Capítulo 43: Nieve

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Nevaba. Los copos caían suave pero copiosamente sobre el asfalto, y sobre el coche plateado. Charlotte conducía rápido.
Su navegador sonó, indicándole que tenía una llamada. Descolgó, y la voz de su marido se oyó a traves del altavoz del vehículo.
- Cariño, estás iendo demasiado rápido.
Charlotte bufó.
- No va a pasar nada Javier, ni siquiera voy a cien - replicó - además, tu conduces detrás mío.
Era cierto. El coche de policía de Javi, aunque ahora fuera de servicio, iba detrás suyo, a la velocidad legal (es decir, unos treinta quilómetros por hora por debajo suyo) llevando a su hija.
-¿ Alice sigue dormida? - preguntó la morena.
- Así es - respondió Javi - se durmió antes de salir de casa.
Charlotte sonrió, enternecida.
No había un alma en toda la ciudad. Los tonos grises de las aceras y las casas se veían reforzados por la densa capa de nubes oscuras que indicaba el diciembre en aquella localidad, que tan solo se veía pintada de algún color distinto por los semáforos que Char se saltaba. No había nadie andando, casi nadie conducía. Y ella estaba volviendo a casa, con ganas de meterse en la mullida cama con Javier y, quién sabe, quizás sacarle algo de provecho a que su pequeña dormía.
- Cariño, cuelgo, nos vemos ahora en casa - anunció la voz de Javi - Te amo.
- Yo más - respondió por costumbre Charlotte, y continuó conduciendo.
Quedaban apenas cinco manzanas para su casa. Encendió la música, y Lady Gaga inundó sus sentidos. Volvió la vista a la carretera en el momento en el que la rueda delantera estaba a punto de pisar el paso de cebra. Y vió al niño. Apretó el freno demasiado fuerte, intentando no atropellar al menor y lo consiguió. Sin embargo, las ruedas de su coche patinaron sobre el hielo que se había ido formando en el asfalto a causa de la nieve y el frío, y la dirección se bloqueó.
Javier vio como el vehículo en el que viajaba su mujer se estampaba contra una pared de hormigón con la inercia de toneladas de peso.
El moreno recordaría la escena a cámara lenta toda su vida. Corrió hacia el coche estrellado, y sacó a su mujer.
Los rizos oscuros goteaban rojo, y el abrigo denso que llevaba se había teñido de su sangre.
Sus ojos, entornados, lo miraron cuando la atrajo a su regazo y la acunó levemente, mientras gruesas lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
- Mi amor - susurró la voz débil de ella - no llores.
- Vas a salir de esta princesa - sollozó Javi.
Char negó imperceptiblemente con la cabeza, y le suplicó al amor de su vida.
- Traeme a mi niña.
El moreno cumplió su pedido, y se acercó a ella con Alice, aún dormida, en brazos.
Charlotte estiró su mano temblando para tocar su cara, y luego miró a Javier.
- Gracias - susurró.
La última imagen que la morena vería sería a la de sus dos amores abrazados, su marido sollozando y una niña que se frotaba los ojos, sin entender nada, y se volvía a dormir en los brazos de su padre, que gritaba el nombre de su mamá con una desesperación mayor que nunca.

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