XIX

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Era una hermosa mañana en Mónaco, con un sol radiante y una brisa suave que hacía de aquel día el ideal para disfrutar al aire libre. Charles y Carlos habían decidido llevar a su hija al parque cercano, un lugar donde solían pasar tiempo juntos en familia. Marie de ocho años estaba llena de energía y emoción, montando su bicicleta nueva con confianza mientras sus padres se relajaban en el césped.

Charles estaba sentado sobre una manta absorto en la lectura de un libro, mientras Carlos, recostado a su lado, disfrutaba del calor del sol con los ojos cerrados. De vez en cuando, ambos levantaban la mirada para asegurarse de que Marie estuviera bien, pero confiaban en que su hija, ya experta en manejar su bicicleta, sabría cómo cuidarse.

Marie por su parte exploraba los senderos del parque con una sonrisa de oreja a oreja. La libertad de andar en bicicleta le llenaba de alegría, pero su espíritu aventurero la llevó a notar una colina cercana que parecía perfecta para una pequeña aventura. Sin pensarlo dos veces, pedaleó hacia ella, entusiasmada por la idea de bajar a toda velocidad.

Charles, que había levantado la mirada del libro para ubicar a su hija, se quedó helado al verla en la cima de la colina.

— ¡Carlos!— gritó, golpeando el brazo de su esposo para despertarlo.

Carlos abrió los ojos con un sobresalto, confundido.

— ¿Qué pasa? ¿Qué ocurrió?

Antes de que Charles pudiera responder, ambos escucharon el grito lleno de emoción de Marie seguido por el sonido de las ruedas acelerando cuesta abajo.

— ¡Marie!— gritaron al unísono, poniéndose de pie rápidamente.

Desde la distancia, veían cómo la niña bajaba a toda velocidad por la colina, riendo al principio, pero claramente perdiendo el control conforme la bicicleta rebotaba en el camino irregular. Todo sucedió en un instante: una piedra en el sendero hizo que la bicicleta se tambaleara, y Marie salió disparada, cayendo aparatosamente al suelo.

— ¡No puede ser!— exclamó Carlos, corriendo detrás de Charles, quien ya había dejado caer el libro en su prisa por llegar hasta su hija.

Cuando llegaron, Marie estaba en el suelo, llorando y abrazándose el brazo izquierdo.

— ¡Mi brazo! ¡Me duele mucho!— lloraba entre sollozos, mientras Charles se arrodillaba a su lado.

— Tranquila pequeña, papá está aquí.— dijo Charles, tratando de calmarla mientras revisaba rápidamente si tenía heridas graves.

Carlos, que había llegado justo detrás, miraba con el corazón en un puño.

— ¡Marie, cielo! ¿Dónde te duele?— preguntó, claramente preocupado, mientras pasaba su mano suavemente por la frente de la niña.

— ¡Aquí!— respondió Marie, señalando su brazo izquierdo con lágrimas en los ojos.

Charles intercambió una mirada seria con Carlos.

— Creo que está fracturado— dijo en voz baja, tratando de no alarmar más a su hija.

— Vamos al hospital, ahora mismo.— respondió Carlos, tomando a Marie en brazos con cuidado.

En el hospital, los médicos confirmaron lo que Charles había sospechado: Marie tenía una fractura en el brazo izquierdo, además de varios moretones en las piernas y un pequeño corte en la frente que, aunque superficial, había hecho que sus padres casi entraran en pánico. Tras colocarle un yeso en el brazo y hacerle algunas radiografías para descartar daños internos, los médicos les indicaron que pasarían la noche en observación.

❝𝐒𝐮𝐬𝐮𝐫𝐫𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐀𝐦𝐨𝐫❞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora