Capítulo 29: Eric

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Charlotte abrió los ojos con dificultad, al notar la calidez de una mano, apoyada íntimamente en los músculos agarrotados de su hombro. Intentó incorporarse, para separar la mejilla de las sábanas de la cama de Dan, que dormía bajo la blanca luz del box, con los rizos rubios revueltos y las mejillas aún algo brillantes por las lágrimas que había estado vertiendo más de media noche. Su cuello se quejó, pasándole factura por las horas de pésima postura. Gimió de dolor, a la vez que desbloqueaba sus veintiocho vértebras a la vez, y giró la cabeza para ver a la persona que la había despertado. Era un chico alto, bien peinado y vestido, e inusualmente moreno. Javier. Char se sorprendió pasando la vista por cada centímetro del recién llegado, imaginando como se sentiría su piel debajo de los labios.
- Charlotte
Su voz grave la espabiló, provocando que subiera la mirada y fijara sus ojos en las pupilas negras de él. Sus ojos reflejaban tristeza, y quizás preocupación, pero, al contrario que ella, ni su vestimenta ni su peinado y aspecto en general indicaban que hubiera estado mucho tiempo en aquella habitación. Olía a perfume de hombre, y Charlotte se preguntó si aquel olor se mezclaría con el perfume personal del moreno si ella apoyara la cabeza en su hombro, y los labios en su cuello. Negó suavemente con la cabeza, a la vez que intentaba cambiar la dirección de sus pensamientos, aunque ello le requiriera una energía que, ahora mismo, no tenía.
Con sus cavilaciones, no advirtió que Javi se había colocado a su espalda, y se sobresaltó al notar sus manos ardiendo en sus hombros adoloridos, de nuevo. Sin embargo, la pregunta que iba a hacer se perdió cuando el moreno empezó a masajear sus músculos tensos, haciéndola suspirar ruidosamente.
- ¿Bien, morena? - preguntó el chico.
Ella, sonriendo, fue incapaz de negarle la verdad.
- Es el cielo.
Javier soltó una carcajada, que bajó dos tonos de su registro habitual, y provocó que Charlotte se estremeciera. Pero nada más se volvió a oír, excepto los suspiros de placer de la morena, hasta que el chico separó las manos de su espalda. Char protestó, antes de que sus mejillas se tiñeran de rojo por la intimidad de la situación.
Javi se puso en frente de ella, evaluándola con sus ojos serios, intentando evitar la tentación que suponía mirar su piel bronceada por debajo del escote de la camiseta sencilla que Charlotte llevaba.
- Deberías irte a casa, aunque sea a dormir dos horas. - propuso Javier.
Sin embargo, la morena negó con la cabeza, a la vez que entrelazaba su mano izquierda con la de Dan, que parecía echa de cristal. Pero la sorpresa se la llevó Charlotte, cuando el chico tomó las manos de ambas, a la vez, pero agarró tan solo los morenos dedos de Char. Y estiró, levantándola con delicadeza de la incómoda silla azul, y pegándola a su pecho. Estaban realmente cerca, y Javi aprovechó para intentar descubrir que escondían los iris marrón chocolate de la chica. Pero acabó perdiéndose en ellos, en las motas negras que se mezclaban con los tonos ocre y café, y desembocaban en un blanco, manchado de venas rojas, que reflejaban la tristeza y el cansancio que habían aguantado.
Javier la soltó a regañadientes, mientras contaba descendiendo des de cien en español, intentando sin demasiado éxito estabilizar su temperatura corporal. Cuando se aseguró de que su voz no sonaría extraña, intentó seguir con la tarea de convencer a la terca chica de irse a su casa, antes de que se desplomara en el suelo blanco roto de aquél maldito hospital.
- Vamos Char, ¿cuánto hace que no duermes? - preguntó, modulando su voz para que sonara dulce.
La aludida dudó, calculando en su cabeza las horas que habían pasado des de que cogiera el taxi en Canadá, para ir a ver a su tío enfermo al hospital. Al ver el resultado, se rindió, llevando las manos a sus ojos y frotándolos, mientras intentaba ahogar, por tercera vez, el bostezo que amenazaba con separar sus labios.
- Demasiado - susurró finalmente, vencida.
- Va, Charlotte, vete a casa, toma un buen baño y duérmete - recomendó Javi.
Char acabó por asentir, separándose, ya por completo, de él, para extrañar inmediatamente su calor. Sin embargo, peleó contra el impulso de acurrucarse en su pecho de nuevo, cogió la chaqueta negra de charol que llevaba el día anterior, el bolso a juego, y salió por la puerta gris, dejando atrás a un Javier que intentaba no mirar el balanceo que sus caderas estrechas hacían al caminar, y perdía estrepitosamente.
Charlotte describiría, más tarde, aquella mañana de febrero como la más confusa que recordaba. Entrar en su piso de nuevo supuso un alud de recuerdos, que la abrumaron. Sin embargo, al dejar el bolso en un colgador, su oído se afinó, oyendo algo parecido a un maullido, débil, en tono más bajo de lo que debería.
Se acercó silenciosamente, temerosa de encontrar algo que no fuera un felino al otro lado de la puerta de madera del comedor.
Sin embargo, al abrirla, sus ojos no dieron crédito a lo que vio. Una gata negra, apenas de dos semanas, maullaba en una manta peluda azul. Parecía hambrienta, y, a pesar de que Charlotte sentía que sus párpados iban a caer cuando menos lo esperara, su instinto maternal la empujó a coger al animalillo en brazos, y llevarlo a la cocina, buscando la leche. Sin embargo, en la encimera que presidía su cocina, encontró un biberón, y unos polvos, que supuso, acertadamente, que debían ser para alimentar a la pequeña. Leyó las instrucciones y les hizo caso, acunando a la gatita mientras el microondas calentaba lo que iba a ser la comida. Cuando cogió el biberón y lo puso entre los colmillos del animal, esta empezó a chupar golosamente, muerta de hambre.
- Pobrecita, debes haberlo pasado mal - susurró, preocupada, haciendo cuentas mentales de lo que llevaba sin comer la gata de Dan.
La bola negra de pelo se durmió en sus brazos, cuando acabó de comer, y Charlotte, dudosa de qué hacer con ella, la depositó con cuidado donde la había encontrado, arropada en la mullida mantita.
Solo entonces, Char se permitió dedicar algo de tiempo a su cuidado personal. Se desnudó por el pasillo, dispuesta a tomar un largo y relajante baño. Mientras llenaba el recipiente de agua caliente, que le destensaría sus músculos adoloridos, preparó el mullido albornoz en el que se cubriría después, dejándolo colgado a su alcance.
Sumergió primero un pie, y al notar la relajante temperatura del agua, mezclado con las perfumadas sales de baño que tanto le gustaba usar, se introdujo entera, soltando un gemido de placer. Apoyó la cabeza en el borde de la bañera, cerrando los ojos para disfrutar más la sensación del calor que la inundaba. Y se quedó profundamente dormida.

Alek descansaba también, recién comido, en la mullida alfombra turca que presidía su salón. Su mente no paraba de dar vueltas. Agarró el móvil que se encontraba a su izquierda, encima de uno de los estampados. Y llamó, por octava vez, a Danna. No lo cogía. El contestador le respondía todas y cada una de las llamadas, con su voz alegre, pero mecánica. Suspiró, entre cansado y preocupado. Algo, dentro de él le decía que alguna cosa no iba bien. Así que, exhausto, decidió rendirse. Y llamó a Lucas.
Su sorpresa vino acompañada por un ola de desesperación total, cuando este tampoco respondió. Su enfado había pasado, y ahora una profunda preocupación se había instalado en su pecho. Así que, después de que Charlotte tampoco diera señales de vida, marcó el número de la única persona, cercana a él, que podía contestar al teléfono. Viviana. La voz de la rubia resonó por el aparato, extrañada. Cuando Alek le explicó lo que ocurría, Vivi le respondió que no sabía nada. Pero su voz también estaba teñida de una preocupación, que intentaba no demostrar.
- Alek, no sé nada, pero no te preocupes - lo intentó tranquilizar - seguro que están bien.
Entonces Alek se rindió ante su tierna voz, y entre sollozos, que fue incapaz de reprimir, le contó lo que había pasado.
Viviana se quedó muda. Su carácter la impulsaba a gritarle al moreno cuatro cosas bien dichas, pero la voz derrotada de él la frenó. Intentando contenerse, Vivi se giró, en su casa, hacia Eric, que dormía en el sofá, pensando en que sentiría si el amor de su vida le fallara. Y el dolor que sintió fue tan desgarrador, que lágrimas acudieron a sus ojos. Y, antes de que perdiera los papeles, le susurró lo que pensaba a Alek.
- No sabes lo que le has hecho Alek, te mereces lo que sientes, por haberle fallado así.
Y colgó la llamada, a la vez que intentaba contener los sollozos que salían de dentro suyo, para no despertar a su chico. Sin embargo, este ya había estado escuchando, y cuando la oyó llorar, pasó sus brazos por la cintura de Vivi y la acunó, calmándola con su cariño.
Cuando estuvo más tranquila, un nombre acudió a su mente. Javier. Y lo llamó a él, sabiendo que, si algo le había ocurrido a aquel torbellino rubio llamado Danna, él lo sabría. Y así fue. Eric vio a Viviana llevarse la mano a la boca, mientras sus ojos se volvían a empapar. Cuando colgó, el chico abrazó a su novia, viéndola palidecer. Y gritó su nombre cuando, tras agarrarse a su cintura, se desplomó en sus brazos.

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