi responsabilidad darle voz. Solo yo puedo hacerlo, y comprenderéis por qué. Me llamo Casíoke, pero también Adara.

Nací en una isla del enorme archipiélago de Ghikhanila, hace 33 años, cuyo nombre es Iljenike, que en nuestra lengua significa "perla de fuego", y su capital es Ilje, o "perla". Es una isla volcánica, y su mayor tesoro (y razón por la que nos invadieron), el cultivo de perlas de todos los colores, con algunas variedades únicas, como la "puka", de un intensísimo color rojo sangre, solo existente en nuestra isla. Esto es posible gracias a nuestras costas escarpadas, de piedra volcánica, donde cuidamos de las conchas que nos las proveen.

Mi pueblo siempre fue pacífico, carente de toda ambición más allá de la de mantener sus antiguas costumbres, a las que se encontraba tan apegado. Una de las razones de nuestro carácter tenía que ver con nuestro aislamiento, ya que Iljenike es la isla más meridional del archipiélago, y también la más grande. Las corrientes marítimas que la rodean, como la de Ignek, a cien millas de la isla, la mantiene a salvo de la incursión de naves extranjeras, pero esto no fue siempre así, pues acabarían por descubrir cómo las cruzábamos nosotros y nos imitarían.

Nuestro benévolo y cálido clima también contribuyó a definir nuestro temperamento alegre, tranquilo, respetuoso y fraternal. Nunca fuimos rivales para los invasores, porque nunca mostramos resistencia, sin embargo, eso no significó que nos rindiéramos. Encontramos la forma de mantener nuestro legado intacto, pero esto es algo que os iré contando a lo largo de este corto, pero intenso viaje que es el primer tercio de mi vida.

Yo acabé abandonando la isla, pero no por propia voluntad. De hecho, fue algo traumático, tanto que, espero, querida lectora, cuando llegue el momento, seas capaz de soportarlo. Hay episodios de mi vida que desearía olvidar, y este es uno, pero la historia no lo hace, y hay heridas que el tiempo no cura, nunca.

Yo acabé completamente absorbida por el mundo de los invasores, ya que me enamoré de uno, el más poderoso de todos ellos, al que conocería por causa de un naufragio que arrastraría a una nave frontasiana hasta nuestras escondidas costas, junto al templo en el que yo era sacerdotisa desde los doce años.

Fronsta es el reino protagonista, pues fue el primer imperio en llegar al archipiélago de Ghikhanila, al que llamarían "Las Oceánicas". A mi isla la llamarían "La Perdida", ya que conocían su existencia, por lo que se contaba en el resto de islas, pero se ignoraba su ubicación. Simplemente se sabía que "estaba muy, muy lejos, como perdida en el mar". Eso nos mantuvo a salvo casi dos siglos más que al resto de nuestras vecinas, que fueron todas invadidas y transformadas por los imperios invasores. Estos acabarían por disputarse, a espada y cañón, el dominio de nuestro precioso y heterogéneo archipiélago, con más de cien islas.

Los dioses querrían que yo acabara lejos de mi tierra, en la capital de Fronsta, Fenon. Hoy, os escribo estas palabras encerrada en una celda, acusada de ser bruja, en la que ya llevo 124 días. He sentido la necesidad de contar mi verdad, pues he escuchado muchas mentiras sobre mí, mi pasado, mis razones y mis circunstancias durante el interminable juicio.

No sé si llegarás a leerla entera, y si comprenderás mis anhelos y mis acciones. Solo diré que siempre actué siguiendo mi instinto, escuchando mis dones, dejando ser a mi corazón. Si por eso soy bruja, entonces, está bien, lo soy, pero no por eso, no merezco la libertad y el respeto.

Hoy soy víctima de unas creencias incapaces de aceptar lo diferente, pues vengo de otro mundo que aquí se considera "exótico", y, por mantener vivas algunas de mis costumbres, que solo mostré en la intimidad para no ofender a nadie, hoy se me acusa.

Jamás entenderé la intransigencia en sí misma, pero sí comprendo la causa: la incapacidad humana de mirar hacia dentro, porque lo de dentro de uno mismo, asusta. A mí también. También temo lo que puedo hallar en mis propias profundidades, y en esta celda, estoy conociendo el fondo de las mismas, por eso escribo. Necesito iluminarlas, darles sentido.

He vivido abandono, esclavitud, incomprensión, prohibición, renuncia, sacrificio; he sentido soledad, desesperanza, impotencia; he padecido al dogma, del que fui víctima y verdugo. He visto muerte, crueldad, injusticia... Tanto, tanta intensidad. Pero no fue todo infernal, al contrario, pues llevé ambas alas, no solo la del mal. Con la otra me elevé gracias al amor, la pasión, los sueños, los anhelos y a muchas increíbles personas que me ayudaron a emprender ese vuelo hacia cotas de felicidad casi celestial.

Si queréis saber más sobre mi historia, mi cultura, mi magia, mis dones, mis amores, mis encuentros, mis peleas y mis rendiciones, mis fracasos y mis conquistas, en este corto viaje, lleno de aventuras, vais a encontrar otro mundo, el que yo quiero contaros, porque necesito hacerlo, pues no sé si algún día saldré de esta celda. Si no es así, que lo consiga al menos mi historia. Ayudadme a darle vida.

Lo único que hice fue amar, ¿y por eso se me condena? Sé que la ley divina acabará ganando a la mortal. No dejo de rogar por salir de aquí y reencontrarme con los míos. ¿Creéis que lo lograré? Mientras tanto, os narraré mi historia, y entonces, juzgaréis vosotras, lectoras, si merezco esto o no.

¿Es que me enamoré del hombre equivocado? Me niego a pensarlo...

Casíoke y Adara

La última sacerdotisa --COMPLETA--Donde viven las historias. Descúbrelo ahora