XXII

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Marie Sainz Leclerc tenía una infancia llena de momentos que podían ser descritos como cualquier cosa menos ordinarios. Siendo hija de dos de los pilotos más exitosos de la Fórmula 1, sus días estaban repletos de aventuras, risas y situaciones únicas. Entre la disciplina de los circuitos y los viajes alrededor del mundo, siempre había espacio para los momentos tiernos y divertidos que marcaron su niñez.

°•☆•°

Marie tenía apenas un año y daba señales de querer empezar a caminar, también mostraba la seguridad de una niña que sabía que era el centro del universo de sus padres. Aquella vez, la temporada de Fórmula 1 estaba en pleno apogeo y el paddock era un hervidero de actividad.

— ¿Crees que hoy sea el día?.— preguntó Charles mientras sujetaba a Marie en sus brazos. La pequeña miraba con curiosidad todo lo que la rodeaba, desde los mecánicos corriendo hasta los fanáticos que esperaban tras las barreras.

— Si no lo es, no importa. Tenemos tiempo.— respondió Carlos, inclinándose para acariciar el cabello de la niña.— Pero si da sus primeros pasos aquí, será la historia que contaremos siempre.

Marie, como si entendiera el momento, estiró los brazos hacia Carlos, que estaba de pie frente a Charles.

— ¡Vamos, Marie, ven con papá!— animó Carloss con entusiasmo, extendiendo los brazos.

Charles la colocó en el suelo con cuidado y la pequeña, tambaleándose dio un paso hacia adelante. El segundo fue más firme y el tercero terminó en una pequeña caída, pero no antes de llegar a los brazos de Carlos.

— ¡Lo hizo!.— exclamó Charles, aplaudiendo mientras Carlos la levantaba y la llenaba de besos.

Los mecánicos cercanos, al notar lo ocurrido, comenzaron a aplaudir también y pronto todo el garaje de Ferrari celebraba. Marie, aunque no entendía del todo lo que pasaba, se reía con esa risa contagiosa de bebé que hizo que todos olvidaran por un momento las tensiones de la carrera.

°•☆•°

Cuando Marie tenía cinco años, Charles y Carlos decidieron llevarla a un parque en Mónaco. Era un día soleado, perfecto para disfrutar de un paseo y, claro, un helado.

— ¿De qué quieres tu helado, Marie?— preguntó Charles mientras se inclinaba para estar a la altura de su hija.

— ¡Chocolate con menta!— dijo con una sonrisa, abrazando la pierna de su padre.

Carlos, que ya sostenía su propio helado de vainilla, se burló.

— ¿Chocolate con menta? Eso no combina. Mejor vainilla, ¿verdad?

Marie lo miró con los ojos entrecerrados, como si hubiera cometido una grave ofensa.

— ¡Papá Calos, no sabes nada de helados!

Charles soltó una carcajada y mientras se alejaba para pedir el helado de Marie, Carlos aprovechó para picarla un poco más.

— Bueno, seguro que vas a terminar manchada. Siempre lo haces.

— ¡No es cierto!— protestó Marie, cruzándose de brazos.

Cuando Charles regresó con el helado, Marie lo tomó con entusiasmo, pero como era de esperarse en cuestión de minutos tenía chocolate en la nariz y un poco en su camisa.

— ¿Qué te dije?— dijo Carlos, riendo mientras sacaba una servilleta.

— ¡Fue el helado!— respondió Marie con indignación.— No es mi culpa.

Charles, tratando de limpiar a su hija, comentó con tono juguetón.

— Tal vez el helado decidió vengarse por todas las veces que lo has mordido demasiado fuerte.

❝𝐒𝐮𝐬𝐮𝐫𝐫𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐀𝐦𝐨𝐫❞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora