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Creo que no es necesario que os cuente cómo nos encontraron, al alba, a las dos, en la playa, tomadas de la mano, y confesando nuestro delito con absoluta naturalidad.

Josh estaba furioso, y la noticia se extendió por toda la isla, dejándolo en evidencia. Por suerte para mí, Didi fue el escudo que recibió toda su furia, pues yo tenía suficiente con lo que acababa de vivir.

Ella me defendió con ímpetu, y lo acusó a él de provocarme tanto sufrimiento. Le recordó, además, que yo me podría haber ido con Eder y no lo hice, como él tampoco me forzó a irme. Ante el peso de estos argumentos, Josh finalmente se apaciguó, y, como cada vez que se encolerizaba, después volvió a mí compungido, implorante y apasionado, haciéndome olvidar todo mi dolor.

Después de ese acontecimiento, ocurrieron muchas cosas que os contaré con rapidez, la misma con la que se desarrollaron, y que nos mantuvo a todos nerviosos durante casi un año, como desubicados.

Solo una semana después de la huida de Eder y su hermano, que no dejaron rastro alguno, como evaporados en el aire, yo di a luz a un precioso niño, sano, risueño, sin complicaciones, en la mansión de Aeternus, mi primer hijo, y que, para alivio de Josh, se parecía mucho a mí, no pudiéndose adivinar algún rasgo característico de su verdadero padre.

He de decir, que Josh se comportó de forma atenta y en exceso protectora, siendo el que más temió sobre el desarrollo del parto, repitiendo sin cesar la misma frase, con el rostro crispado en miedo y odio: "si este parto se la lleva, a ese bastardo le faltará mundo para esconderse".

Yo, en cambio, después de dar a luz, caí en una especie de depresión, que dicen les ocurre a algunas madres después del parto. No sé si fue el cúmulo de las emociones, de toda la carga que llevaba años sosteniendo, pero me sentí rendida.

Caí en un pozo de desidia, con constantes cambios de humor que me llevaban a discutir mucho con Josh, a su vez agobiado por la mudanza, pues, mientras tanto, le habían concedido el puesto de senador que pidió en el continente. Pasaron por alto el episodio de la fuga de Eder y su hermano, que no trascendió en los medios gracias a su poder de influencia.

Didi fue la que me ayudó sin descanso a cuidar del pequeño Mathew. Fue la que me obligó, con cariño, a no abandonar mis responsabilidades como madre cada vez que me acechaba la tristeza.

Mi ánimo no soportó el peso de mi pasado, de mis pérdidas, los cambios constantes, los romances, la maternidad y la mudanza al continente, que se produjo tres meses después de que diera a luz. Toqué fondo. Mi vida dejó de importarme. Lloraba sin consuelo. A veces con rabia, pero la mayoría, con lánguida tristeza, acobardada, deshecha por completo.

De nuevo, la culpa me azotaba con fuerza, por no ser capaz de encontrar las fuerzas que todo hijo se merece, especialmente después de traerlos al mundo, cuando más nos necesitan. Pero entonces, os aseguro, con dolor, que vislumbré la idea de quitarme la vida. Creo que no es necesario ahondar en ese oscuro periodo de mi vida, por lo que seguiré con los hechos.

Nos embarcamos en Puerto Dorado un día gris de mediados de otoño, en un barco comercial de gran tamaño y lujo, El Viajero. Con nosotros venía parte del servicio de la mansión de Aeternus, que Josh acabó vendiendo, declarando así que no tenía intención del volver al lugar donde se había fraguado su importante carrera militar. De nuevo tenía que despedirme de mi hogar, el archipiélago de Ghikhanila para Casíoke, y el de Las Oceánicas para Adara.

El viaje al continente se alargó por seis semanas, las que separaban "el mundo civilizado", como afirmaban sus habitantes, del "mundo conquistado", el que fuera mi hogar.

En El Viajero tuve mis primeras experiencias, paulatinas, integrándome en la sociedad frontasiana, pues, la mayoría de los que viajaban eran continentales, ciudadanos de Fenon, nuestro destino.

La última sacerdotisa --COMPLETA--Donde viven las historias. Descúbrelo ahora