XXXIX

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San Valentín siempre había sido un día especial en la familia Sainz Leclerc. Desde que tenía memoria, Marie había disfrutado de ayudar a su papá Carlos a preparar sorpresas para Charles, y viceversa. No importaba quién planeaba la sorpresa para quién, lo importante era ver la felicidad en sus rostros y presenciar cómo su amor seguía intacto con el paso de los años.

A veces se reía al ver cómo Charles se sonrojaba con los halagos y abrazos de Carlos, como si aún fueran dos jóvenes enamorados. Para Marie, esos pequeños momentos eran los que hacían que el día fuera especial. Aunque, claro, también había otro motivo por el que amaba San Valentín: los chocolates. Cada año se las ingeniaba para robar un par de bombones de la sorpresa sin que sus padres se dieran cuenta. Era su tradición secreta.

Sin embargo, hubo un San Valentín que sería recordado por toda la familia.

Ese año, Marie tenía quince y la fecha transcurrió con normalidad en el colegio. Había visto a sus amigas recibir cartas y regalos de admiradores secretos, pero no le había dado mucha importancia. No era que no le interesara el romance, simplemente no pensaba demasiado en ello. O al menos, no hasta el final del día.

Cuando estaba guardando sus cosas para salir, un compañero de su clase, visiblemente nervioso, se le acercó con un ramo de flores envuelto en papel celeste y una pequeña caja de chocolates.

— M-Marie... — dijo, su voz temblando.— Esto es para ti.

Marie parpadeó, sorprendida.

— Oh... gracias.

— Es que... me gustas.— soltó él de golpe, su cara completamente roja.

El silencio que siguió se sintió eterno. Marie sintió un cosquilleo incómodo en el estómago. No esperaba algo así.

— Eh... — bajó la mirada, sintiéndose un poco culpable.— Lo siento, pero yo no...

Él alzó una mano antes de que terminara.

— No te preocupes, ya me lo imaginaba.— sonrió de forma tímida.— Pero aún así, me gustaría que te quedaras con esto.

Marie dudó un segundo, pero al final aceptó.

— Gracias, de verdad.

Se despidieron y ella tomó el autobús de regreso a casa, sin pensar demasiado en lo que acababa de pasar. Sin embargo, su tranquilidad duró hasta que cruzó la puerta principal.

Apenas puso un pie en la casa, escuchó un jadeo escandalizado.

— ¡Marie!

Era su papá Carlos, quien la miraba como si acabara de ver un fantasma. Marie, sin entender su reacción, solo ladeó la cabeza.

— ¿Qué pasa?

— ¡¿Qué es eso?!— señaló dramáticamente las flores y la caja de chocolates en sus manos.

Antes de que pudiera responder, Charles apareció en el umbral de la cocina, con un trapo en la mano.

— ¿Qué ocurre? ¿Por qué gritas como si hubiera un incendio?

Carlos solo señaló a su hija con los ojos muy abiertos. Charles miró en su dirección y, al notar el ramo y los chocolates, frunció el ceño. Luego, sus labios se curvaron en una sonrisa.

— Oh... ¿son tus primeras flores de San Valentín?

Marie sintió que la cara se le encendía.

— Eh... supongo que sí.

Carlos soltó un resoplido indignado.

— ¿Quién te las dio?

Marie suspiró, ya anticipando la escena que se avecinaba.

❝𝐒𝐮𝐬𝐮𝐫𝐫𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐀𝐦𝐨𝐫❞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora