Capítulo 31: Ángeles

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Dolía. Demasiado. "Lo siento Dan" escribió, y puso el punto final a aquella carta. La metió en un sobre de papel blanco, con las manos temblorosas, y se levantó de la silla en la cual se había sentado horas antes. Cogió con una mano las cartas y con otra la pistola que había reposado junto a él hasta el momento.
Se la guardó en el cinturón, y, cuando el arma estuvo bien sujeta a su cadera, llevó las manos a su cuello para destensar los nudos correderos que ataban su collar. Lo sostuvo en la palma de su mano unos segundos, contemplando el intrincado gravado de la madera, y, suspirando, lo introdujo en el sobre que llevaba el nombre de Danna.
Andó por la alfombra de su casa, y, sin mirar atrás, cerró la puerta tras de sí. Arrancó el coche que estaba aparcado delante de su casa. Primera, segunda, tercera...y se detuvo delante de la puerta del hospital.
Observó a Danna dormida cuando llegó a su habitación. Le acarició suavemente el pelo, y ella se revolvió en sueños. Cuando lo hizo, dejó el sobre sellado que había preparado debajo de su almohada, la miró por última vez y salió por la puerta, suspirando profundamente.
Su móvil pitó ruidosamente al recibir un mensaje, lo cogió mientras con la otra mano giraba el volante, para no tener un accidente. Era Vladimir, el rubio jefe de la Black. En la pantalla solo había escrito un "OK".
Recibió uno, similar, a punto de llegar al barrio del oeste, pero esta vez provinente de James . Bajó del coche azul tras aparcarlo. Notaba los nervios a flor de piel, y apoyó con suavidad la mano encima de su pistola cargada. Todo iba a salir bien, se dijo. Relajate.
Antes de llegar a la plaza donde habian quedado, observó a au alrededor. Y localizó a ambos jefes. Se habían visto. Y se retaban visualmente, a la vez que alargaban sus manos hacia las pistolas que llevaban colgadas en el cinturón. Tuvo que chillar.
- Basta, ni se os ocurra.
Los hombres lo miraron sorprendidos. Entonces, James sonrió, satisfecho.
- Me alegro de que hayas venido. Ayudame a matar a este cabrón. -susurró.
- ¿Una trampa, James? - dijo, contrariado, Vladimir.
James negó con la cabeza, a la vez que miraba al chico que los había reunido ahi. Éste se acercó, y rápidamente arrastró a Vladimir hasta un rincón discretisimo. James los siguió, contento de poder erradicar a la banda Black de una vez por todas. Sin jefes, no habría bandas posibles.
- ¿Mataste a Elisabeth Robles, verdad? - le susurró el chico, a la vez que hacia arrodillarse al albino jefe de la black.
Éste sonrió, sin pizca de remordimiento.
- Así es chico. Debería haberse casado conmigo. Pero no lo hizo. Y pagó por ello. ¿Me vas a matar o no?
- Pienso hacerlo -replicó. Y disparó su pistola.
James sonrió, complacido de que a Black se hubiera acabado. Pero su sonrisa se deshizo cuando la pistola volvió a ser cargada, y apuntó a su pecho.
- Alek, ¿que haces? - le dijo.
- ¿No te parece obvio? - le replicó Alek, sonriendo - Matarte.
Y disparó.
Salió corriendo del lugar, con el miedo asfixiándole, y la pistola guardada de nuevo en el cinturón.
Ya está, se había acabado.
Ya no mas asesinatos. Ya no mas niños solos, pagando un precio demasiado alto por una familia inventada.
Suspiró profundamente, y volvió a arrancar el coche para llegar hasta donde había estado a punto de morir hacía ya tanto. Parecía que fuera hace una eternidad.
Tras dos horas de conducir, se encontró con el cartel que anunciaba que habia llegado a Dutton Cliff. Las lágrimas le embrumaron más aún los ojos si cabía, a la vez que su corazón se acceleraba y su mente colapsaba de recuerdos. Y vió esa recta, que acababa en la curva que se lo había arrebatado todo. Sollozando, pisó el accelerador, y con su mano libre se desató el cinturón. Los airbags no lo iban a salvar esta vez.
"- Alek, dame el volante - oyó en recuerdos a su hermana Meredith chillar.
- Que no joder, ¿quien conduce aquí? - le respondió su yo antiguo.
- Mi amor, mira la carretera o vamos a tener un accidente- suplicó Vanessa.
- Venga niños, no peleeis - añadió su madre Isabela"
Pero, a pesar de los consejos de las mujeres de sus recuerdos, en ambas versiones, el coche travesó el guardarrail y desapareció en el mar helado de invierno.
"Ya está, se acabó" pensó por último Alek.
Y juraria que notó como las tres mujeres de su vida lo abrazaban, entre lágrimas de plata.

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