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Habían pasado más de cuatro años del inicio este evento, y nosotros, como la capital, continuamos con nuestra atareada vida.

Dejamos de ser el centro de atención, que rápidamente pasó a otros asuntos. Nos centramos en nuestra vida familiar, viendo nuestros hijos crecer, rodeados de los verdaderamente importantes, mientras Josh ascendía en su carrera política, hasta que, finalmente, logró el puesto de ministro de las Islas.

Toda la gestión de los intereses políticos, militares y comerciales en el archipiélago de Las Oceánicas, pasaría por sus manos. Antes fue sobre un barco, y, ahora, desde los despachos de la capital. Todo su trabajo se veía así recompensado, y eso mejoró su humor.

Mientras tanto, yo seguí el consejo que me diera una importante señora, que fue gran amiga, la señora Olhver. Ella era escritora de novelas, y la conocí en uno de los muchos eventos sociales a los que acudí. Siempre me demostró un profundo cariño que nacía de la admiración que me tenía. Fue ella, la que una vez me dijera: "¿y por qué no cuentas tu verdad?", haciendo referencia al bochornoso evento de la obra teatral que tanto me difamó.

Fue así como comencé a escribir sobre Iljenike, las jukar, el Templo de las Jurkas, las ikálikas, la historia del archipiélago de Ghikhanila, de su mitología, sus tradiciones, su cultura, sus riquezas. Yo conocía todo eso gracias a mi formación como jukar desde los doce años, por lo que, como ella me aconsejó, me puse a escribir, y me convertí, en dos años, en la historiadora oficial del archipiélago en Fronsta, mientras mi marido era el ministro de las Islas.

Todo transcurría plácidamente en el hogar Wonter, en el palacete de Armonía, haciendo honor a su nombre. Josh y yo celebrábamos nuestro décimo aniversario, enamorados como el primer día, sin embargo, el destino reclamaría su compensación.

Poco después de celebrar este evento en nuestra residencia, Josh comenzó a tener unas dolencias en el pecho. Tal era su dureza, como ex militar, que apenas se quejaba, no dándole importancia, pero mi instinto sanador comenzó a alertarme cada vez que lo veía llevarse la mano al pecho.

Empezó a estar muy cansado, pero no detenía sus actividades, actuando como si nada ocurriese para no preocuparnos, pero yo comencé a estar aterrorizada.

-Josh, por favor -le supliqué una mañana, después del desayuno, en un momento que nos encontramos a solas.

-No te preocupes mi amor -me tranquilizó, acariciándome el rostro-. No es nada grave, solo un poco de estrés.

-Déjame verte -le pedí, y me refería como ikálika.

-¿Como haces con nuestros hijos? -y me sonrió. Lo miré implorante-. Está bien.

Fuimos a su despacho y cerramos con llave, pues él no quería que nadie del servicio me viera cuando yo recurría a mis poderes para sanar alguna dolencia de mis seres queridos.

Él se quitó la chaqueta y el chaleco, y yo le abrí la camisa, mientras se apoyaba contra su enorme escritorio. Posé mi mano sobre su esternón, y comencé a sentir la energía. Él me observaba embelesado. Lo noté al momento. Una distorsión en el corazón, una concentración de energía muy baja y disonante.

-Josh, aquí hay un mal, hay que tratarte -le dije preocupada, mirándolo.

-No es nada, mi amor, tranquila -contestó con una sonrisa, y se inclinó para besarme, tomándome la nuca con una mano, y sosteniéndome la otra en su pecho-. Verte como te recuerdo en el templo, me ha traído bellos recuerdos -me susurró con sensualidad.

Mi cuerpo se encendió.

-Josh... -dije, queriendo detenerle, pero siguió besándome con deseo.

Cuando nos daban estos arrebatos de pasión, no había forma de detenerlos. Ni queríamos, ni podíamos.

La última sacerdotisa --COMPLETA--Donde viven las historias. Descúbrelo ahora