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Es costal hacía resonar los golpes continuos de casi una decena de personas, mientras que los demás seguían una rutina completamente distinta, otros manopleaban a sus compañeros como era el caso de Shin Takahiro.
De cabellera rubia y pirecing en las orejas, ojos claros cómo avellanas y una complexión bastante atlética pesando un poco más de los 70 kilos.
Su turno había terminado, su entrenamiento había acabo como costumbre.
Cuando estaba apunto de ir a tomar agua, alguien se metió en su camino.
Aquella chica de cabello oscuro y ojos profundamente violeta. Tenía una expresión seria para todavía no decirle nada.
Hasta qué se decidió; —Ayúdame a hacer eso qué hiciste —
Directa y al grano con su petición.
—¿Quieres que te manoplie? —
—Eso dije, me ayudas? —Contestó.
Shin sonrió pues de ninguna manera iba a perder esa chance. Al fin ella había decidido comenzar a dejar esa máscara de chica sombría.
Por lo menos eso parecia.
Si bien esa era una razón acertada, la verdadera prioridad era aprender del mejor del gimnasio.
Y ese —Eres tú —Eso mismo explicaba Hara terminando el round con un gancho.
—¿Cuando decidiste eso? —Pregunto Shin con curiosidad.
Muy seguramente había sido desde ayer. Ella misma lo confirmó después, Hara argumentaba qué no podía pedírselo a alguien más.
Pero nunca explicó el porqué, incluso después de insistirle durante un tiempo.
Tiempo que se transformó en meses donde empezó a subir su nivel. Como una gráfica apuntando a lo más alto, su nivel se disparó sin límites al parecer.
En poco tiempo ella comenzó a aprender demasiado, de manera rápida y constante.
De la mano de Shin quién siempre era el encargado de enseñarle movimientos, varios consejos y muchos ejemplos.
Su talento fue en aumento cómo también la confianza en su relación.
Ninguno de los dos se dió cuenta hasta qué ambos ya sentían una cercanía, una amistad nacida de la nada.
Shin era el único chico con el cual Hara podía sentirse cómoda y segura, contrastando el gran trauma y miedo qué le daban los demás.
Las heridas seguían abiertas en su corazón, pero la compañía de ese chico por lo menos le hacía ignorar el hecho de pensar qué todos eran iguales.
