1:30 a.m.: tenía ganas de llorar sin razón alguna.
2:15 a.m.: sentí un dolor inexplicable en el pecho y que continúo diez minutos más.
2:45 a.m.: me fui dormir.
3:00 a.m.: seguí intentando dormir pero no pude conciliar el sueño.
3:59 a.m.: me llamó Irene y cuenta, entre lágrimas y sollozos, que Declan tuvo un accidente.
4:00 a.m.: ahora el llanto tenía un motivo y no me importaba ser escuchada o tranquilizarme.
Una vez que fueron las 7:30 a.m., le rogué a mi papá que me llevara al hospital en donde Declan se encontraba. Él suele levantarse temprano para ir a trabajar así que aproveché. La mirada que me dedicó ante semejante petición de mi parte me cortó la respiración y creí que me mandaría a mi habitación a dormir, pero no lo hizo. Y eso fue lo mejor que pudo haber hecho y le estoy agradecida. Sin necesidad de avisarle a mamá, partimos.
Aparcó el auto en la cuadra enfrentada al hospital. Bajamos los dos y mientras más nos acercábamos los nervios se volvían torbellinos incontrolables, en especial se sentía en mi estómago. Tenía, y tengo, deseos de golpear algo y destrozarlo en mil pedazos o hasta quedar satisfecha.— ¿Quién te avisó que el chico estaba internado? —después de media hora vuelve a hablar mi padre. A veces pienso que no llama a Declan por su nombre porque no le sale, no porque no lo sepa.
—Su hermana. Me llamó en la madrugada y me dijo. —vuelvo a tragar saliva. Mi garganta me duele. Arde.
—¿Entonces por qué no dijiste para traerte antes? ¿O no podía recibir visitas? —dice revisando su celular. Es divertido ver que debe sacarse las gafas para leer. Esa pequeñez cotidiana me saca una sonrisa.
—No quise molestar. Y yo supongo que no podía recibir visitas. —me encogo de hombros y no paso por alto lo que dijo—. ¿O sea que me hubieses traído de avisarte antes? ¿En serio? —alzo la mirada y pestañeo para no llorar.
—Y sí, ¿por qué no? Al chico lo conocemos y parece un buen muchacho. Además, has demostrado que te importa y ese sentimiento es mutuo. —comenta escribiendo un mensaje. El sonido de las teclas resuenan en mi cabeza.
—Gracias, pa. —susurro dándole un beso en la frente.
Mi padre no es la persona que va por ahí demostrando sus sentimientos. Es verídico que confiamos más en mamá y jugamos con ella. Sin embargo, lo quiero mucho y siempre cumple nuestros caprichos. También se con seguridad que, aunque resulte difícil, podemos contar con él. Es sólo que cuesta. Pero en situaciones como esta agradezco tenerlo cerca.
—Hija, me tengo que ir. —avisa levantándose—. Tengo que trabajar. —guarda su celular y se acerca a una cartelera—. Voy para casa y le digo a mamá que estás acá. —vuelve a acercarse y besa mi frente—. Todo va a estar bien.
Eso espero. Es lo único en lo que puedo pensar. Le sonrío vagamente y murmuro un "adiós" mientras ruego no llorar.
ESTÁS LEYENDO
La chica común y el boxeador imponente.
RomanceElla tiene dieciséis años. Él tiene veinte. Ella jamás se ha metido en problemas. Él vive para eso. Ella se asusta con mucha facilidad. Él piensa que eso es patético. Ella no quiere enamorarse. Él desconoce ese sentimiento. Kalinda necesita a...