Más relatos de Carlos y Charles con Marie siendo aún una bebé.
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Los primeros días con Marie en casa fueron una mezcla de descubrimiento, ternura y puro amor. La pequeña bebé, tan diminuta y delicada, parecía ajena al torbellino de emociones que sus padres vivían al tenerla finalmente en sus brazos. Charles y Carlos apenas podían apartar la mirada de ella, como si fuese una pequeña joya que temían romper con un simple parpadeo.
Charles, con la dulzura que lo caracterizaba, se había convertido en el guardián más dedicado de su hija. Cada vez que Marie abría sus enormes ojos verdes, el monegasco sentía que el mundo entero se detenía. La acunaba en sus brazos con una delicadeza casi reverencial, como si fuera una muñequita de porcelana que debía proteger a toda costa.
— Bonjour, mon trésor.— le decía en un susurro mientras le acariciaba la cabecita cubierta por finos mechones. Marie respondía con un balbuceo suave, lo que hacía que Charles riera conmovido. Se deleitaba cambiándole los vestiditos que había elegido con tanto cuidado antes de su llegada, cada prenda más adorable que la anterior.
— Eres la bebé más hermosa del mundo.— le decía, besando su naricita mientras ella lo miraba con una curiosidad tranquila.
Por otro lado, Carlos se dedicaba a encontrar formas de hacer reír a su pequeña. Aunque Marie aún era demasiado pequeña para entender lo que ocurría a su alrededor, parecía sentir la calidez y la energía que desprendía su padre español. Carlos la levantaba suavemente en el aire mientras hacía ruiditos graciosos con su boca y Marie como si comprendiera el juego, soltaba pequeñas risitas que llenaban el cuarto de una alegría incomparable.
— ¡Eso es, mi campeona! Sabía que eras una risueña como tu papá.— decía, presumiendo mientras Charles rodaba los ojos con una sonrisa divertida.
Una tarde, mientras Charles terminaba de acomodar la cuna, Carlos se sentó en la alfombra del salón con Marie en su regazo.
— Vamos a practicar, pequeña.— bromeó, colocando suavemente sus deditos sobre los suyos como si fueran a agarrar el volante de un coche imaginario.— Cuando crezcas, vas a ser la mejor piloto, pero por ahora... ¡acelera!— exclamó haciendo el sonido de un motor. La bebé soltó una carcajada inesperada y Carlos lo tomó como la mayor victoria de su vida.
— ¿Escuchaste eso, Charles? ¡Es oficial, me ama más a mí!.— gritó con entusiasmo mientras Charles entraba al salón, fingiendo indignación.
— Por favor, Carlos. Ella sabe perfectamente quién le da los mejores abrazos.— dijo Charles, tomando a Marie en sus brazos y acunándola contra su pecho. La niña se acomodó con un suspiro contento, cerrando los ojos mientras Charles la mecía suavemente. — Ves, ni siquiera lo niega.— añadió, guiñándole un ojo a su esposo.
Las noches también tenían su magia, a pesar del cansancio que empezaba a acumularse. Cuando Marie lloraba, ambos se turnaban para atenderla, aunque Charles siempre parecía adelantarse. Lo hacía con tanto amor que Carlos no podía reclamarle. Una madrugada, después de alimentar a la pequeña y cambiarle el pañal, Charles volvió a la cama con Marie dormida sobre su pecho.
— Creo que esto es la felicidad, Carlos.— murmuró, mirando a la niña con adoración. Carlos, a su lado, pasó un brazo por encima de ambos y asintió.
— Sí, lo es. Nuestra pequeña Marie lo es todo.— respondió el español, cerrando los ojos mientras escuchaba el suave susurro de la respiración de su hija, sintiendo que nada en el mundo podía superar ese momento.
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❝𝐒𝐮𝐬𝐮𝐫𝐫𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐀𝐦𝐨𝐫❞
FanfictionMarie Sainz Leclerc era un nombre que resonaba con fuerza en el mundo del automovilismo. A sus dieciocho años, la joven piloto no solo llevaba en sus venas la pasión por las carreras, sino también el legado de dos de los nombres más aclamados de la...