La chica común y el boxeador imponente.

Declan:

Me cambio en un cuarto improvisado que hicieron los chicos para mí hace tiempo. Las condiciones son precarias pero sirve. Aún recuerdo lo primero que hice al verlo, una foto en donde estaba con mi hermana y mis padres hace ya varios años fue a parar a la pared opuesta a la de la puerta. Ahora cada vez que entro la observo y me relajo. Estas cuatro paredes han escuchado todo lo que he dicho sin juzgarme, me han visto en los peores momentos y no señalan mi comportamiento.

— ¡Maldición!

Mi vista se traslada a la puerta, Cedric entra por ésta y parece desesperado marcando algo en su teléfono.

—¿Qué sucede? —pregunto curioso.

—Tu hermana. —murmura impaciente.

Esa simple frase me alerta. Él no estaría a punto de un colapso nervioso de no ser extremadamente serio el asunto.

—¿Qué diablos le pasó a mi hermana? —me acerco a su lado.

—Nada de lo que ronda por tu cabeza. —avisa.

—¿Entonces? —demando perdiendo los estribos.

—Ella vino y presenció la pelea, Declan.

—¿Irene? —lo miro perplejo—. Eso es imposible, no conoce este lugar.

—Pues al parecer si, me llamó molesta y habló de la pelea. —hace una pausa—. Creo que estaba acompañada.

—¿De quien? —estoy confundido—. No mucha gente sabe que aquí se celebran las peleas. Y te aseguro que mi hermana no se acercaría a ellos.

—Eso lo se. —asiente—. Pero tampoco vendría sola. —piensa— ¿Qué hay de Kalinda?

Ahora si lo miro como si hubiese perdido la razón. Es ridículo. Ella desconoce por completo este sitio. Ni siquiera sabría que hago esto de no ser por los reproches de Irene.

—No. —niego rotundamente—. Olvídalo.

Cedric se encoge de hombros y suspira apoyándose en la pared con la mirada fija en el suelo.

—Entonces supongo que tendremos que preguntarle. —dice.

—Sí. —me levanto y señalo la salida—. Vamos.