Los días de verano en España eran siempre una de las épocas más esperadas por la pequeña Marie. Cada año, su familia viajaba desde Mónaco hasta la costa española para pasar unas semanas con los abuelos y tíos de su papá Carlos. A pesar de la distancia, el amor y cariño que le brindaban cada vez que llegaba hacía que la espera valiera la pena. La casa de sus abuelos era grande y acogedora, con paredes blancas que contrastaban perfectamente con el azul intenso del cielo y el mar. El aire cálido y salado de la playa siempre la rodeaba, y el sonido de las olas era el mejor acompañante de sus sueños.
Marie adoraba los días que pasaba en España. Lo que más le gustaba, sin lugar a dudas, era la comida. Desde el desayuno hasta la cena, su paladar se deleitaba con los sabores de la tierra española. Tortillas, croquetas, jamón ibérico, gazpacho... todo lo que probaba era delicioso y siempre encontraba algo nuevo que le encantaba. Pero lo que más disfrutaba, con diferencia, era ir a la playa con sus papás.
Cada mañana antes de que el sol estuviera demasiado alto, su papá Carlos y su primo — o su tío Caco como solía llamarlo — se preparaban para un día de pesca. Tenían un pequeño barquito de pesca, que los llevaba mar adentro, donde las olas eran suaves y el agua cristalina. Marie, que solo tenía seis años, siempre los observaba con fascinación mientras preparaban los caños de pescar, organizaban el equipo y se ponían sus trajes para sumergirse. Su pequeño corazón se llenaba de emoción solo con pensar en todo lo que vería y viviría.
El paseo en el barquito era mágico. Mientras Carlos y su primo se sumergían en el agua y salían con los peces, Marie se quedaba con Charles, observando el horizonte sintiendo la brisa fresca acariciar su rostro y luego veía a su papá y a su tío resurgir del agua con una sonrisa de orgullo. Marie los veía como héroes: su papá Carlos, con su gran experiencia en el mar y su tío que siempre tenía historias divertidas sobre la pesca que la hacían reír.
— Papá, ¡te vi sacar un pez enorme! —exclamaba Marie mientras aplaudía con entusiasmo cada vez que uno de los dos pescadores aparecía en el bote con su captura.
— ¿En serio, princesa? —respondía Carlos, guiñándole un ojo mientras se acomodaba en el bote.— ¿Sabías que los peces más grandes están justo debajo de nosotros?
— ¡Voy a pescar uno más grande que el tuyo!.— decía Marie, llena de energía, aunque en su mente solo pensaba en los brillantes peces que veía saltar fuera del agua.
Al final del día, cuando regresaban a la costa, Marie siempre corría hacia el agua para mojarse los pies y reír con el frescor del mar mientras Charles le tomaba fotos y a veces la levantaba en brazos y la llevaba hasta la orilla, donde la arena tibia se pegaba a sus pies.
Un día, mientras jugaba cerca de la orilla, Marie se encontró con una hermosa caracola blanca. Su tamaño era perfecto para sus pequeñas manos y su superficie brillante reflejaba la luz del sol. La emoción llenó su rostro y corriendo con todas sus fuerzas, se dirigió hacia donde estaba Carlos, que conversaba con su hermana, la tía de Marie, en la terraza de la casa.
— ¡Papá Calos! ¡Papá Calos!. — gritó Marie mientras avanzaba, agitando la caracola en el aire. En su voz había una mezcla de orgullo y alegría. Era su manera única de llamarlo y a pesar de que sabía que su nombre era Carlos habia escuchado al monegasco llamarlo así por lo que ella también lo hacía.
Carlos al escuchar su voz emocionada, se giró y la vio correr hacia él. Sus ojos se iluminaron al ver la caracola en su mano.
— ¿Qué traes, pequeña?.— preguntó Carlos, inclinado hacia ella, mientras la levantaba en el aire, llenándola de besos en su carita sonrojada.
— ¡Mira, mira papá Calos! Encontré una caracola para ti.— dijo Marie, muy contenta y le extendió la concha para que la viera bien.
Carlos la miró con atención, admirando su entusiasmo. Era un momento tierno, uno de esos que solo un padre puede disfrutar plenamente, cuando veía a su hija con la inocencia de un niño y su capacidad para encontrar alegría en las cosas más simples.
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❝𝐒𝐮𝐬𝐮𝐫𝐫𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐀𝐦𝐨𝐫❞
FanfictionMarie Sainz Leclerc era un nombre que resonaba con fuerza en el mundo del automovilismo. A sus dieciocho años, la joven piloto no solo llevaba en sus venas la pasión por las carreras, sino también el legado de dos de los nombres más aclamados de la...