Prólogo

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15 AÑOS ANTES, Canadá

Ese día parecía que la tormenta de nieve cesaría. Pero al llegar la tarde cada vez se hacía más densa y nevaba con más intensidad. La familia Robles, sin embargo, estaba bien resguardada dentro de su gran casa. Una niña que no debía llegar a la edad de 3 años reía con las tonterías que hacia su padre. Su largo cabello rubio cambiaba de matiz con la luz del alegre fuego que calentaba la estancia y sus rizos botaban al ritmo de sus carreras y saltos. Su madre, Elisa, observaba sonriente la escena des de una mecedora. Normalmente habría participado en esos juegos, más su embarazo no le permitía moverse demasiado y estaba obligada al reposo.

De golpe la luz se fue. El fuego antes alegre se había convertido en tinieblas y evocaba el infierno. El padre suspiró cansado.

- Voy a ver qué ha pasado con los plomos. Quedaos quietas aquí.

Salió por la pesada puerta, dejándola entreabierta para poder entrar luego. Pasaron los minutos y el hombre no volvía. De pronto se oyó un grito y la madre se levantó de golpe. Cogió a la niña que, asustada, sollozaba cerca de la butaca y juntas subieron al piso de arriba.

Elisa le sonrió a su hija y se desabrochó una pulsera que siempre había llevado. Se la puso con cariño a la niña y le mandó esconderse. Corrió todo lo rápido que su embarazo le permitió al despacho para coger papel y empezó a escribirle una carta a la pequeña. Cuando hubo acabado la selló y comenzó su tarea de destruir papeles, mas no lo haría por demasiado tiempo.

Un hombre encapuchado subió las escaleras y le sonrió con malicia dejando ver sus dientes deformados y amarillentos. No hizo falta que hablara, Elisa ya sabía quién era.

- Liss, cuanto tiempo -dijo el extraño -

+ ¿Qué haces aquí? ¿Que buscas? - respondió Elisa, evadiendo la pregunta -

El hombre se acercó peligrosamente y la mujer sintió el frio del cuchillo en el cuello. Suspiró.

- Sabes lo que busco, zorra - el hombre se empezaba a impacientar. Sin alterar apenas la voz respondió:

- Puedes seguir buscando, no está aquí .

El extraño no pareció muy convencido más lo dejó pasar.

- Bueno querida Elisa, me sabe mal tenerte que matar a ti también, una lástima que con tu belleza eligieras al equivocado.

Y en pocos segundos el suelo quedó manchado de rojo intenso, la puerta se cerró de golpe y la noche quedó en silencio.



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