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—¿Estás bien atendida? —me preguntó Eder, cuando vino a verme por la noche.

—Sí, gracias —contesté secamente—. ¿Qué le ha pasado a Rana?

—Su padre le cortó la lengua por contestón —respondió como si fuera algo normal.

—Solo tiene... ¿Trece? —dije consternada.

—Diez —respondió Eder, sirviéndose una copa, y sentándose a mi lado, a la sencilla mesa—. Empezó a rebelarse muy temprano. Luego lo mató por accidente, defendiéndose de otra paliza, por eso está ahora conmigo. Lo iban a colgar con ocho.

Lo miré horrorizada. ¿Qué le pasaba a la gente del continente? Eder sonrió torcidamente.

—Vienes de otro mundo, Adara —dijo, poniéndose serio—. ¿De dónde eres?

Lo miré. No supe qué contestar, pues ciertamente, Josh y yo nunca habíamos preparado una historia que explicara mi origen y cómo nos habíamos conocido.

—No eres del continente, Adara —dedujo él, observándome—. No hago más que tratar de averiguar quién eres, pero no estoy seguro. Seguramente ese no sea tu nombre real. —Miró mis pies descalzos y volvió a mis ojos—. Tus rasgos, son atípicos en estas islas, salvo en una, y he viajado mucho Adara, más de dos décadas, desde que me embarcara como polizón con siete, en el continente. Dime quién eres.

—De qué sirve que lo sepas —contesté, precavida.

—Solo pretendo satisfacer mi curiosidad, nada más —dijo con calma, mostrándose serio—. Ahora eres la mujer del almirante Josh Wonter, y tu origen no va a cambiar eso, pero sí te diré, que el elitista mundo hacia el que él te arrastra, puede ser mucho peor que la vida de un esclavo en una isla.

—¿Cómo te atreves a decirme eso?

—Solo te advierto de que su apestosa casta de ricos no te aceptará fácilmente —comentó resuelto, acomodándose en el respaldo de la silla y poniendo su pie derecho sobre su rodilla izquierda, desenfadado—. Miran el pedigrí de una persona como el de los caballos que crían.

—Josh no me ha elegido por eso —lo defendí.

—Eso es lo que me intriga —respondió estudiándome con gravedad—. ¿Quién eres y qué le has hecho al hombre más recto y cruel del mundo? Estamos hablando de alguien que, sé, aspira a un puesto como gobernador de las islas frontasianas, o más, y se lo van a dar. Vas a ser la mujer del hombre más poderoso de Las Oceánicas, con el que quiere emparentar medio mundo. Pero te ha elegido a ti, una desconocida de misterioso origen e increíble belleza, que ni las nobles más refinadas pueden igualar.

—Si es así, entonces no debo decírtelo.

—De mi boca no va a salir lo que me confieses, preciosa, no tengo ningún interés, solo curiosidad —decía con calma. Sus ojos eran hipnotizantes—. Hace diez años que tengo una guerra personal con ese cabrón, y lo siento, pero lo conozco mejor que a mí mismo, pues de eso se trata con los enemigos. No descubro qué le has hecho, y que creo, me estás haciendo a mí. Parece brujería.

—¿Yo a ti? —pregunté incrédula.

—Adara, tienes algo que hechiza. Me entusiasman los acertijos y los retos, pero el tuyo no lo resuelvo por mí mismo, y llevo horas, cuando suelo tardar minutos —dijo, inclinándose hacia mí.

—Prométeme mi vuelta con mi marido, y resolveré todas tus dudas.

—No tengo que prometértelo, depende de él. No es mi intención retenerte eternamente, pero, con todo mi pesar, sí te usaré para doblegarlo —me advirtió, volviendo su espalda al respaldo con lentitud.

La última sacerdotisa --COMPLETA--Donde viven las historias. Descúbrelo ahora