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Lo besé con intenso deseo, y me alegré al descubrir lo mucho que lo impresionó mi actitud, pues lo sentí dudar al principio, siendo yo, por primera vez, la que tomaba el mando, la que pedía.

Busqué su mano derecha, y me la llevé a la entrepierna.

—¿Qué piensas? —le pregunté en los labios, sensual.

—Que contigo pierdo la cabeza... —sonrió él, e introdujo dos dedos dentro de mí. Gruñó de gusto al encontrarme—. Casíoke, creo que tu cuerpo me está queriendo decir algo.

—¿Qué es lo siguiente Hélokar? —le pregunté ignorante, mientras le besaba en el cuello, entre leves gemidos de deseo, mientras disfrutaba de su habilidad.

—¿Qué me estás pidiendo, Casíoke? —preguntó incrédulo, se detuvo, y me obligó a mirarlo a los ojos.

—Antes que entregar mi virtud a un extranjero contra mi voluntad, quiero entregarla, voluntariamente, al hombre que amo —contesté, no separando mis ojos de los suyos.

Él al principio no se lo creía, lo supe.

—Casíoke, no permitiré que te hagan eso —dijo resuelto, y me sostuvo el rostro, serio—. Antes de que te conviertan en su diversión, acabo con tu vida, y luego me quito la mía.

—Hélokar... —contesté emocionada, y no pude seguir.

Él volvió a besarme con deseo. Con suavidad me tumbó sobre la cama, y comenzó a recorrer con sus manos todo mi cuerpo, y con sus besos mi cuello y mis pechos, mientras yo suspiraba de placer, preguntándome por qué nos hacíamos eso las jukar. Por qué renunciábamos a algo tan increíble como el sentir al otro desde el deseo y el amor. Yo me daba cuenta en ese momento, en mi pequeño mundo, de que no existía nada más grande que eso.

—¿Estás segura? —me preguntó, con la voz ronca.

—Más que nunca —respondí, igual de encendida.

—¿Y el castigo de los dioses?

—El castigo de los dioses ya ha sido anunciado, antes de que yo me entregara, así que no me hago responsable de lo que ocurra. Estamos todos condenados a morir. Vivamos mientras tanto —dije, mirándolo intensamente, con el corazón hablando por mi boca—. Me niego a seguir reprimiendo mi ser, si no sirve para que nos salven.

—¿Y si somos la causa del desastre por lo que vamos a hacer? —temió él, por primera vez.

—¿Tanto poder crees que tenemos? —Él dudó—. ¿Va a ser ahora el miedo más determinante que el amor?

Él aún dudó, pero luego sonrió y se inclinó para besarme de nuevo. Después sostuvo mi mano, y se la llevó a la entrepierna. Yo sostuve su miembro en mi mano, sintiendo su suavidad, su dureza, su necesidad.

—Dicen que estoy bien dotado —dijo con picardía, besándome cerca de la oreja.

—¿Eso qué significa? ¿Qué te has entregado a muchas? —respondí entre molesta e incrédula—. Si te refieres al tamaño, lo siento, pero no tengo con qué compararlo.

Él se rio, y me besó.

—Desde hace mucho tiempo es solo tuyo, Casíoke —susurró, y comenzó a acariciarme de nuevo, excitándome—. ¿Estás segura de esto?

—Sí —repetí.

Él se movió entre mis piernas, resuelto, mientras atrapaba mis labios con su boca. Lo sentí entrar dentro de mí. La impresión fue sobrecogedora, a la vez que él gemía con fuerza, de gusto. Sentía que mi cuerpo dejaba de ser mío, para compartirlo con él, como si regalara algo mío muy preciado.

La última sacerdotisa --COMPLETA--Donde viven las historias. Descúbrelo ahora